Heroes in the Stars Episodio III: La Era del Caos

El Surgimiento

SISTEMA ILUM

ILUM

1 DE MAYO 2151

Ha habido leyendas ocultas, historias del pasado de la galaxia que cuentan sobre poderosos guerreros que defendían la galaxia, los poderosos Jedi, historias que con el tiempo han quedado en el pasado, pocos las recuerdan y quienes lo recuerdan dejaron de creer en historias hace mucho tiempo. La leyenda de los Jedi se volvió un mito, pero los mitos pueden guardar muchas sorpresas, algunas de ellas ocultas en los lugares más profundos del universo.

Una nave de combate de poco uso, un X-Wing llegó al planeta Ilum, un planeta de hielo y tormentas que pocos se atreven a pisar, un planeta que es hogar de muchas leyendas. Aquella nave, tripulada por un solo hombre y un droide, logró aterrizar en un lugar seguro, una zona de nieve y poco viento que no era un peligro, un par de kilómetros frente a ellos, una enorme tormenta de nieve en forma de remolino, fuertes vientos y cantidades enormes de nieve en el aire que, aun con todo ese poder natural, no lograba que la tormenta se moviera.

El piloto, cubierto por completo en una capucha para protegerse del frío bajó de la nave, el droide quiso bajar a acompañarlo pero el piloto con solo levantar la mano le hizo saber que no era necesario y que debía esperar. Así, sin armas, vehículos o provisiones, el piloto se alejó de la nave a pie, empezando así su viaje hacia el centro de la tormenta.

No había ningún ser vivo, ningún rastro, no había nada en esa tormenta más que el resonar de la misma mientras toda la nieve bloqueaba la vista por completo, no había forma alguna de que alguien sobreviviera ahí dentro, pero el piloto no se detuvo, su cuerpo emanaba cierto brillo mientras sus pasos rechinaban como si de una maquina se tratara, se aferraba a su capucha, su única protección del frio exterior, un frio que aun con lo violento y feroz que era, no lo detuvo.

El Piloto siguió su camino sin importar que, caminó y caminó por horas a través de la tormenta hasta llegar a una colina, siguió y siguió sin detenerse por nada y después de subir la colina logró encontrar una cueva, el interior de la cueva era completamente oscuro, pero mucho más tranquilo que la tormenta de fuera, lo que apenas se lograba ver era un montón de roca, posiblemente ladrillos y hielo, mucho hielo.

El piloto, guiado por su instinto entró todavía más profundo en la cueva, sus pisadas resonaban como metal y no tenía una linterna o algo para iluminar, pero no era necesario, después de un rato algunos de los enormes trozos de hielo empezaron a emanar una notable luz blanca, eran muy pocos pero se evidenciaba que no eran hielos, sino cristales. Los cristales le mostraron al piloto el pasillo que estaba siguiendo, un pasillo que terminaba en un circulo en el piso, rodeado por tres estatuas completamente destrozadas y un enorme cristal puntiagudo colgando del techo.

El piloto no temía del cristal, se acercó al círculo parándose justo en el centro y haciendo que los cristales emanaran un brillo todavía más intenso. Junto con los cristales una pequeña luz se generó en el pecho del piloto, una figura de corazón verde que brillaba desde el interior, emanando también unos delgados hilos de luz que viajaban desde ese corazón, su alma, hacia los cristales que lo rodeaban, haciendo que su luz se volviera del mismo tono esmeralda.

Una vez todos los cristales se impregnaron de ese tono verde, el cristal de la cima empezó a resquebrajarse, toda la cueva empezaba a temblar como si fuera a derrumbarse, pero el piloto ni se inmutó, el temblor siguió hasta que el cristal se rompió, un pequeño pedazo de la punta cayó lenta y suavemente como una pluma, llegando hasta la mano extendida del piloto. El piloto sacó de debajo de su capucha un saco que en su interior contenía piezas de metal de varios tipos, todas las piezas salieron del saco por si solas, flotando alrededor del cristal y uniéndose para crear un dispositivo que contuviera el cristal. Una vez el dispositivo estuvo armado la tormenta se detuvo.