Prólogo.

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— N-no pares

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N-no pares.. — La voz de Obanai se quebraba entre jadeos, implorante por más de aquellas caricias que solo ese alfa misterioso podía darle.

No lo haré. — La respuesta resonó en sus oídos como una promesa oscura, acompañada de un tono tan seductor que un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Era como si aquellas palabras hubiesen acariciado cada fibra de su ser, debilitando cualquier vestigio de resistencia.

Obanai, el fuerte y respetado pilar de la Serpiente, conocido por su actitud fría y desinteresada, jamás hubiera imaginado encontrarse en una situación así. Un hombre tan enojado y arisco, ahora reducido a una personalidad vulnerable y sumisa con jadeos y suspiros bajo el tacto de alguien cuyo rostro no podía vislumbrar con claridad.

Su corazón latía desenfrenado mientras sus sentidos se llenaban del penetrante aroma de feromonas que lo envolvían, atrayéndolo como una mariposa a la llama. Era casi hipnótico, y por alguna razón, no le importaba quién era el hombre que lo tocaba. No necesitaba saberlo. El simple hecho de sentirlo tan cerca, de experimentar ese romance oculto en sus gestos y su presencia, bastaba para que Obanai se entregara por completo.

Las manos del alfa recorrían su cuello, sembrando suaves besos que iban irritando su piel, dejando a su paso marcas de pasión, pequeños rastros de posesión.

El calor de esos labios contrastaba con la frialdad que normalmente habitaba en el alma del pilar. Pequeños gemidos escapaban de su garganta mientras el alfa se deleitaba en su piel pálida, depositando chupetones aquí y allá, transformando cada rincón en su territorio marcado.

Las manos del azabache, temblorosas y ansiosas, buscaron refugio en la espalda del alfa, aferrándose a él como si temiera que aquel momento pudiera desvanecerse en cualquier segundo.

Te gusta esto, ¿verdad?  — El alfa murmuró en su oído, su voz profunda, grave, cargada de una autoridad que hacía vibrar el ambiente, pero mezclada con una ternura que parecía reservada solo para su omega.

S-sí, quiero más. — Las palabras de Obanai se desvanecieron en un susurro, interrumpidas por un beso que no esperaba pero necesitaba, suave pero firme, lleno de una pasión contenida que apenas comenzaba a desbordarse.

El beso lo envolvió en una vorágine de sensaciones. Obanai cerró los ojos, abandonándose por completo a esa oleada de placer. No necesitaba abrirlos, solo sentir. Cada segundo era un recordatorio de cuán vivo estaba, de cómo su cuerpo ansiaba más, mucho más. Sus labios se movían al compás de los del alfa, cada roce alimentando un fuego incontrolable que crecía entre ellos.

El beso se intensificaba con cada segundo que pasaba, uniendo sus bocas en un baile desesperado de deseo y lujuria. Las lenguas se encontraban, explorándose con avidez, y el cuarto se llenaba con el sonido de sus jadeos, de sus respiraciones entrecortadas.

Un sueño más (Saneoba)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora