Todo comienza por algo.

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El traje se supone que era a medida, pero medida gnomo. Tenía la corbata mal colocada, veía como me lo indicaban a lo lejos, y decidí hacer caso omiso, ya era suficiente encontrarme en esa situación.
Delante de mis ojos se hallaban una agrupación de aproximadamente 70 personas, una más o una menos, no conocía a ninguna. No me interesaban, y yo tampoco les interesaba, siendo el foco de toda esta situación el libro que tenía entre mis manos.
Acerqué el rostro al micrófono, se me escapó una tos, lo que desembocó en un ruido inesperadamente alto que retumbó en toda la sala. Todo venía de maravilla.
Me pregunté por un momento que haría él en este tipo de situación, quizás su carisma podría sobrellevarlo, quizás no.
Sinceramente pensé en la idea de imaginar el salón desnudo, según entiendo esto anula la incomodidad propia, pero solo la aumentó, como era lo lógico. Suspiré, tomé el aire suficiente, me preparé.


-Buenas tardes a todos. -dije en voz alta.

No hubo respuesta, tampoco sé porque lo esperaba, esto no era una conversación. Aclaré la garganta.


-Mi nombre es Fabrý, con acentuación en la "y" - Aclaré con énfasis. Me miraban raro- Entiendo que quizás esperaban a alguien más, pero me tocó a mi tomar el... timón del barco.

El chiste no funcionó, me seguían mirando raro. De a poco comencé a notar los nervios escalando por mi columna, las manos me sudaban. Ahora mismo estaba necesitando su sentido del humor, se me vino a la mente uno de esos chistes imbéciles y se me escapó una risa.
Ahora, además de un mal payaso, parecía un demente (Sin ofender a los dementes, en serio)
Levanté el libro con una mano como si se tratara de simba, fue un gesto extraño, pero llamativo para el público.


-Y como el encargado del timón, no pienso abandonar el barco. -necesitaba demostrar seguridad, la situación lo ameritaba. -Damas, caballeros...

Preferí hacer una pausa, en mi cabeza no quedaba tan mal.


-Me gustaría hablarles de una persona.

-Nota mental 1-

-Quiero comer pasta.

Lo miré de reojo, cuestionando su decisión con el teléfono y el número de la pizzeria más cercana en mi mano.

-Muy tarde, una vez me decido no hay quien... -Iba a marcar el número en el teclado, pero ni siquiera dudó en quitármelo con brusquedad. Le devolví una mirada desconcertada -¿Por qué la pizza no cabe en tus planes de fin de semana?

Considero que mi sólido punto era válido.

-Yo cocino. -Respondió sin dudar. -Además, necesitas carbohidratos menos grasosos para tu dieta.

Y ahí comenzaba a invalidar mi sólido punto. Me rendí, di media vuelta y tomé asiento. La expresión en su rostro marcaba una clara victoria contra mi perfecto plan de fin de semana.

-Excelente, entonces sorpréndeme. -Increpé involuntariamente.

-En eso estoy, Fabry. -Me respondió con seguridad.

-El acento. -Le corregí.

-Ah, lo siento. A veces olvido tus raíces especiales, "Monsieur". -Me dijo realizando un ademán desinteresado con la mano.

Esa actitud suya me generaba sentimientos encontrados, sentía que me cuidaba como lo haría una mamá gato a sus crías, con orgullo y torpeza . Pero también no tomaba en cuenta mis necesidades.
Bueno, la diferencia era que la mamá gato no podía llamar a la Pizzeria de Pepe y solucionar todos sus problemas.
Alex era un sujeto, como menos, particular. Me quedé mirando sus dotes culinarios de reojo mientras me dedicaba a escuchar la televisión en segundo plano.

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⏰ Última actualización: Mar 04 ⏰

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