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Hay que admitirlo chicos, todos en esta vida tuvimos a aquella persona que llego, nos hizo enamorarnos y tras tener todo ese amor en las manos, fuimos abandonados y quedamos dolidos porque no supimos que hacer con ese amor que aún seguía intacto.

Dedicado a todos aquellos que alguna ves se enamoraron de alguien y tras pensar que era correspondido se dieron cuenta, que solo fue un casi algo.

-Arianna Arias.

Capítulo I

Otra vez mi mala suerte no descansaba, resulta que nos habían distribuido por toda la ciudad a toda mi clase para empezar la pasantía, que justo empezaba mañana, y resulta que, por faltar ese día, me toco a tres horas de mi casa.

Es verdad que el ser salado no tiene un día de descanso.

Aunque me dijeron que iba a estar en una clínica muy prestigiosa y que me iría bien sirviendo como enfermera, no me importaba, tendría que salir de mi casa y por culpa de mi madre, ella dio la idea, mudarme con mi abuela.

Y en eso me encontraba el día de hoy, eran las ocho de la noche y mañana tendría turno a las siete de la mañana, aun estaban todas mis cosas tiradas por mi habitación y creo que mi uniforme ni siquiera estaba planchado.

- ¿Estarás bien? -Cuestiono mi padre viendo el desastre de mi habitación.

-Creo que si-Afirme no muy segura.

-Lamento esto, sé que quizás querías un traslado, pero a la abuela no le caería mal un poco de compañía, cariño-Mi madre tomo mis manos entre la suyas y luego beso mi mejilla-Estarás bien.

Asentí.

Era cierto, necesitaba vivir otro aire, y por supuesto amaba a mi abuela, estar con ella estos meses me caería bien.

-Vendremos de visita-Grito mi madre saliendo de la casa.

Abrace a mi abuela desde atrás y mire como mis padres se marchaban.

-Creo que seremos solo tú y yo, Adriana.

Solo ella y yo, estos meses, nadie más.

Ambas cerramos la puerta y nos movimos a mi habitación donde mi adorada abuela me ayudo con mi desastre, charlamos durante mucho tiempo hasta el punto de que no me di cuenta cuando mis ojos se cerraron.

La estúpida alarma sonó, gritándome que llegaría tarde a mi primer día como pasante de enfermería.

-Ni siquiera planche el uniforme-Grite tirándome al suelo de un salto y corriendo al armario donde me sorprendí al ver mi uniforme blanco colgado firmemente planchado sin ninguna arruga.

Debió ser la abuela.

Me di una larga ducha para despejar todo el cansancio de la mudanza que tenía en mi cara, se supone que hoy era el primer día, debo dar una buena impresión.

Tome mi uniforme en una bolsa, me dispuse a ponerme algo sport y peinarme con una coleta alta, que al llegar taparía con mi gorro.

-Buenas abue-Le di un beso en la mejilla y me senté a su lado.

Ella estaba tomando su café matutino.

- ¿Quieres café? -Negue.

Odiaba el café.

-Estoy bien con mi jugo, comprare algo para almorzar, llego a las tres de la tarde, cualquier cosa me llamas.

-Ni porque este tan anciana para ir a buscar ayuda donde ti, estoy en mis mejores años cariño-Me reí y Sali de la casa.

La clínica estaba a ocho minutos de la casa, y aun era temprano, caminar no me caería mal.

Al llegar me encontré con la de recepción quien me brindo una sonrisa y un buen día, estábamos empezando bien. Subí al quinto piso donde me dijeron que debía estar, me guiaron a una habitación donde me coloqué el uniforme y Sali.

Detrás de mi casi algoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora