La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, pintando patrones dorados en el suelo de la sala de estar mientras Rafael se preparaba para otro día en la oficina. El aroma del café recién hecho llenaba la habitación, mezclándose con los sonidos alegres de los niños que jugaban en el patio trasero.
Ana, con su rostro sereno pero preocupado, se acercó a Rafael mientras él terminaba de abrocharse la camisa. -Rafa, ¿podemos hablar un momento?-, preguntó con suavidad, sus ojos castaños reflejando una mezcla de amor y preocupación.
Rafael asintió, sintiendo un nudo en el estómago mientras volvía hacia ella. -Claro, Ana. ¿Qué pasa?-, respondió, tratando de ocultar la ansiedad que lo consumía por dentro.
Ana tomó una respiración profunda antes de continuar, su voz temblorosa con emotividad contenida. -He notado que has estado muy distante últimamente. ¿Todo está bien, cariño?-.
Rafael penso por un momento, luchando por encontrar las palabras adecuadas que pudieran ocultar su oscuro secreto. -Por supuesto que sí, Ana. Simplemente he estado ocupado con el trabajo últimamente. Sabes cómo son las cosas solo hago horas extras para ganar más dinero-, respondió con una sonrisa forzada, deseando que sus mentiras pudieran convencerla de que todo estaba bajo control.
Pero Ana no estaba convencida. Sus ojos se entrecerraron ligeramente mientras estudiaba el rostro de su esposo, buscando señales de verdad detrás de su aspecto normal -Rafa, te conozco mejor que eso. Sé que algo está pasando. Por favor, dime la verdad-.
Rafael sintió el peso de sus palabras como un puñal en el corazón. Quería confesarlo todo, quería liberarse del peso de sus secretos, pero el miedo y la vergüenza lo mantenían atado en una nube de mentiras
-Ana, por favor, confía en mí. No hay nada de qué preocuparse. Todo está bien-, insistió, tratando desesperadamente de mantener la fachada de normalidad que se desmoronaba a su alrededor.
Pero Ana no se dejó engañar. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras se apartaba de él, sintiendo la distancia creciente entre ellos como un abismo infranqueable. -No puedo seguir así, Rafael. Necesitamos hablar de esto. Antes de que sea demasiado tarde-.
Rafael se quedó mirando la puerta cerrada tras la partida de Ana, sintiendo el peso abrumador de sus mentiras aplastando como una losa. Sabía que no podía seguir escondiéndose detrás de sus engaños, sabía que la verdad tarde o temprano saldría a la luz y lo arrastraría a la oscuridad que él mismo había creado. Pero aún así, no estaba preparado para enfrentar las consecuencias de sus acciones.
Cuando la puerta se cerró tras Ana, Rafael quedó paralizado en el umbral de su hogar, sintiendo el peso abrumador de la soledad y la culpa aplastando como una losa. El silencio que siguió fue ensordecedor, solo interrumpido por el sonido de sus propios pensamientos tumultuosos.
Después de un momento, reunió el coraje suficiente para moverse, pero cada paso que daba resonaba con la angustia y el arrepentimiento que lo consumían por dentro. Se dirigió hacia la ventana y contempló el patio trasero, donde los juguetes de los niños yacían abandonados en la hierba, testigos mudos de la tragedia que se desarrollaba dentro de su hogar.
-¿Qué he hecho?-, murmuró Rafael, dejando que las lágrimas finalmente escaparan de sus ojos, mezclándose con la lluvia que comenzaba a caer afuera. Se sintió perdido en un mar de confusión y remordimiento, incapaz de encontrar una salida a la situación desesperada en la que se encontraba.
El sonido de su teléfono rompió el silencio, sacándolo de su aturdimiento momentáneo. Con manos temblorosas, Rafael tomó el dispositivo y vio el nombre de Ana parpadeando en la pantalla. Con un nudo en la garganta, contestó la llamada.
-Ana, lo siento-, fue lo único que pudo decir, su voz ahogada por las lágrimas y la angustia.
Hubo un momento de silencio al otro lado de la línea, antes de que Ana finalmente respondiera, su voz temblorosa pero firme. -Ya no puedo seguir así, Rafael. Necesitamos tiempo para pensar y reflexionar sobre lo que queremos para nuestro futuro-.
Las palabras de Ana resonaron en los oídos de Rafael como un eco de condena. Sabía que había perdido algo invaluable, algo que no podía ser recuperado, y que solo él era el culpable de su propia desgracia.
-Te entiendo-, respondió con voz entrecortada, su corazón retorciéndose de dolor mientras aceptaba la realidad de que su matrimonio había llegado a su fin.
Después de una breve despedida, Rafael dejó caer el teléfono sobre la mesa y se dejó caer en el sofá, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros. Sabía que tendría que enfrentar las consecuencias de sus acciones, que tendría que luchar para reconstruir lo que había destruido con sus propias manos.
Pero en ese momento, todo lo que podía hacer era enfrentar la realidad de su soledad, de su fracaso como esposo y como hombre. Y mientras la noche caía sobre su mundo en ruinas, Rafael se sumergió en un lago de desesperación, preguntándose si alguna vez podría reparar el daño causado por el mismo .
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Tejiendo el Destino: Un Hilo de Conspiración
Science FictionUn hombre llamado Rafael tiene una vida perfecta con un trabajo exitoso y una familia amorosa, pero por culpa de sus malas decisiones lo pierde todo, recurre a conspirar con el destino en busca de recuperar todo sale mal y obtiene un castigo fatal...