Blas está inquieto y callado desde que Esteban salió de la habitación para fumarse un cigarrillo.
Mientras Pipe y Juani bromean con los chicos sobre lo que sea, Blas intenta entrever por las cortinas del balcón; están cerradas y sabe que es estúpido, pero un pequeño rayo de luna se filtra por el ventanal.
Esteban tenía esa maldita costumbre de pausar cualquier momento para irse a fumar. El tiempo seguía corriendo claro, pero para Blas se sentía como una pausa.
Le gustaba Esteban, y odiaba que en los momentos divertidos y cómodos, él decidiera levantarse por ese estúpido motivo. A este punto quizá ya ni lo decidía, porque parece haberse vuelto completamente adicto.
Es el noveno cigarro que fuma en el día y eso le preocupa, porque sabe que también fuma cuando va a acostarse y no puede dormir. Apenas son las 10.
Blas se inclina hacia atrás desde el banco en el que está para intentar verlo, ahoga un grito cuando casi se cae y los chicos se ríen de él.
—¿Qué onda, Blas?—Se burla Pipe— Un minuto sin Kuku y quedás así.
El chico lo mira con molestia. Algunos de sus amigos ya habían notado lo ridículamente flechado que estaba por el hombre mayor.
Y lo molestaban, al frente de todo el cast incluso.
—Callate—Le enseña el dedo del medio—. No querés que hablemos de Juani, ¿verdad?
El propio Juani se ríe de la situación, pegándole despacito a Pipe para que no vaya a pegarle de verdad a Blas.
Blas va hacia el balcón, algo irritado y molesto por toda la situación.
Se ríen de que le guste Kuku porque es obvio que nunca podrá estar con él.
Cierra la puerta del balcón tras sí. Con las cortinas no se veía nada en realidad.
Esteban tiene los codos apoyados en la barranda, fuma mirando el horizonte estrellado.
Se ve tan tranquilo que Blas no quiere perturbar su paz como un nene molestoso. Pero Kuku ya lo escuchó entrar, y por algún motivo sabe que, entre todos sus amigos, se trata de él.
—¿Fumás, Blascho?—Pregunta sin mirarlo, exhalando el humo de su cigarro.
El chico se pone a su lado, un poco inseguro por si su presencia es acertada.
—No me gusta—Contesta, mirándolo de reojo.
Esteban se gira hacia él, sonriendo.
—Nunca has probado, ¿no?
Blas también le sonríe. Le niega con la cabeza y el rubio suelta una carcajada.
—Entonces no podés decir que no te gusta—Da una última calada y tira el cigarro al suelo—. Mentiroso.
—Es malo fumar—Se encoge de hombros—. Siempre lo dicen, así que no me gusta. Prefiero cuidarme los pulmones.
Esteban se le queda mirando con la cabeza inclinada hacia un lado.
—¿Ahora sos un pibe maduro vos?—Cuestiona, con una sonrisa burlona. Saca la cajetilla de su bolsillo y consigo otro cigarillo— Tomá, probá.
Lo enciende, da una calada corta y se lo ofrece.
Definitivamente Esteban fumaba mucho.
—No me gusta, gracias—Repite, forzando una sonrisa.
El rubio entrecierra los ojos, como si estuviera analizándolo. Se lleva el cigarro a la boca, cala y lo aleja rápido porque se le ocurrió una idea.
—Vení, acercate.
A Blas se le suben los colores al rostro. Ya estaban considerablemente cerca, más cerca era como para besarse.
Y ojalá sea para eso, piensa.
—Dale, Blas—Insiste, acercándose un poquito—. No muerdo.
Rueda los ojos antes de obedecer su petición, agacha un poco la cabeza para estar a su misma altura, o al menos en una que no sea incomoda para lo que sea que Kuku quisiera hacer.
Va a reírse porque Esteban se puso de puntillas para atraerlo, pero también tira del cuello de su polera hacia abajo y eso le hace levantar las cejar por el asombro.
Esteban le mira hacia arriba con una sonrisa victoriosa que se deshace cuando exhala el humo del cigarro en su cara.
Blas no reacciona. Sólo inspira instintivamente lo que se cola por su nariz.
Y fue la mierda más caliente que ha experimentado en toda su vida.
Esteban suelta su prenda y le da un empujoncito para que se ponga derecho.
—¿Te gustó?—Pregunta el rubio con normalidad, llevándose el cigarrillo a los labios.
—Es un hábito asqueroso—Reconoce bajito Blas.
Kuku va a quejarse, pero ve cómo las mejillas del chico están rojísimas y la ternura le invade por completo.
Por su lado, el corazón de Blas comienza a arremeter contra su pecho y sus impulsos toman total control sobre él al agarrar al hombre del cuello y plantarle un beso en la boca.
Esteban titubea al separar los labios y permitir que los de Blas se colen entre ellos. Sigue sostiendo su cigarro entre 2 dedos, manteniendo esa mano lejos de ambos. Su mano libre se mete en los rulos del chico.
Blas es muy apresurado para besar, y Esteban es excelente para seguirle el ritmo.
Lejos de ser un beso tierno, es desordenado y torpe; en algún punto sus dientes se chocan y Blas jadea al sentir la lengua del otro meterse en su boca.
Sabe a cigarro. Y hay un toque ácido, muy leve.
Como arándanos.
Recuerda vagamente que Juani compró un kilo de frutillas y otro de arándanos por lo barato que estaban. Los guardó en el pequeño refrigerador de la habitación que compartían, claro, con todas las cervezas que compraron también.
De repente, cuando las manos de Blas presionan su cintura, Esteban se separa mordiéndole el labio.
Un hilo de saliva conecta sus bocas.
Blas está agitado y Esteban le sonríe, llevándose el cigarro de antes a la boca de nuevo.
—Entonces, ¿te gustó?—Inquiere el rubio, sin despegarle la vista a los brillantes ojos cáfes.
El chico se relame los labios. Todavía saborea la sensación del beso.
—Me gustás—Dice sin pensar, afirmándose con confianza de su cintura—. Kuku, me re gustás.
El hombre no parece impresionado por su confesión. No hay mucha reacción en él. Sólo tira el cigarro a un lado y vuelve a besarlo, esta vez más lento, menos ansioso.
Blas bloquea cualquier otra sensación que no sea la boca de Esteban contra la suya, pero no puede evitar que el olor del cigarro se le cole por la nariz.
No le gusta cómo huele, pero combinado con el perfume masculino de Esteban puede aguantarlo.
Es acorralado contra el balcón y sonríe cuando Kuku lo atrae desde cuello.
Su confesión no obtuvo respuesta.
Lejos de preocuparse al respecto, siente tranquilidad ante el contacto de Kuku, sus manos acariándole el cabello.
Esa noche, Blas durmió en la habitación de Esteban, con el descubrimiento de que el olor a cigarro no le molestaba tanto como pensaba.
