El viaje

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Estoy sentado mirando hacia la ventana derecha de la combi.

No quería lujos.

Solo quería llegar.

El camino es tardado. El paisaje es arbolado. Lleno de verde.

Me encuentro observando a las personas que tripulan el transporte.

Hay un chico, parece de 14. Lleva puesto los audífonos; yo era así a su edad. Va tarareando una canción de Panic! At The Disco, y mueve su cabeza ligeramente, al ritmo de la música.

Igualmente, me percato de que una señora al lado mío. Ella se ve seria, con su mirada fija en algo que no puedo identificar. Va vestida con un un pantalón negro y un abrigo del mismo color. Su cabello sujeto en un perfecto moño.

Oigo un ligero golpeteo en la ventana, y es entones cuando me percato de que llueve.

Con mi mirada recorro el lugar.

Asientos viejos, suelo liso y mugriento, interior decolorado. Y un olor a clima artificial.

El conductor, por su parte, va con la vista fija en el camino. Le dice al que va a su lado que cambie de estación radiofónica, ya que esta reproduce música electrónica; sin embargo, el copiloto va con la cabeza recargada en la ventana, dormido.

A pesar de la música, el ambiente es calmado y silencioso.

Cada persona va pensado en sus asuntos.

Y luego me encuentro yo, pensando en los asuntos de otras personas.

Mis pensamientos se dirigen de nuevo a la naturaleza caótica de afuera.

El escenario es perfecto para una escena de película.

El agua empañando las ventanas. Dándole un aspecto reluciente a la vegetación, y decorando el cielo con sus tonos grisáceos.

Sonrío. Sin duda sería una buena foto. Me reprocho no haber traído mi cámara.

Los autos pasan a nuestro lado, pues vamos a orilla de carretera. Y se vuelve una carrera contra el tiempo. Literal.

Centro mi vista en el interior del vehículo.

Las señoras abrigan a sus hijos. Los hijos reprochan.

El frío se hizo más notable, y siento mi cuerpo estremecer.

Recargo mi cabeza en el respaldo e intento acoplarme a la situación.

Duermo durante un tiempo, pero me levanto debido a un estruendo.

Puedo ver desde mi asiento como el conductor hace maniobras con el volante, esquivando los autos que se le atraviesan en el camino.

El catorceañero levanta el celular que yace en el suelo, culpable de mi susto.

Los rechinidos de las llantas en la carretera mojada son algo que no me preocupa.

Tampoco los pitidos de los trailers.

Pero cuando nuestro vehículos prende en velocidad, sí.

Mi cuerpo se tira hacia adelante debido a la inercia.

Mi ser siente la adrenalina en la sangre.

Nos deslizamos cual pista de patinaje.

Las señoras y los niños gritan asustados. Acaso no entienden que no hay nada por hacer.

Nuestro rostros no tienen color. Y esta situación simula perfectamente el relato de terror "Cuando los pálidos vienen marchando".

Damos un giro brusco de 180 grados, y mi cuerpo se estrella brutalmente con el de la dama de negro.

Si bien la primera ley de Newton no tuvo efecto sobre nosotros. Lo que vino fue peor.

Ni siquiera tengo tiempo de recomponerme.

Alzo la mirada y puedo notar un gran camión de carga aproximándose hacia nosotros.

El temor y el pánico paralizan mi cuerpo. Mi mente no puede reaccionar.

Simplemente dejo de escuchar. Ni siquiera el alto volumen del claxon puede con migo.

Únicamente siento un gran peso colapsar en mi cuerpo.

No veo.

No escucho.

No siento.

Mi cuerpo es demasiado pesado para mi alma. Por lo que al cerrar los ojos no veré más que oscuridad.

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