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Lena hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a una persona desnuda en su salita de estar hubiese hecho: gritar.
Y después, salir corriendo hacia la puerta.
Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí.
Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces.
¡No!
Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse.

Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de conejo.
¡Joder! Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar a la intrusa.
Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, la mujer cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.

—¿Te has hecho daño? —le preguntó.

¡Santo Dios!, su voz era profundamente sensual y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótica. Y francamente estimulante.
Con todos los sentidos embotados, Lena miró hacia arriba y… Bueno… Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran más que un Cajun gumbo6. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.
Al momento, la tipa se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.

Lena se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble vista, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquella tipa le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.

—¿Te has golpeado la cabeza? —le preguntó ella.

De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante.
Lena miró con mucha atención aquella extensión de piel dorada por el sol, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara.

¡La tipa prácticamente resplandecía!

Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo.
Cuando alzó la mirada más allá de su pecho y de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos.

¡Era ella!
¡No!, no podía ser.

Esto no podía estar sucediéndole, y ella no podía estar desnuda en su sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Este tipode cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella.
Pero aun así…

—¿Kara? —preguntó sin aliento.

Tenía la poderosa y definida constitución de una gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos;, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas.
Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente sensual.

Hasta aquello había comenzado a abultarse.

El pelo le caía a la buena de Dios en una melena ondulada, y le enmarcaba un rostro con una mandíbuladeliciosa, que parecía haber sido esculpida en granito.

Increíblemente guapa y cautivadora, sus rasgos no resultaban masculinos eran delicados. Pero definitivamente, robaban el aliento.

Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas.

"La Amante Soñada" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora