Prólogo

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30 de diciembre de 1895
Londres, Highgate.

Jamás olvidaré ese día, en el que de alguna manera que no fui capaz de comprender hasta mucho después, mi vida empezó a cambiar lenta pero constantemente, el telar del destino había comenzado a tejerse a mí alrededor atrapandome en su red como una siniestra telaraña.

Mientras asistía al funeral de mi padre, la avenida egipcia del cementerio de Highgate, totalmente cubierta de nieve nos dio la bienvenida. El único ruido que se escuchaba eran los pasos de los asistentes y del coche tirado por caballos, que transportaba los restos mortales de mi padre hasta el mausoleo familiar de los Bailey, donde casi dos décadas atrás también fue sepultada mi madre.

Una vez llegados a la última parada en aquel lugar, los sepultureros se encargaron de abrir la reja de la cripta e iniciar aquella labor tan común para ellos, pero tan desgarradora para mí y todos los que me acompañaban en mi dolor. No me quedaba más que resignarme, en horas anteriores ya había llorado lo suficiente y quería mostrarme serena, al menos hasta poder refugiarme en la privacidad de mi habitación.

Aunque sabía que el notable abatimiento que me embargaba no pasaría desapercibido para mi nana, quien colocó una mano sobre mi hombro para brindarme cierto consuelo.

—Ashley, mi niña. Todos tenemos diferentes formas de enfrentar el duelo por la pérdida de algún ser querido, pero no es bueno que te lo guardes todo para ti.

—Pero es que no lo entiendo, si se sentía tan mal ¿cómo no se tomó un descanso? ¿Por qué no llamó a un médico? Talvez... —aún no podía llegar a comprender el actuar de mi padre, ¿cómo es que Sebastian Bailey antepuso su deber a su propia salud?

Y al parecer nunca llegaría a comprender sus acciones, ¿por qué si pudo haber evitado su fatídico final, decidió quedarse y esperar a que el ángel de la muerte tocará la puerta? Podría considerarse que estaba muy dolida, también que era una egoísta por señalar por su descuido y quererme aferrar a él a todo costa, acababa de perder uno de los pilares fundamentales en mi vida, en aquel momento solo podía pensar que tardaría en recuperarme de un golpe tan fuerte.

—... se hubiese salvado. —me atreví a decir con voz queda, respirar profundo no sirvió de nada para enmascarar la emoción.

Conociéndome mejor de lo que quizás lo hacía yo misma, mi nana Beatrice me abrazó, los sollozos escaparon de mis labios sin que los pudiera controlar. No soy capaz de describir cuántos minutos me tomó serenarme, solo que pare cuando no quedaban más lágrimas que liberar, para ese entonces los sepultureros habían terminado su trabajo y acababan de dejar la llave de la reja en manos de mi nana.

Algunos de los asistentes ya comenzaban a retirarse. En poco tiempo solo quedamos; nana Beatrice, Grace una de las doncellas que solía asistirme, el viejo mayordomo Benjamín y un joven caballero al que no conocía bien, pero alguna vez había trabajado con mi padre y le apreciaba lo suficiente como para estar presente en su despedida.

Pude notar como me observaba entre dubitativo y nervioso, apretando los labios y jugueteando con sus manos hasta tomar una exhalación profunda, pareciendo haberse decidido un instante después, se acercaba a paso lento hacia mí. No aparentaba tener mucha más edad que yo, aún así las ojeras oscuras que se marcaban bajo sus ojos verdes, eran la evidencia de que cargaba con demasiadas preocupaciones.

—Señorita Ashley, —incluso su voz sonaba cansada —he de disculparme por interrumpir en un momento como este, pero existen algunos asuntos que le conciernen, usted entenderá...

—Si son asuntos que incluyen a Scotland Yard, ya habrá tiempo para tratarlos, por ahora no es lo más conveniente. —Beatrice ni siquiera le dejó terminar, cortó cualquier intento de querer insistir en el tema y dejó en claro que no iba a aceptar ningún «pero», ni tampoco hacer excepciones.

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