Capítulo 5 - Tierra Santa

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Kegan

La brisa del viento chocaba en mi rostro, y aunque supiera y sintiera a mis Reginas, las dulces y antiguas alas que me cargaban, ya no las veía; sabía estaban donde siempre porque ardían, ardían de dolor. Era como si me hubiera bañado en las flamas de los ángeles caídos. Y como si ellas ya no fueran parte de mí. Odiaba esto. No tenía la dicha de conocer estas sensaciones. Sentía que mis actos eran puros y honestos, pero fui castigado ¿por salvar a un humano? ¿Mi... pequeño humano?

Desde el inicio de la vida misma, el gran Padre y Señor, nos encomendó proteger a la humanidad. Muchos hermanos lo hicieron y algunos cayeron en tentación. ¿Acaso eso me estaba pasando? ¿El hermano Miguel me salvó de ser castigado como mis otros hermanos?

Suspiré. La brisa se fue haciendo menos violenta, y el Sol empezó a caer sobre los mares del Oeste. Mis alas no resistían. Las obligué a llevarme al Cielo, pero al intentar ir más allá del espacio-tiempo; se doblegaron ante el castigo y empecé a descender a la Tierra.

Mi pecho empezó a palpitar con furor y un dolor invadía mi estómago, cada vez con más fuerza. Mis amigas, mis luces... Mis alas, o como les nombré la vez que nacimos y nos convertimos en un solo ser angelical, Reginas, no podían hablar ni quejarse. Estaban ahí, pero ya no las escuchaba. Habían sido mis acompañantes a lo largo de mi celestial vida, y compartíamos los conocimientos que Padre nos brindó.

Gracias a ellas, no lograba sentir lo que los humanos sentían. Mis alas eran la barrera para no ser como ellos. Ahora sin mis Reginas, era un ángel sin alas.

Todavía podía volar y usarlas, contrabajo las percibía ahí, como siempre habían estado, pero ahora era como si no tuvieran vida. No me gustaba. Lo odiaba.

«¿Cuándo las iba a recuperar... cuándo, Hermano Miguel?», pensé rechinando los dientes y viendo a las nubes.

Los ojos del pequeño Rommel aparecieron en mi cabeza, ¿estaba pensando en mí? Sin darme cuenta, las Reginas me trajeron a la escuela de mi pequeñín... ¿No había estado viajando para irse a la Gran Ciudad?

Me detuve en la puerta del instituto, y con temor de no poder pisar la entrada por la tierra santa qué era Vulgata, alcé la pierna y sí pude entrar. Ya no era una falta de respeto que yo entrara, podía hacerlo sin necesidad de pedir permiso.

Sin darme cuenta, dejé de ser invisible ante los humanos y algunos me veían caminar como si me conocieran. Mis ojos se empezaron a humedecer y solo pensaba en Rommel, mi pequeño Rommel.

—¿Qué haces aquí? Los de último año tienen que estar en el tercer piso. ¿Ya fuiste por tus cosas? No te veo con nada. Quedaron en acampar si todos traían sus sábanas y almohadas de casa. A menos que... Si no tienes, no te preocupes, te brindaremos una. ¿Cómo te llamas, muchacho?

Era un señor corpulento que me hablaba, y era la primera vez que interactuaba con alguien que no fuera Rommel, no sabía que responder ante su comentario. Tenía en sus manos una escoba, y estoy seguro de que era el conserje. La Hermana Roselle era su guardián, pero estaba afuera, junto con los demás guardianes de cada ser humano del edificio.

—Te pregunté cómo te llamabas, ¿acaso no escuchas? —el conserje hizo una mueca.

—K-ke-gan... dígame Kegan.

Solo pensaba en Rommel, y en el nombre que me dio cuando nos conocimos. Pues el que me puso, era menos evidente y no exponía mi proveniencia angelical.

—¿Solo Kegan? Bueno, niño, sube. Yo le daré a la Madre para que tengas donde dormir pero no te quiero ver por aquí. Tengo órdenes claras del Padre de castigar a cualquier alumno que no esté en su salón. No importa si están acampando toda la noche... No pueden bajar de su piso, ¿entendido?

Y yo solo asentí, esperanzado en ver a mi pequeñín. Y cuando pensé en eso, mi pecho volvió a palpitar. No sabía que era esta sensación. Era nuevo para mí. Quería hablar con mi pequeño humano, para entenderlo todo. Ver sus lindos ojos mientras me ayudaba a comprender lo que era ser un humano. Él era experto en eso, sin duda.

Un ángel sin alas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora