El Precio De La Eternidad

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La noche se cernía sobre la torre de astronomía con un manto de oscuridad profunda, salpicada de estrellas titilantes que parecían custodiar los secretos del universo. La fachada de la torre, tallada en piedra antigua y enredada con enredaderas retorcidas, se alzaba imponente contra el cielo nocturno, sus ventanas arqueadas y estrechas parecían observar el paso del tiempo con sabiduría ancestral.

En el interior, los pasillos del último piso se sumergían en una penumbra apenas rota por el parpadeo de las antorchas estratégicamente colocadas. El aroma a cera quemada y madera antigua impregnaba el aire, añadiendo una sensación de solemnidad al ambiente. En esta hora silenciosa, ninguna alma se aventuraba por los pasillos, todos sumidos en un sueño profundo y reparador, a excepción de dos figuras que se movían con determinación.

En medio de este escenario, la luz de una antorcha se filtraba debajo de la puerta de una de las habitaciones del último piso, proyectando destellos danzantes sobre el suelo de piedra gastada. En el interior, Xanat, vestida con túnicas decoradas con símbolos astrológicos, yacía absorta en viejos tomos de hechicería y enigmas astronómicos. Su mirada, iluminada por el fulgor de la antorcha, reflejaba una combinación de curiosidad y concentración mientras sus dedos danzaban sobre las páginas amarillentas.

Las cortinas de la habitación se movieron con gracia, mecidas por una brisa nocturna que filtraba el aroma fresco del exterior. Las chispas de la antorcha se resolvieron en una danza fugaz antes de estabilizarse, iluminando la estancia con un resplandor cálido y dorado. Xanat, alerta ante el cambio, se apresuró a correr hasta la ventana, donde contempló las vistas nocturnas que se extendían ante ella.

El cielo estaba despejado y estrellado, un lienzo negro salpicado de innumerables puntos de luz que formaban constelaciones familiares y otras desconocidas. Las estrellas parpadeaban como faros en la vastedad del cosmos, y la luna brillaba con un resplandor plateado que realzaba la belleza del paisaje nocturno.

Xanat se detuvo un momento, absorbida por la magnificencia del cielo estrellado, antes de regresar con determinación hacia la habitación. Movió el telescopio con destreza, enfocando su lente hacia una estrella en particular que titilaba con intensidad. Un destello fugaz cruzó el campo de visión del telescopio, revelando la presencia de una constelación poco común y cargada de significado en la mitología de Divyae.

Con el pestillo en la mano, cerró las ventanas con cuidado, asegurándose de que ningún rastro de la brisa nocturna pudiera perturbar la tranquilidad de la habitación. Una vez hecho esto, volvió su atención a los manuscritos y libros que reposaban en las estanterías, cada uno conteniendo conocimientos ancestrales y secretos ocultos.

Los libros, con sus tapas desgastadas y páginas amarillentas, guardaban historias de hechicería, astronomía y mitología que habían sido transmitidas a lo largo de generaciones en la torre de astronomía. Xanat se enredó entre ellos, sumergiéndose en un mar de palabras escritas en tinta negra sobre fondos de colores que iban del marrón al amarillo en sus hojas.

Xanat, la joven hechicera de diecinueve años, casi alcanzando la marca de los veinte, irradiaba una presencia única y misteriosa en la habitación de la torre de astronomía. Su cabello negro como el ébano caía en cascada sobre sus hombros, pero lo que realmente destacaba eran los mechones de color melocotón que se entrelazaban en su melena, creando un contraste encantador y llamativo. El flequillo, en particular, mostraba un tono naranja claro que iluminaba su rostro de manera sutil pero impactante.

Sus ojos eran una maravilla por sí mismos, un degradé hipnótico que iba del rojo intenso al rosa suave, como si capturaran los colores del atardecer en un solo vistazo. Esta combinación poco común añadía un aura de enigma y magia a su mirada, reflejando la profundidad de su conocimiento y la pasión que ardía en su interior.