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Rosé cayó al suelo antes de correr a través de los oscuros callejones, sintiendo a su omega revolverse en señal de desespero. La ignoró por completo, sin dejar de adentrarse por el complicado camino lleno de curvas y tierra, pero que conocía como si fuera la palma de su mano.

Sabía a donde ir, y llegó a las afueras de la Subterránea pronto, metiéndose en lo profundo de un escondite entre los cientos de rocas existentes. Era un pequeño paso angosto y bajo, al que sólo se podía acceder entrando arrodillado y siendo delgado. La mayoría de alfas no podrían acceder fácilmente a ese lugar.

Gateó y gateó hasta que entró a un lugar más abierto, buscando a oscuras la lámpara que tenía en ese desolado sitio. Era su pequeño escondite, al que huía cuando necesitaba estar a oscuras para poder derrumbarse sin que nadie le observara. Una vez encendió la lámpara (le faltaba aceite, la próxima vez debería llevar), miró a su alrededor: las dos mantas que usaba para dormir, la vieja y desplumada almohada, el pequeño hilo de agua que caía por entremedio de las rocas, y el arma. El arma que conservaba hacía más de tres años y el último regalo de JiSoo para ella.

Se dejó caer sobre las mantas y fue cuando sintió su entrada: húmeda, empapada en lubricante, ansiando algo allí.

Frunció el ceño con furia mal contenida, comenzando a desabrochar el corsé de su cintura. Pronto, siguió con la camisa, las botas, la falda y los pantalones, echándolo a un lado, y ahora el lubricante parecía correr por sus muslos.

No lo pensó demasiado, sólo sabía que necesitaba satisfacerse de alguna forma, así como ocurría en sus celos. Sin embargo, ahora existía una alarma implícita en su cabeza: en sus celos, siempre recordaba esos añejos años de falsa felicidad con JiSoo, la forma en la que la alfa le trató, con tanto cariño y amor, a pesar de todo. Ahora ni siquiera estaba en celo, sin embargo, su omega reaccionó por algún motivo al aroma de Jennie, y la idea le causaba un absoluto rechazo.

Era Jennie, una alfa cruel, déspota y abusadora. Era una hija de esa nación que despreciaba. Era todo lo que ella rechazaba de una alfa. Y, aun así, su cuerpo estaba emitiendo feromonas y lubricando por ella.

Gruñó con disgusto, pero de todas formas, deslizó dos dedos por su coño antes de meterlos. A pesar de sentir un poco de alivio, también la vergüenza empeoró, pues estaba demasiado húmeda y necesitada por Jennie. Eso no le podía estar pasando, no a ella. No con Jennie.

Trató de bajar el calor recordando todos esos violentos encuentros que tenían, la forma en la que Jennie siempre trataba de someterla, aunque ahora, su mente sólo retrocedió a unos minutos atrás.

Quiero follarte, marcarte como mía. Morder cada centímetro de tu cuerpo.

Recordar esas palabras, los ojos lujuriosos y lascivos de la alfa en ella, cómo se puso dura en menos de un minuto, hizo que sólo acelerara el ritmo de los dedos en su interior. Emitió un par de gemidos temblorosos, rememorando el fuerte aroma alfa, los gruñidos de Jennie, la mirada llena de deseo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y la saliva se acumuló en su boca, tan húmeda, tan desesperada por alcanzar el éxtasis.

El orgasmo estalló de forma repentina y violenta, su cuerpo temblando un par de veces en lo que se liberaba. Emitió un gemido sonoro mientras los dedos, aun en ella, extendían el orgasmo por unos agónicos segundos más. Incluso, por un instante, en la bruma de esa nube de placer, pudo imaginar lo bueno que hubiera sido ser follada por la polla de la alfa, haberla montado, tomarla con su boca...

Cuando recobró la cordura, quiso abofetearse por aquellos estúpidos pensamientos. Jamás. Jamás.

¡Sentí tus feromonas, Rosé! ¡Tú también me deseas!

𝐈𝐧𝐨𝐩𝐢𝐚 ┃𝐂𝐡𝐚𝐞𝐧𝐧𝐢𝐞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora