Capítulo 1

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No supo qué decir ante el vestigio de un amor muerto disuelto con las brisas de un atardecer funesto.

Era imposible recomponer las decenas de corazones rotos en ese día. Las perlas saladas inundaron el recinto, empaparon la vegetación ficticia, hicieron que la magia de un gran mago se disparara en partículas doradas, en las ilusiones todavía frescas de los más ingenuos.

Una luz se apagó como la llama del candil decorativo. Una antigua canción resonó en lo profundo de su memoria, allá entre tantos bellos recuerdos, las carcajadas y susurros suaves volvían como torrentes de electricidad, haciendo que el pobre hombre se retorciera en su sitio, que cayera hasta estamparse las cicatrizadas rodillas en una alfombra gris.
       Frente a él, un segundo hombre se postraba gallardo, con los puños apretados, tensados al punto que los nudillos se tiñeron de blanco, en donde las venas verdosas y azuladas parecían palpitar en sus antebrazos. Pero nadie vio, ningún ser juzgó el trance de un par de sujetos con un pasado en común.

Chifuyu sintió su garganta amarrada, rasgada y seca, aún si forzaba los tragos de saliva, no podía desatar los mil nudos hechos, mismos que le robaron la voz. Era una locura fijarse en sus labios, rotos y a la vez humedecidos por las lágrimas.

Chifuyu estaba quemándose entero. Moría en un ardor intranquilo; en intensas llamas, se convertía en ceniza al pensar que ese día una de las personas que más amaba y admiraba como a nadie más, había hecho un último espectáculo de magia demasiado cruel.

Desapareció a pesar de tener su cuerpo ahí presente, le quitó algo a todos los que conoció. Tatsuro logró al final ser lo que siempre quiso: una persona inolvidable. Y como un gran mago, jamás reveló sus secretos, pero dejó herederos de su poder, a Chifuyu Matsuno, su hijastro, y a Chiyo Yamashita, su única hija.

Dos hermanos que en solitario enfrentaban la pérdida, impidiendo los abrazos y el cariño generoso de sus seres queridos, puesto que querían ser "fuertes". Chiyo sabía que de ver a su padre, no se desprendería de él, y evitaba tanto ver hacia la caja que lo protegería hasta su natural fusión con la tierra, pero no tuvo esa llamada fuerza de voluntad para mirar el horizonte que tantas veces admiró junto a su padre.
En busca de un mejor lugar, del sitio favorito de sueños protegidos, encontró a su padre y en su pecho volvió a acurrucarse como cuando era una niña.

Mientras que el hermano se abrazaba con urgencia, intentando replicar la calidez de su padrastro, quién en vida le brindó su consuelo y consejos divertidos. Kazutora lo miraba sin aquellos ojos amantes del  amor.

Chifuyu sufría un desgarro en el alma y un abandono eterno.

Ninguno quiso recordar la primera vez que se rompieron el corazón, por culpa de palabras necias, de oídos sordos y razones estúpidas. No era la ocasión para tomarse de las manos, entregarse una mirada de amor intenso que ciertamente estaba caducado en su presente.

No sabían que su amor era como la miel, casi imposible de saber amarga después de su reposo y falso olvido. Entre Chifuyu y Kazutora seguía el polen regado, con el néctar esperando a ser consumido, prohibido para abejas que no vinieran del centro de sus corazones.

Kazutora dejaba de empuñar las manos para ponerse en cuclillas y forzar a que Chifuyu, su único novio y pareja desde una etapa temprana, se deshiciera de su postura de caparazón, en donde enterraba la mejilla contra la alfombra y la iba tiñendo de lágrimas.

—Chifuyu, levántate.

—No quiero, no puedo...— se arrinconó, dejando la cabeza en contacto con la rugosa pared.— No quiero Kazutora, no quiero esto que está pasando...— sintió la presión en sus brazos, la fuerza con la que los dedos de su viejo amor buscaron tatuarle la piel por instantes.—Suéltame...

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⏰ Última actualización: Oct 20 ⏰

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