VEINTISIETE

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Una mirada = mil enigmas.

Por obvias razones despertaba temprano cada día, no sólo para aprovechar el día antes de irme para la universidad, sino también para mirar cómo el sol surgía entre los rascacielos de la cuidad. Y la excepción no fue en este día, solo que las razones no habían sido las mismas... No había conseguido cerrar los ojos del todo durante toda la noche.

No había tenido un sueño placido y largo, sino únicamente un extraño vacío que parecía incrementarse más y más a cada instante que pasaba. Era cómo una mala sensación, un leve sentimiento de peligro que sobrevendría pronto.

Me posicioné firme ante la puerta del departamento. Tenía que salir, dirigirme a la universidad, y enfrentarme a lo que fuera que sucediera durante el día. No podía ocultarme para siempre, aunque quisiera darme la vuelta y esconderme bajo las mantas de la cama.

Intenté no pensar en la sensación que me sacudiría el ver a Nanami, y las impetuosas ganas de llorar que tendría. Intenté restarle importancia a cualquiera de todas las razones que se extendían frente a mí, manteniendome presa en ese departamento, cómo si mis pies fueran de plomo, y, cómo si fuera un llamado silencioso de clemencia y temor, Dios respondió a mi oración silenciosa.

Mientras iba por el campus de la universidad, entre las extensa zonas verdes, me encontré con alguien a quién no esperaba ver ese día. —¿Qué haces acá? —pregunté con evidente sorpresa, observando los grandes ojos oscuros de mi hermano mayor; Leo.

Su sonrisa fue calidamente familiar, y sus brazos no tardaron en brindarme un asfixiante abrazo. No era precisamente fan de los abrazos, pero no rechazaría uno suyo.

—Mamá me dijo que estabas bien, pero insistí en visitarte.

Su voz sonaba preocupada, pero al mismo tiempo, bastante animada. Sonreí suavemente. —Supongo que ella te envío mi horario.

Leo asintió. Su actitud pacífica me hizo sonreír y al mismo tiempo rodar los ojos.

Tenía sentido, mamá no vendría a verme, no pronto, así que envíar a Leo era su mejor opción.

—¿Qué tal la universidad? —preguntó con evidente curiosidad.

El nudo en mi garganta no tardó en apretar, pero ignoré la sensación. Me esforce en mentir de la forma más creíble, aunque temía que Leo se diera cuenta.

Me encogí de hombros. —Un tanto aburrida, pero nada que no pueda controlar —en realidad era todo lo contrario, yo no podía controlar nada de lo que estaba sucediendo —... ¿Y tú que tal? ¿Tienes algo que hacer en Clinford o simplemente viajaste para saludarme en la mañana y luego desaparecer?

Leo se quedó callado durante un par de minutos. Parecía ordenar sus palabras de la mejor forma posible, mientras sus ojos apuntaban directamente en una sola dirección. —Bueno, en realidad estoy por muchas cosas acá, pero principalmente para visitar a mi querida hermana.

Me reí en su cara mientras comenzabamos a caminar. Supongo que podría verle en la tarde, justo luego de las clases. —No mientas, no vendrías hasta Clinford solo para verme.

—Mamá pudo obligarme.

—No le obedecerías.

—Tienes razón.

—¿Entonces?

—Estoy por un juicio.

Abrí mis ojos un poco sorprendida. Leo era un abogado público, sus casos eran generalmente otorgados por el Estado para defender a personas de la administración pública.

Bajo el Dominio del Lobo | Nanami Kento | ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora