Bendito sea el año, el punto, el día, la estación, el lugar, el mes, la hora y el país, en el cual su encantadora mirada encadenóse al alma mía.
Todo comenzó con Victoria.
En los primeros recuerdos de Lorenza, Victoria relucía con unas trenzas desordenadas y un overol roto, persiguiendo gatos en el jardín de infantes y escondiendo comida en sus bolsillos. Vicky significó pertenecer a alguien, ser buscada entre multitudes y tener un espacio disponible a su lado fuera cual fuera la ocasión.
No hubo día más feliz para Lore que el día que Vicky se sentó a su lado y mostró su enorme sonrisa compuesta de disparejos dientes y un par de huecos curiosos. Los sentimientos nacieron ese día, crecieron con apretones de manos temblorosos y el compartir una bicicleta chirriante.
Comenzó con Vicky y su alborotado cabello haciendo cosquillas en el cabello de Lore durante cálidos abrazos. La primavera se volvió un constante aniversario de todo lo que floreció con el comienzo de su amistad, las mañanas serían un recuerdo somnoliento rememorando el día exacto y cada emoción nacería de ellas.
Con Vicky nacieron sus primeras carcajadas sinceras, después de haberse colocado un par de papas fritas como colmillos en la boca. Los primeros enojos nacieron al no ponerse de acuerdo para jugar cuando Lore quería ser una princesa y Vicky una pirata. El alivio llegó cuando Vicky le prometió que no la dejaba de querer solo por ser lesbiana. Cuando crecieron, Vicky evocó la auténtica tristeza al mudarse al conservatorio de música que tanto había añorado durante toda su infancia.
Todos los caminos llevaban a Vicky. Cada año, mes, día, minuto y hora la llevaba de vuelta a ella. Nunca pasaron una navidad lejos de la otra, las vacaciones eran momento de reencuentro y al final del camino, ambas se encontraban compartiendo un departamento porque sabían que podían confiar la una en otra.
Lo suficiente como para que Vicky estuviera en el jardín trasero de la casa de la madre de Lore incitando a la misma a saltar por el pequeño balcón de la que solía ser su habitación cuando aún vivía ahí.
Al final, todos los caminos llevaban a Vicky.
Vicky le hizo sentir todo lo que no sabía que podía, incluso cuando a veces era terror irracional o una euforia emotiva que no era capaz de controlar. —Pensé que estabas decidida a salir de aquí —murmuró Vicky, extendiendo los brazos para animar a Lore.
—¡No presiones! —chilló Lore—. Estoy... pensando en ello. —¿Quieres volver adentro con tu familia? —le sonrió Vicky con algo de burla—. Solo avísame, así puedo llegar a mi trabajo a tiempo... —¡No te atrevas a dejarme aquí! —chilló Lore, aferrándose al balcón. Había subido y descendido del balcón montones de veces cuando era adolescente, las enredaderas de su madre tendían a facilitar el proceso. No se había visto en la necesidad desde que se mudó con Vicky un año atrás, pero esa noche, había tenido que tomar medidas desesperadas.
Era el aniversario de sus padres. Lore tenía la firme convicción de que lo más adecuado era que ellos lo celebrarán en privado, pero ellos insistían en que querían compartir su sentir con todos sus allegados. Excepto con Vicky. Vicky había quedado vetada desde que tenía diecisiete años y se presentó con una dama de compañía (a quién presentó como su novia) para aminorar la caída de Lore, que aún estaba en el clóset.
Ninguna de las dos sabía si Vicky seguía vetada, pero Vicky se regocijaba diciendo que ella no tenía que presentarse a menos que existiera una emergencia. La emergencia se trataba nada más y nada menos de Zoey, la ex novia de Lore.
Claro que le dijo a sus padres que había terminado con ella. Sus padres lo lamentaron, pero al parecer no lo aceptaron. Zoey se los había ganado demasiado bien durante el año en el que salieron. No podía culpar a sus padres por intentarlo; su madre le sonrió cariñosamente, diciéndole que lo que ella y Zoey tenían era algo importante, la clase de cosas que se solucionan. Su padre hablaba con entusiasmo de lo mucho que le hacía ilusión que Zoey y Lore pudieran llegar a vivir lo que él y su madre.