Canticos desde el Otro Lado

10 1 0
                                    

Mi mente se encuentra lo suficientemente fragmentada como para comprender aquello que estoy por redactar en estas notas, pues mi voz y audición ya no son más que un recuerdo, y temo que aquello que confesaré no sirva de advertencia, sino que sea tomado como una invitación a aquel abismo demencial que maldigo haber visto...

Todo comenzó aquel día que la puerta se abrió. Los científicos y hombres uniformados se encontraban excitados por el progreso, pero un hedor pestilente y malévolo emergía de aquel cuarto oscuro al cual se había conseguido acceso. Mi equipo fue equipado con todas las medidas necesarias, aunque los trajes eran demasiado incómodos. Se nos equipó a cada uno con una radio, una linterna e instrumentos de extracción.

No tardamos en darnos cuenta de que esto solo era un viaje de ida; pues al pasar por aquella puerta hacia el lúgubre cuarto oscuro, lo que conocíamos como el ingreso y posible escape de ese infierno, se desvaneció y el cuarto pasó a la transformación de una serie indefinida de pasillos y estanterías, cuya iluminación de nuestros mundanos objetos no alcanzaba a divisar un final. Por lo que lo que era un equipo de tres hombres y yo, optamos por ir en equipos de dos.

Cada pasillo y paso que se daba sobre estos se volvía cada vez más frustrante y extenso, el ambiente se pintaba de un aire pesado y una atmósfera húmeda, algo para nada agradable para el equipamiento, pero al parecer, resultó aun más atormentante para aquel hombre que me acompañaba como ayudante. Apenas si lo conocía como para referirnos el uno al otro por nuestro apellido, por lo que aquella caminata se convirtió en una búsqueda de salir de aquel lugar y empatizar con el hombre que, sin saberlo en ese momento, vería decaer en la locura por aquello que veríamos más adelante.

Cada infernal pasillo nos hacía dudar si dábamos vuelta en círculo, como un cachorro que persigue su propia cola en ignorancia de su anatomía. Mi compañero parecía cada vez más tenso, su pulso tembloroso y su voz ahogada me daban a entender que en cualquier momento perderíamos la razón, por cada vez que intentábamos contactar con los otros dos hombres que llegaron con nosotros o la base, más parecía el ambiente en jugarnos una broma pesada. Finalmente, encontramos la esperanzadora señal de que el recorrido tenía un final, aunque desearía jamás haberlo visto.

El suelo, cuya textura era pegajosa y por la ausencia de luz en aquel lugar, parecía estar formado de piedra, ahora tomaba un aspecto muy similar a la superficie de un espejo. Las estanterías comenzaron a escasear y ser reemplazadas por paredes negras y lisas, con un aire gélido y aún más pesado que el que podíamos sentir. Mi mente evitaba hacerse preguntas y solo buscaba un modo de escapar, pero quien me acompañaba parecía tener el afán de teorizar y pensar cada pisada que se daba en ese laberinto abismal y desolado.

Cabe recalcar, que sumándose a las incómodas preguntas de mi compañero, el silencio inhumano de aquellos lisos pasillos era la más pura representación de una pesadilla. Sin embargo, y como dicen algunas personas, al final de cada túnel hay una luz de esperanza, solo que esta luz... esa fétida luz, tendría de esperanzadora lo que tiene de buen aroma una fruta podrida.

