-¿Cuántas veces te cojieron en un avión mi amor?- expresó Enzo con voz agitada.
-Muchas- respondió Camila con voz autoritaria.
-¿Ah sí? y, ¿cuántas veces te cojieron como yo?
-Ninguna, Enzo.
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En el ruido intenso del corazón porteño de Buenos Aires, más puntualmente en la ciudad de San Martín, donde el aroma del asado se junta con el inconfundible sonido de los cánticos futboleros, nació la historia legendaria de Enzo Fernández. Desde pibe, con los pies al aire, encontró su destino en la cancha, donde la pasión por la pelota se volvió una promesa que no paraba.
Los murmullos de su habilidad se escuchaban por todos lados en los potreros argentinos, hasta que un día, el rugido de Stamford Bridge lo llamó desde tierras lejanas. El Chelsea, emblema del fútbol inglés, sacó la billetera y le abrió los brazos al prodigio argentino después de salir campeón con la selección.
Con su mujer, Valentina, y su nena, Olivia, Enzo Fernández cruzó el charco hacia un nuevo capítulo. Las luces de Londres, la ciudad de los Blues, los recibieron con promesas de gloria y retos enormes.
Pero entre la fama y el éxito, se empezaba a dibujar otro horizonte en su historia. Los viajes constantes, las noches solitarias en su mansión y la locura del deporte empezaron a hacer mella en el corazón de Enzo.
Fue entonces, entre nubes grises y sueños rotos, cuando una compra conjunta con su mujer cambió el rumbo de sus vidas. Un avión privado, símbolo de guita y libertad, se volvió su refugio en las alturas. Pero con esa compra, también vinieron nuevos compañeros de viaje: un piloto y una azafata.
Y fue ella, la azafata, quien apareció como un vendaval en su vida tranquila. Una mina deslumbrante, con ojos llenos de misterio y labios que tentaban. En su presencia, Enzo Fernández se vio metido en un quilombo de emociones prohibidas, cuestionando todo lo que pensaba sobre el amor, la lealtad y el sacrificio.
