Es domingo y está lloviendo, nunca llueve acá. El día es un poco más vivible así, pero no hay silencio del todo, que es justamente lo que hace del domingo mi día favorito.
Una de las cosas que también hacen de este día mi preferido es la sensación de desconsuelo que surgen una vez se cumplen en el reloj las 4 de la tarde. Hoy ese sentimiento de tristeza, en mi caso al menos, se encuentra minimizado por la lluvia y el día nublado. El sol me deprime, y el calor me destruye. Siento un poco de paz aquí sentada frente a mi ventana observando, escuchando y sintiendo el frescor de la lluvia, pero la contemplación para mi ser es inherente a la melancolía, y la melancolía para mí es un gotero de veneno en mi espíritu.
La melancolía, la añoranza por tiempos que ya fueron, o que nunca se materializaron, los recuerdos intangibles son escozor al alma. Me estruja un poco el pecho, como una mano que me toma del cuello. La contemplación para mi, los momentos de soledad, se convierten en una tortura, porque me quedo sola con mi melancolía.
A veces siento que esta tristeza es un elemento químico en la composición de mi estado fisiológico. Esta depresión no es patológica, es natural, la cargo en mis venas, detrás de mis ojos, en la planta de mis pies, detrás de mis rodillas y en las manchas de la cara, escondida también en los pliegues de mis arrugas.
A veces siento que no me gusta ser este ser melancólico, pero por otro lado, vivir en un constante estado de nostalgia es como ver en esta realidad, otra encimada, en donde las cosas cargan con una belleza trágica. Encuentro la gracia en pequeñas cosas, como las conversaciones ajenas, los pasos arrastrados de la gente en la madrugada, los ladridos a lo lejos, son cosas de las que solo puedo ser consiente con este velo de tristeza que llevo siempre, como un despertar espiritual que solo la soledad me puede otorgar.
Pero el manto a veces se pone pesado sobre mis hombros, ahora tengo la espalda un poco encorvada. Duele mucho en realidad, pero cuando estoy en trance, en este constante estado de trance, donde el mundo toma otras formas, quizás es necesario. Como si estuviera predilecta a ver a través de las cosas mundanas y poder distinguir su encanto.