Ya casi dudando de mi orientación, y mi compañero al borde de la desesperación, alcanzamos a ver el final de aquellos interminables pasillos, una luz verdosa como un brote de musgo, nos invitó a correr sin cautela ni miedo, en un impulso primitivo del aire fresco y la luz del día: no fue hasta llegar, que nos topamos con lo que haría que este viaje de dos, se convirtiera en una condena solitaria, pues al dar un paso fuera del laberinto, nos topamos con una variedad deforme de vegetación podrida y piedras ovaladas, que eran cubiertas por un manto de vapor anaranjado sobre un metro del suelo. Un paraíso sacado del chiste más retorcido de la naturaleza. Mi compañero detuvo por un momento sus preguntas sin sentido ni respuesta, parece que el salir de aquel abismo le había calmado, incluyendo a mí. Pero la calma no duró más que unos metros, sobre lo que parecía ser un hongo sin forma y parasitario, se encontraban aquellos dos hombres, a quienes habíamos tratado de contactar durante horas. Parecía que habían llegado antes de tiempo, pero lo que despertó la confusión en mí fue el hecho de que parecían tener su tiempo ahí, pues aquellos hongos habían formado parte de su cuerpo, uniéndose con el lúgubre paisaje abominable, aunque lo más abominable de ese momento, era la curiosa forma en la que sus cuerpos se encontraban, pues ambos miraban hacia un punto fijo y alzando sus brazos. Me percaté de que el ambiente no se trataba de una cueva, ni otro laberinto, sino que me encontraba en lo que parecía ser un valle o campo, rodeado por una neblina anaranjada, que no permitía ver más allá de unos pocos metros.

Mi compañero comenzó a gritar y sollozar, parecía que la escena de nuestros camaradas había sido demasiado para él, lo cual aproveché para alejarme de aquella escena y buscar un camino de vuelta a la realidad, aunque algo en mi interior me decía que aquello era imposible. No sé cuánto tiempo pasó desde que abandoné a mi perdido colega, ni en qué dirección caminaba, el hambre comenzó a manifestarse y la sed parecía acompañarle, y aunque tuviera una escasa cantidad de provisiones, el ambiente no me daba para nada una buena espina, ni razón para quitarme la máscara. Poco podía entender de lo ocurrido y mucho menos de lo que veía mientras caminaba, ese ambiente desolado de vida fuera de aquella fúngica y podrida naturaleza, parecía estar en un eterno anochecer. Comencé a preguntarme si estaba en algún tipo de limbo, o si había caído en la locura, miraba constantemente la brújula que parecía haberse detenido, y pellizcaba mis dedos con el fin de saber si aún era consciente. Y la soledad, el aire, y la neblina cada vez parecían ser conscientes de mi incomodidad. Mi respiración se agitaba y mi mente vagaba en preguntas y rezos de piedad por la aparición de un escape. El suelo parecía volverse cada vez más fangoso y el paso se me hacía aún más lento y fue ahí, ahí que me di cuenta de que jamás había estado solo desde que me separé, pues como a cualquiera la pesadez en la nuca le llega al sentirse observado. Me percaté de que algo en el ambiente me observaba y aprendía de mi desesperada curiosidad. Ya podía mantener menos la calma, por lo que apresuré mi paso cuanto más podía, y en una carrera por llegar a un final de esos campos extraños, pude ver lo peor que podría haber creado en mi mente, algo que ni el más soñador escritor de la fantasía en aquellos tiempos podría haber imaginado. Una formación de irregulares montañas y pilares viscosos y palpitantes se alzaban hasta parecer que tocaban las tres lunas. Cometí el error de acercarme más, hipnotizado por la grotesca forma y textura de aquellos pilares de incalculable tamaño, observé, y observé, perdiendo toda razón y dudando de lo que conocía. Cada metro de esos pilares parecía estar formado de carne putrefacta y hongos, y en su final, allí en lo más alto, una formación estrellada de rocas parecía recibir a lo que en todo momento nos había observado. No eran lunas, sino tres masas de carne repletas de ojos y apéndices aferrados al cielo, tan parecidos a parásitos de un inconmensurable y grotesco tamaño y apariencia. Fue entonces que mi mente cayó en la demencia, mis brazos se alzaron involuntariamente y el miedo me invadió hasta soltar un grito que destruiría mi voz, cayendo inconsciente, y despertando una vez más, en los campos de un mundo desconocido, incapaz de gritar, ni de oír, sin agua, ni comida, a merced del destino, cayendo lentamente en el hecho de que todo lo que todo lo que alguna vez conocí, ahora era ajeno, y mi cruel destino no era más que vagar por paramos desesperanzadores, hasta tomar el mismo lugar que mis compañeros, siendo observado, por esos tres esféricos seres que me habían recibido en su jardín de la locura.

Canticos desde el Otro Lado | M.L D'NecronisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora