Parte 1

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Chiara

Entré en la sala como tantas otras veces, con un ritmo solemne, suave. No merecía menos, aquel lugar era como mi santuario. Sus paredes guardaban momentos, palabras, miradas...y música, sobre todo música, en el más amplio sentido de la palabra. Porque la música no es solo una melodía y una letra, es todo lo que la envuelve. El momento, el lugar, la emoción, la persona, la vida...y por supuesto el alma.

Dicen que los escritores dejan una parte de sí mismos en sus obras, y yo creo que los cantantes también.

Al menos eso me sucede a mí.

Me senté al piano, deposité el cuaderno, y lo abrí en las páginas donde estaba la letra de mi nueva canción. Respiré hondo, coloqué las manos sobre el teclado, pero sin llegar a tocarlo, debía concentrarme, dejarme fluir...

Un segundo, dos segundos, tres segundos...

Con la primera nota la melodía recorrió la estancia, con mis dedos viajando entre las teclas, dando forma a la canción.

Pronto me dejé llevar.

Fue cerrar los ojos y entrar en mi mundo. Allí donde estaba todo lo que soy, lo que siento y lo que me importa. La letra salió de mis labios con timidez. Era la primera vez que realmente la cantaba junto a la melodía. La había retocado muchas veces, tantas que no estaba segura de sí conseguiría que fuera perfecta, que expresara todo lo que pretendía, aunque eso supusiera desnudarme como nunca antes lo había hecho.

Resoplé.

¡No, no, no! Seguía faltando algo.

Cambié algunas notas en mi cabeza. Empecé de nuevo.

Llevaba varios intentos, cuando sentí una presencia. Mentiría si dijera que no me hacía falta mirarla para saber que era ella. Que estaba allí.

Sus pasos eran cautelosos, como si temiera interrumpirme en medio de mi creación. Supe que se acercaba en cuanto percibí su aroma. Pero no me detuve, seguir con la canción era una necesidad y sabía que ella respetaría cada instante que precisara, aunque tuviera que estar horas a mi lado en silencio.

Su cercanía se hizo más presente cuando el asiento cedió ligeramente al sentarse. Seguía con los ojos cerrados. Llegando al estribillo de la canción, el que más me traía de cabeza, faltaba algo y no sabía el que.

Y entonces sucedió.

Sobre mis notas empezaron a sonar otras. Creando un nuevo acorde. Y de pronto algo cambió, las piezas empezaron a encajar bien. Ese toque era perfecto.

Ahora no solo mis manos viajaban sobre las teclas, las suyas también. Pero si pensaba que aquello había arreglado la canción por completo, estaba equivocada. No fue hasta que su voz hizo presencia, sensual, intrigante...con ese acento que tanto me gustaba, que llegó al culmen.

La estancia se llenó de su voz, de ella, como siempre que estábamos juntas. Y ahora sintiéndola así, incorporándose en mi canción con aquella fuerza, aquella magia, supe que nunca habría podido hacerla perfecta, porque lo que faltaba, era simplemente ELLA.

La última nota quedó suspendida en el aire. Durante unos minutos nos quedamos como atrapadas en ella. Nada se movía. Solo el roce de su mano sobre la mía, me hizo abrir los ojos.

Y allí estaba, con esas facciones perfectas como esculpidas sobre piedra. Con su hipnótica mirada y esa sonrisa cargada de luz que era solo para mí.

Sin embargo, algo no estaba bien. Lo supe cuando una lágrima recorrió mi mejilla. Mi cuerpo sabía la verdad, mientras mi mente me distraía, porque en cuanto parpadeé, tu imagen, tu presencia, se desvaneció.

No estabas allí.

Aquello empezó a resonar en mi cabeza.

No estabas allí.

Con cada palabra aumentaba la presión se en mi pecho.

No estabas allí.

Cuando el sollozo me sobrevino, desperté de golpe.

