único

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Los cálidos rayos de sol recorrían los solitarios pasillos de la escuela. Eran las 7:15 de la mañana y por consecuencia no habían estudiantes fuera de sus aulas, claro, a excepción de Esteban.

Este recién estaba llegando a las instalaciones de su escuela al haberse equivocado en la alarma y quedarse dormido. Iba ya con 15 minutos de retraso y sentía la ansiedad recorrer su cuerpo por el simple hecho de saber que al entrar al aula todos sus compañeros lo verían llegar.

Suspiró un par de veces antes de correr a su respectivo salón, tocar un par de veces para luego abrir la puerta y disculparse con la profesora, pidiendo permiso para entrar con las orejas rojas.

Su docente suspiró. —Que sea la última vez que llega tarde, Kukuriczka.—con un ademán y un asentimiento lo dejó pasar.

Sin esperar más, se adentró al salón al mismo tiempo que cerraba la puerta y pasaba por los asientos con rapidez para dejarse caer en el suyo junto a la ventana.

—Pensé que no llegabas.— la discreta risa que Enzo soltó lo hizo gruñir por lo bajo, avergonzado.

—Dejáme, se me hizo re tarde.— sacó con prisa su cuaderno de filosofía para comenzar a apuntar lo que sea que la profesora Valencia había puesto en el pizarrón. El contrario no respondió, soltando otra risa por lo bajo, al terminar de escribir le miró con falsa molestia, para luego sonreír levemente. El pelinegro dejó de mirarlo para prestar atención a lo que decía la mayor, haciendo apuntes cada cierto tiempo.

Esteban decidió ignorarla, demasiado metido en su mundo como para escuchar lo que explicaba la profesora, en cambio, miraba por la ventana las bonitas flores del jardín moverse por el viento, sonriendo al pensar en alguien.

Como si fuera obra del destino, tres suaves toques en la puerta sonaron a la vez que se abría, dejando paso al sutil olor a narcisos que pertenecían a la persona de sus pensamientos.

Creyó sentir un ligero dolor en su cuello por la rapidez con la que se giró para verle entrar con una sonrisa en su lindo rostro. Dejó de escuchar a su alrededor para concentrarse en la persona que justo entraba al salón luego de pedir permiso para conversar con su profesora.

Al estar un poco lejos no alcanzaba a escuchar lo que decían, pero con ver la sonrisa agrandarse y la pequeña risita que soltó fue suficiente para que también comenzara a sonreír, al mismo tiempo que dejaba salir su aroma inconscientemente con la esperanza de que el contrario le volteara a ver.

Y así fue, cuando Romero se despidió de la profesora luego de entregar los papeles en sus manos, lo miró olfatear el aire disimuladamente y mirar entre los asientos buscando al dueño de este. Al hacer contacto visual, se sobresaltó al verse atrapado mirándolo y desvió la mirada sin siquiera saludarlo, regresando la mirada a la ventana a su izquierda con las mejillas ardiendo.

Por el rabillo del ojo notó que el omega saludó a Enzo con una sonrisa visiblemente menor y se disponía a salir del salón, llevándose con él su rico aroma que volvía loco a Kukuriczka. Suspiró al detectar que su olor había desaparecido casi al instante.

—¿Qué te pasa a vos?— la abrupta pregunta de Enzo le hizo mirarle confundido.

—¿A que te referís?

El menor giró los ojos. —Re ignoraste a Fran.

De nuevo sus mejillas se pintaron ante el simple nombramiento del omega. —¿Qué decís? Eso no es cierto.— carraspeó al sentir de repente su garganta seca.

—Se te quedó mirando esperando a que lo saludes y vos le diste la espalda, sos un bobo.

—Ya sabes como me pongo con el contacto visual, sobretodo con él.— miró hacia el frente con nerviosismo.

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