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La impaciencia que sentía hizo que Yuuji se mostrara inusualmente inquieta. Durante la mayor parte de los cuarenta y cinco minutos que llevaba como invitada en la fastuosa mansión de campo de la señora Rodney, se había dedicado a mordisquear pasteles de crema en los que la crema brillaba por su ausencia y a beber té aguado mientras escuchaba cómo su anfitriona y otras cuatro damas chismorreaban desaforadamente. Las mujeres hacían caso omiso de su presencia, salvo en algún comentario casual, y en general la miraban como si fuera una especie de insecto indeseable, aunque intrigante y exótico. Estaba claro que ninguna de esas damas tenía mucho en común con ella, más allá de modales sociales necesarios para comunicarse con educación. A diferencia de ellas, Yuuji no había adquirido esas formas distinguidas gracias a toda una infancia de tutores y disciplina, sino mediante la observación, la práctica y la perseverancia.

En esencia, era una más de ellas, y eso a las damas no les hacía ninguna gracia, pero no porque encontraran nada malo en ella, sino porque era francesa. Su nacionalidad despertaba en ellas un irracional e imperdonable sentimiento de agravio que no se esforzaban mucho por ocultar. Y eso hacía que Yuuji hirviera de furia. Ella era medio inglesa, aunque no podría revelar ese secreto sin sacar también a la luz las escandalosas circunstancias de su nacimiento. Hablar de ello acarrearía preguntas que aún no estaba preparada para responder, y fomentaría ese tipo de compasión que no podía soportar. Ése era el principal motivo por el que había decidido vivir en Francia y no en Inglaterra; detestaba su herencia francesa y todo lo que esta representaba, pero debía tolerarla y asumir su posición en la vida para ayudar al país que amaba y a sus ciudadanos, que siempre la considerarían una extranjera.

Estaba sentada en una pequeña silla blanca de hierro forjado con el respaldo recto que tenía un duro y redondeado asiento, y si bien su cuerpo encajaba en él a la perfección, estaba segura de que las otras se encontraban bastante apretadas. Eso le produjo una considerable satisfacción. Cogió un segundo pastelito de crema, y no porque tuviera ganas, sino porque eso le permitía ocupar sus inquietas manos con algo.

Las seis se encontraban alrededor de la mesa de hierro forjado a juego, cubierta con un mantel de encaje blanco y delicada porcelana rosada, que estaba situada en el extremo sudoeste del fragante invernadero cuajado de flores de la señora Rodney. El sol brillaba por primera vez desde la tarde que llegara a Winter Garden casi una semana atrás, y aunque fuera hacía frío, las enormes ventanas del invernadero absorbían la luz del sol y mantenían el ambiente tan cálido como si fuera verano.

Yuuji estaba sentada de espaldas al sol con su vestido de tarde de seda malva claro, el cual, aunque de tejido costoso y corte modesto, tenía una sobrefalda acentuada por dos largos y voluminosos lazos de color crema cerca del dobladillo, el escote cuadrado y una estrecha cintura ribeteada con encaje del mismo color. El corpiño era ceñido aunque recatado; las mangas anchas y abultadas llegaban hasta la mitad del antebrazo, y con el cabello rosa recogido en la parte posterior de la cabeza, encajaba a la perfección con el aspecto de una joven y clásica viuda ataviada para una reunión vespertina.

Lady Isadora Birmingham estaba sentada a su derecha. Era una dama vivaracha de unos sesenta y cinco años, con un rostro sonrosado y alegre y una figura redondeada que dejaban claro que había sido una preciosidad en su juventud. Era la única del grupo que había sido amable con Yuuji , ya que le había hecho un par de preguntas y había mostrado verdadero interés en las respuestas.

La señora Catherine Mossley ocupaba el asiento contiguo. Era una mujer corpulenta que no dejaba de engullir pasteles de crema mientras hablaba, algo que, por otra parte, hacía sin cesar. Lo único que tenía de dama era el nombre, en opinión de Yuuji , ya que sus modales a la mesa eran los de un cerdo de campo. No obstante, y eso era lo que la hacía merecedora de una invitación, poseía también una fortuna que había heredado de su fallecido marido; al parecer, el hombre había ganado mucho dinero en la industria del gas antes de morir de forma prematura en un incendio de la fábrica que, por suerte, dejó su dinero y su buen nombre intactos.

Winter Garde [GoYuu]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora