5- Calmando al corazón

84 41 24
                                    

Capítulo 5: Calmando al corazón


La oscuridad te envolvía, y aunque estabas completamente inconsciente, sentías en lo profundo de tu ser un leve alivio. Tu cuerpo, sometido por la fiebre, se había rendido al descanso necesario para recuperarse. El calor que antes quemaba tus sentidos comenzaba a disiparse lentamente, dejando tras de sí una sensación de calma.

Cuando abriste los ojos, te encontraste con el techo blanco y las luces tenues de la enfermería. Te tomó un momento ubicarte; la confusión y el cansancio aún nublaban tu mente. Lentamente giraste la cabeza para observar el lugar, pero los recuerdos del aula y el examen seguían desordenados en tu memoria.

Poco después, la puerta se abrió suavemente, y Gabriel entró. Su expresión cambió al verte despierta: una mezcla de alivio y preocupación se dibujó en su rostro mientras se acercaba a ti.
—Me alegra que hayas despertado. ¿Cómo te sientes?

—Estoy mejor, gracias —respondiste, aunque tu voz salió más débil de lo que esperabas. Lo miraste confundida—. ¿Cómo llegué aquí?

Gabriel dio un paso más cerca, frotándose nerviosamente la nuca.
—Yo te traje... Te vi caer inconsciente durante el examen. No podía dejarte ahí. ¿Estás segura de que estás bien?

Sentiste una punzada de vergüenza al imaginar la escena, pero también un inesperado calor en el pecho al saber que él había estado contigo.
—Gracias por traerme... Sí, estoy bien —asentiste, tratando de sonreírle.

Gabriel sonrió con suavidad, aunque parecía evitar mirarte directamente a los ojos.
—Estaba realmente preocupado por ti —admitió, desviando la mirada mientras se cruzaba de brazos. Su tono intentaba ser casual, pero sus gestos lo traicionaban—. Sólo quería asegurarme de que estabas bien.

—E-está bien... Gracias —dijiste, sintiendo cómo el calor subía a tus mejillas. Cada vez que se mostraba tan atento contigo, tus sentimientos se volvían imposibles de esconder, y eso te ponía aún más nerviosa.

Él se aclaró la garganta, rompiendo el breve silencio.
—Me alegra que te sientas mejor. Si necesitas algo, sólo dímelo.

—Sí, claro... Gracias —respondiste, intentando no mirar fijamente su rostro.

Un pensamiento te cruzó la mente, y sin darte cuenta, las palabras salieron de tu boca:
—¿Qué tal las cosas con tu novia?

Gabriel levantó la vista rápidamente, sorprendido por la pregunta. Por un breve instante, su expresión cambió, y una sombra de molestia cruzó su rostro antes de que la reemplazara con una sonrisa forzada. Se encogió de hombros.
—No muy bien... —confesó, con un tono más sombrío—. Creo que estamos camino a una ruptura o algo así.

Sus palabras te golpearon más fuerte de lo que esperabas.
—¿Cómo te sientes al respecto? —preguntaste, tu voz apenas un susurro.

Él suspiró, y sus ojos se posaron en el suelo mientras hablaba.
—Apesta... Pero, ¿qué puedo hacer? —dijo con una mezcla de frustración y resignación—. Trato de que las cosas funcionen, pero ella no cede. Es como si nada de lo que hiciera fuera suficiente.

Sin decir nada, palmeaste suavemente la camilla, indicándole que se sentara a tu lado. Gabriel titubeó al principio, pero finalmente se acercó y se sentó, aunque su postura estaba rígida y nerviosa. Notaste el leve rubor en sus mejillas mientras evitaba mirarte.

Sin pensarlo demasiado, lo abrazaste. Sabías que él lo necesitaba, y aunque tu corazón latía con fuerza por el contacto, te concentraste en calmarlo. Sentiste cómo su cuerpo se relajaba lentamente bajo tu abrazo, y un leve suspiro escapó de sus labios.

—Si se quieren, encontrarán la manera de arreglar las cosas —murmuraste, aunque no estabas segura de creer del todo en tus propias palabras.

Gabriel cerró los ojos un momento y asintió.
—Sí... Tienes razón. Aún no nos hemos rendido del todo. Espero que ella también quiera intentarlo, o esto no funcionará.

Te apartaste ligeramente para mirarlo, y sin pensar, las palabras salieron de tus labios antes de poder detenerte:
—¿La quieres?

El silencio que siguió fue ensordecedor. Gabriel te miró con sorpresa, y su rostro se tornó rojo casi al instante. Desvió la mirada, jugando con sus manos nerviosamente.
—B-bueno... S-sí. Todavía la quiero... —admitió con torpeza—. Es mi novia, ¿no?

Su respuesta te atravesó como un cuchillo, aunque intentaste ocultar tu decepción tras una sonrisa forzada. "¿Qué esperabas? Claro que la quiere. Fui egoísta al pensar lo contrario", te reprendiste mentalmente.

Sin embargo, él parecía inquieto. Podías notar que algo en su tono no era tan firme como debería ser. Sus ojos, aunque esquivaban los tuyos, reflejaban una lucha interna.

—Bueno... Creo que debería dejarte descansar —dijo abruptamente mientras se levantaba, pareciendo ansioso por escapar de la tensión en el aire—. Nos vemos luego, ¿de acuerdo?

—Claro... Nos vemos —murmuraste, viendo cómo se alejaba.

Cuando la puerta se cerró tras él, dejaste caer la cabeza contra la almohada. Las lágrimas amenazaban con salir, pero te negaste a dejarlas caer. El beso en la biblioteca, el abrazo, sus palabras... Todo era un caos en tu mente.

"¿Por qué me siento así? Él nunca será mío. Lo sé... Pero, ¿cómo hago para dejar de sentir esto?", pensaste, mientras cerrabas los ojos y luchabas contra las emociones que te embargaban.







Si están disfrutando la historia, no olviden votar con ☆ en cada capítulo y compartir sus comentarios. Sus opiniones son muy importantes para mí, y las leeré con mucho gusto.

¡Gracias por su apoyo y nos vemos en el próximo capítulo!.

Un Romance en Tres PuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora