la canción del recuerdo perdido

2 0 0
                                    

La oscuridad envolvía la habitación con un manto denso y silencioso. Los muebles, apenas visibles en la penumbra, parecían desvanecerse en la negrura de la noche. Era una noche como cualquier otra, pero para mí, estaba marcada por un palpitar ansioso que me hacía sentir que mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho.

Me encontraba sentado en mi escritorio, con la luz tenue de una lámpara iluminando apenas el papel frente a mí. Mis dedos temblaban ligeramente sobre el teclado del ordenador, incapaces de plasmar las palabras que danzaban en mi mente. Inspiré profundamente, tratando de calmar los latidos desbocados de mi corazón, pero era inútil.

De repente, un sonido rompió el silencio de la noche. Un murmullo suave, casi imperceptible, se filtró a través de las paredes de mi apartamento. Se me pusieron los pelos de punta al reconocer la melodía: era la canción que solía cantar mi abuela cuando era niño. Una canción de cuna que me arrullaba en las noches más oscuras, infundiéndome un sentido de seguridad y calma.

El murmullo se hizo más fuerte, más definido, como si la voz de mi abuela estuviera presente en la habitación conmigo. Cerré los ojos, dejándome llevar por la nostalgia de aquellos tiempos pasados, cuando todo era más simple y menos aterrador.

De repente, un escalofrío recorrió mi espalda y se me pusieron los pelos de punta. La voz se había detenido abruptamente, dejando un silencio ominoso en su lugar. Mis ojos se abrieron de par en par, escudriñando la oscuridad en busca de alguna señal de lo que acababa de suceder.

Entonces, lo vi. Una figura oscura se recortaba en la penumbra, apenas visible en la esquina de la habitación. Mi corazón comenzó a latir con más fuerza que nunca, amenazando con escapar de mi pecho en cualquier momento. ¿Quién era esa persona? ¿Cómo había entrado en mi apartamento sin que yo me diera cuenta?

Intenté hablar, pero las palabras se atascaron en mi garganta, como si un nudo invisible me impidiera articular un solo sonido. La figura se acercó lentamente, cada paso resonando en el silencio de la noche. No sabía qué hacer, qué decir, cómo reaccionar. Solo podía esperar, impotente, a que la situación se resolviera por sí sola.

Finalmente, la figura llegó lo suficientemente cerca como para distinguir sus rasgos. Era una mujer joven, de cabello oscuro y ojos penetrantes que parecían leer mi alma. Su mirada me atravesó como una flecha, haciendo que me estremeciera de pies a cabeza.

"¿Quién eres tú?" pregunté, apenas capaz de articular las palabras.

La mujer sonrió, pero no había calidez en su expresión. Era una sonrisa fría, calculadora, que enviaba escalofríos por mi espalda.

"¿No lo recuerdas?" dijo, su voz resonando en la habitación.

Intenté recordar, pero mi mente era un torbellino de confusión y miedo. ¿Debería reconocerla? ¿Había conocido a esta mujer antes?

"Lo siento, no..." murmuré, sintiendo que la habitación giraba a mi alrededor.

La mujer se acercó un poco más, hasta que estuvo justo frente a mí. Su presencia era abrumadora, como si estuviera cargada de electricidad estática que me hacía temblar de pies a cabeza.

"Has olvidado quién eres", dijo con voz suave pero firme. "Pero no te preocupes. Estoy aquí para recordarte".

Antes de que pudiera decir otra palabra, la mujer extendió la mano y tocó mi frente con la punta de sus dedos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, como si una corriente eléctrica me atravesara de repente. Un torbellino de imágenes y recuerdos inundó mi mente, llevándome de vuelta a mi infancia, a momentos que creía olvidados.

Vi a mi abuela cantando aquella canción de cuna, meciéndome entre sus brazos con ternura y amor. Vi mi primer día de escuela, mis amigos riendo y jugando en el patio de recreo. Vi momentos de alegría y felicidad, pero también momentos de dolor y tristeza que había enterrado en lo más profundo de mi ser.

Y entonces, entendí. Entendí quién era realmente, qué significaba esta visita inesperada en medio de la noche. La mujer frente a mí no era una extraña, sino una parte de mí mismo que había perdido en el camino.

"¿Cómo... cómo es posible?" balbuceé, incapaz de comprender lo que acababa de suceder.

La mujer sonrió de nuevo, pero esta vez había algo más en su expresión. Había compasión, entendimiento, como si supiera lo que estaba pasando por mi mente en ese momento.

"Todos tenemos partes de nosotros mismos que hemos olvidado", dijo. "Pero eso no significa que estén perdidas para siempre. Si estás dispuesto a recordar, si estás dispuesto a enfrentarte a tu pasado y aceptarlo, entonces podrás encontrar la paz que tanto ansías".

Mis manos temblaban mientras alcanzaba la suya. Sentí una corriente de energía pasar entre nosotros, una conexión que trascendía las palabras y los pensamientos. En ese momento, supe lo que debía hacer.

Con un suspiro profundo, cerré los ojos y dejé que mi respiración se calmara. Dejé que todos los miedos y dudas que me habían atormentado durante tanto tiempo se desvanecieran en la oscuridad de la noche. Y entonces, empecé a cantar.

La melodía fluyó de mí como un río, llevando consigo todos los recuerdos y emociones que había enterrado en lo más profundo de mi ser. Canté sobre la alegría y el dolor, sobre la esperanza y el desespero, dejando que cada palabra resonara en el silencio de la habitación.

Y mientras cantaba, sentí cómo mi corazón volvía a latir con fuerza en mi pecho. Ya no tenía miedo de enfrentar mi pasado, de aceptar quién

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 01 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La Canción del Corazón Donde viven las historias. Descúbrelo ahora