Viernes 26 de junio de 2015

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Ah, el mar.
Por fin verano. Después de 9 largos meses de puro sufrimiento escolar pones los pies en la ardiente arena y te olvidas de todo por completo.

Bajo corriendo para llegar al camino de maderas y me descalzo, pongo un pie en la arena y noto todas la piedrecitas en la planta del pie.
Busco el mejor lugar para entender la toalla, que no este muy lejos de la orilla y con la arena un poco húmeda por si hace viento, no quiero que me entre arena en los ojos. Allí está, el lugar perfecto. A primera línea del mar. Clavo la sombrilla y tiro las chanclas a un lado del palo y al otro dejo la neverilla, esa que es de plástico, azul claro y con una ralla blanca.
Estiro mi toalla y me saco el vestido, corro hacia la orilla y dejo que la espuma acaricie mis pies, doy un par de pasos hacia delante y la arena que arrastra el agua se cuele por mis dedos. Me da una sensación de relajación increíble, llevo desde el verano pasado queriendo ir a la playa y cuando por fin estoy aquí no me quiero ir nunca.

Avanzo dejando que las olas rompan en mis piernas, me pongo las gafas de buceo, cojo aire, salto y me capbuzo.
Doy un par de brazada, ya no tocó fondo con los pies, oigo el sonido de las cadenas de las bollas y me imagino que son los prisioneros de un barco pirata que andan por debajo del mar.
Abro los ojos.
Lo primero que veo son los peces naranjas y el suelo lleno de piedras y pechinas, me quedó sin aire y salgo a la superficie, a mi derecha hay barcos y más allá hay un castillo encima de una colina.
Cojo aire y me vuelvo a sumergir veo a un par de buzos que miran un pulpo pequeño.

Cuándo salgo me estiro el la toalla y abro la neverilla y saco el tuper con melón y con sandía.
Después de un buen baño sabe bien algo dulce.

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⏰ Última actualización: Jun 29, 2015 ⏰

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