La intensidad de la luz de la estancia me dejó cegada unos instantes. Una vez recuperada, me levanté apresuradamente, tropezando con el asiento. Me había quedado dormida frente al piano. Salí por la puerta y empecé a recorrer la Academia ante la sorpresa de mis compañeros que desconocían el motivo de tanta carrera.

Cuando me asomé a uno de los últimos sitios que me quedaba, la terraza, me encontraba muy agitada y con los ojos ardiendo fruto de las lágrimas que luchaban por escapar. Creo que, si no hubiera reconocido tu precioso cabello frente al asiento, me habría derrumbado. Me aproximé, intentando recuperar el aliento.

—¿Vi...Violeta? —dije con necesidad


Violeta 

Me incorporé enseguida ante la urgencia de su voz. Al verla se me encogió el corazón. Respiraba entrecortadamente, tenía el rostro enrojecido y los ojos acuosos.

—¿Kiki? ¿Qué ha pasado? —Pregunté.

No respondió, solo me miró con mucha intensidad, antes de acercarse y abrazarme por los hombros. Instintivamente la acompañé. Así eran nuestros abrazos. Siempre correspondidos, siempre recibidos, siempre permitidos, siempre curativos.

La estreché por la cintura con ligereza acercándola más a mi cuerpo. Podía sentir su calor incluso a través de la ropa. Su cabeza encontró mi cuello y con ello un suspiro de alivio salió de su interior. La abracé con más fuerza.

Nos quedamos así unos instantes. Ella y yo. En nuestro pequeño mundo. Donde nada podía dañarnos. Donde protegernos. Donde querernos y ser simplemente Chiara y Violeta.

Poco a poco empecé acariciar su espalda, dibujando formas con los dedos. Sentí como de pronto se removía. Un simple movimiento de cabeza y sus labios rozaron la piel de mi cuello haciéndome estremecer por completo.

—He...he soñado que ya no estabas —me susurró con la voz cortada. Tragué saliva. La entendía perfectamente. Aquella semana era la última y queríamos disfrutarla al máximo, pero resultaba inevitable no pensar en que una se quedaría dentro y la otra fuera. Desde que supe de nuestra nominación conjunta, algo en mi interior me decía que sería la elegida, asique por encima de mis sentimientos, llevaba desde el final de aquella gala, preparándola para mi salida. Sabía que Kiki era fuerte, pero acompañarla para ese momento también me ayudaba a mí. Solo esperaba que aquel intento de prepararla no la hiciera de alguna forma daño.

Desde aquella noticia, decidimos hacer muchas de las cosas que sabíamos que ya no podríamos y hablamos de todo lo que nos gustaría hacer fuera. Porque aquello no eran falsas promesas, quería que sintiera la verdad en mí, que aquello no nos iba a separar, que nos reuniríamos, que yo estaría ahí esperándola, siempre.

Asique respiré hondo para decirla, con toda mi entereza, de nuevo la verdad.

—Aunque este abismo te asuste —le susurré al oído, pudiendo notar como su piel se erizaba y su respiración se aceleraba. Con intención, fui retrocediendo hasta quedar frente a ella a escasos centímetros de sus labios. Casi podía rozarlos, pero aún no era el momento. Sus manos descendieron por mis brazos, buscando entrelazar nuestras manos. Ambas cerramos los ojos. No hacía falta mirarnos, podíamos sentir todo. Acaricié sus manos, antes de soltar una de ellas, la derecha, para alzarla y acariciar su mejilla con suavidad. Enseguida noté el apretón en la mano que aún teníamos unida. Bajé la caricia a su clavícula con la yema de los dedos para después, terminar en su cuello. Ligeramente la acerqué lo justo para un lograr un tímido contacto, que provocó un "Violeta" ahogado en su boca que casi me hace perder la poca compostura que me quedaba—te espero al otro lado—sentencié antes de lanzarme a la verdad, a lo que sentía, al deseo, y al contrario que en IKAG, ser yo la que tomara la iniciativa. Si ella me besó con lengua, yo no iba a ser menos.

La unión entre tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora