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Marilú estaba en su elegante salón, ante el ordenador portátil, cuando Charles entró al apartamento. Su madre había sido modelo en la década de los cincuenta, era una mujer alta y rubia, con la misma belleza clásica que había convertido a George, el hermano gemelo de Charles, en un supermodelo de fama mundial.

– Vaya, sí que llegas pronto hoy. ¿Se ha quemado esa oficina en la que te explotan? –comentó la mujer con acidez.

Charles ya estaba sonrojado por la rapidez con lo que había caminado desde la parada del autobús al apartamento, pero la ira acentuó su color. Apretó las manos con rabia.

– Has colgado mi foto en tu página web sin mi permiso –la acusó.

Impasible ante la tensión de su hijo, Marilú alzó y dejó caer un delicado hombro con obvia indiferencia.

– Las fotos de chicas y chicos hermosos incrementan el negocio. Muchos de mis clientes han llamado preguntando por ti en concreto, sencillamente les digo que no estás disponible. Pero si no fueras tan testarudo, podrías estar ganando una fortuna.

– Has debido de robar esa foto de mi cámara –dijo Charles, desconcertado por la impasibilidad de su madre ante su acusación.

– Sí –los ojos azules de Marilú, tan parecidos a los de su hijo, eran fríos como un cielo invernal–. No veo por qué eso iba a suponer un problema.

– ¿No lo ves? Sabes que no quiero tener ninguna relación con tu negocio...

– ¡Sin embargo, no te molesta vivir de lo que gano dirigiendo una agencia acompañantes! –le lanzó Marilú con voz hiriente.

– Eso no es verdad. No vivo de tus ganancias – Charles enrojeció–. Te doy todo lo que gano como camarero.

– ¡Eso es una minucia! –exclamó Marilú alzando una ceja con desdén–. Si alquilara esa habitación, cobraría tres veces más que eso. Pero, en cambio, decidí ser generosa y ayudarte con tu carrera profesional. ¿Ese es el agradecimiento que recibo a cambio?

– Sabes que te estoy agradecido –dijo Charles, incómodo–, pero quiero que quites esa foto de la página web. No soy señorito de compañía y no quiero que la gente piense que...

– Mis chicas y chicos no son prostitutos – Marilú lo miró con resentimiento en sus ojos azules–. Te lo he dicho más de una vez. Son acompañantes, profesionales de la compañía, con buena presencia y agradables. El sexo no está incluido en el servicio.

– Eso que tú sepas –apuntó Charles, tembloroso–. No sabes cómo se portan tus acompañantes si un hombre les pide algo más y está dispuesto a pagar por ello.

– No, no lo sé – Marilú se puso en pie con gracia–. No soy su guardiana ni su madre –dijo–. Solo soy la que acepta las reservas y hace las comprobaciones sobre el crédito y el carácter de los clientes. ¿Por qué eres tan puritano y suspicaz respecto a mis negocios, Charles? Las chicas y chicos de mi empresa son jóvenes educados de clase media, que quieren unos ingresos decentes. Algunas de ellos están pagándose una carrera universitaria.

– No condeno sus elecciones, solo digo que yo no elegiría eso –declaró Charles, alzando la cabeza y preguntándose por qué se sentía tan culpable y poco agradecido–. ¿Puedes quitar esa foto de la página web ahora mismo, por favor?

– Estás haciendo una montaña de un grano de arena –protestó Marilú –. No lo pensarías dos veces antes de colgar esa foto en una de esas redes sociales que utilizas.

– Eso es distinto. Tienes que retirar esa foto y qualquier mención de mi nombre de la página –insistió Charles –. Lo aceptes o no, estar en una página de servicios de compañía perjudica a mi reputación. ¿Has pensado siquiera lo que podría significar para la de George? ¿La vergüenza que esto podría causarle?

Alquilado |3°| [CHARLOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora