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Un hombre corría en pánico por las oscuras calles de South park. Echaba vistazos aterrado tras el, las calles estaban vacías y silenciosas salvos por sus jadeos de pánico. Al percatarse que estaba solo, disminuyó la velocidad de sus pasos hasta quedarse parado en un mismo lugar. Aun con la vista fija en la oscuridad de la ciudad, comenzó a creer que lo que sea que lo estaba siguiendo se había perdido. Sonrió victorioso, tratando de controlar su respiración agotada por correr.

Una enorme figura oscura se levantó tras el hombre gruñendo en su cuello. El volteo rápidamente soltando un fuerte grito de pánico. La criatura se abaláncelo contra el hombre y de un simple bocado le arrancó la cabeza.



La policía de South Park había cerrado el airea del "accidente". Un montón de patrullas rodeaba la zona para evitar que ciudadanos se acercaran y vieran la escena, no necesitaban hacer un escándalo de esto más grande de lo que era. El pueblo llevaba días reportando extraños homicidios de este tipo y la paciencia en la policía comenzaba a perderse. Si ellos no podían asegurar la seguridad de sus habitantes, quien podría?

El Sargento Harrison Yates, un hombre que llevaba ya varios años siendo jefe de policía, se acercó a la escena. El hombre ya estaba bastante mayor, llegando a sus 62 años, estaba por jubilarse. Estos criminales, este criminal era el último que le faltaba para poder irse en paz.

—Cual es el informe?— preguntó mientras se acercaba al cuerpo tirado en el suelo tapado con una manta.

—Mismo de siempre, le faltaba la cabeza y no hay rastro del arma homicida ni del asesino.— Respondió uno de los agentes.

—JODER!— Grito el sargento, cansado de la misma situación de siempre. —Todos ustedes, son unos putos inútiles. No son capaces de conseguirme NI UNA PUTA PISTA!!— El sargento soltó fuerte suspiro mientras se llevaba la mano a la cara, estos chicos le daban un fuerte dolor de cabeza. Solo tenía nenas entre sus hombros. Ninguno de ellos se atrevió a responderle, asustados.

El hombre metió su mano en el bolsillo de su abrigo y de este saco un paquete de cigarrillos. Saco uno y se lo metió directamente a la boca, eso lo ayudaría a relajarse. —Donde COÑO esta Marsh?!— grito sujetando el cigarro con sus dientes.

—A-aqui señor!— el jovencito, Stanley Marsh se acercó al sargento en pánico, siendo un recién graduado, era bastante fácilmente intimidado por la presencia de su jefe. Se acercó a este y se mantuvo recto a su lado esperando por sus próximos órdenes.

—Arréglame esta mierda de papeleo y luego hazme un café o algo— No era necesario decir que Harrison no le tenia ninguna confianza al joven Marsh. Las tareas de papeleo siempre era asignadas a el y nunca lo dejaba asistir a cualquier situación de peligro. Esto debido a su corta edad, 21 años, y su enorme falta de experiencia. Apenas llevaba unos meses siendo policía y el sargento solo podía verlo como un niño.

Stan hizo una mueca antes la palabra de su superior. Estaba cansado de esa situación, el no se había convertido en policía para estar tras un escritorio todo el día, pero tampoco tenía los huevos para enfrentarse a su jefe. —Si señor— respondió de un tono bajo.

El hombre mayor saco un encendedor y se alejó mientras prendía su cigarro. El joven policía quedó prado en el mismo lugar con la vista pegada en el suelo. Estaba cansado pero sabía que mientras no se diera su lugar, nadie mas lo haría. Apretó los puños nervioso y juntando su valor gritó. —Jefe!!— volteo y el hombre lo miró. —Cuando me dejara una tarea real?!—

El hombre sonrió, Marsh ya estaba creciendo. —Pronto, niño, pronto.— Le respondió mientras volvía su vista al frente y se iba.

Harrison se agachó para pasar por bajo la cinta amarilla que mantenía la zona restringida. Una vez estuvo del otro lado un hombre de mas o menos su misma edad se le acercó rápidamente.

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⏰ Última actualización: Jun 26 ⏰

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