Gigi anda de regreso del trabajo, estuvo en el tribunal defendiendo el caso de su último cliente. Sube a su auto, con su maletín Vinotinto y un ramo de flores azucenas blancas que adorna en el asiento del copiloto. Viaja diariamente por una ruta que toma alrededor de una hora a las fueras de Toronto. Llama a su prometida Ana, con el volante en mano y al mirar la hora en su reloj Cartier nota que ya son más de las cinco de la tarde, mientras en su radio suena Weast Coast, hay cielo despejado y comienza a atardecer.
—Hola mi amor, ¿Cómo estás?
—Hola cielo, bien, ¿ya vienes, verdad? ¿Cómo estás?
—Sí, ya estoy en camino. Qué bien que estás bien, yo igual, pero algo cansada.
—Está bien, cuando llegues te tendré preparado algo y podrás descansar conmigo. Atenta al camino, ¿sí?
—Lo que tu digas mi vida, también te llevo algo aquí.
—Uy, ya quiero que llegues...
—¿Por el regalo o por mí?
—¿Ambos no cuentan como regalo?Ambas ríen, jugando a quién es más coqueta.
—Esa estuvo buena. Ya llegaré en un rato verás.
—No andes tan rápido como si no hubiera límite de velocidad Gigi.
—Es un jaguar linda, se tiene que usar correctamente.El tono de regaño de Ana no quita el desafío de Gigi por llegar temprano, más que el disfrutar de la vista rural hasta su hogar.
—Te amo, bye.—Se despide Ana apresurada.—
—Yo también te amo.Con la carretera despejada y sin supervisión de su novia, Gigi acelera en segunda mientras el viento le hace volar su corbata con printe de helechos turquesas, que combinan con su blazer satinado negro. Se retira la corbata, se pone sus gafas de sol y sigue en camino.
Ana ha pasado todo el día ocupada, como es de costumbre siendo la señora de la casa. Primero, después de desayunar en la banca del patio, alrededor de sus ovejas y gansos, entra a arreglar la cocina, asearse y revisar el jardín. Llegando la hora del almuerzo se prepara pollo a la cacciatore mientras mira el DVD del Diario de la Princesa. Después arregla su manicura en el cuarto estudio de Gigi y limpia para que no se de cuenta que estuvo ahí. Lee un poco en internet sobre el trabajo de su prometida y se queda dormida en el sofá de la sala, hasta que recibe la llamada de Gigi anterior. Revisa el ganado, lo alimenta y se pone a preparar el plato favorito de su amada.
Gigi llega por fin a una cabaña de dos pisos, granja de la que usan alrededor de unas 60 hectáreas de las 120 que les resta de paisaje, un gran lujo. La casita de muñecas en vida real, de 273m², techo redondo Vinotinto y paredes verdes pastel, está llena de enredaderas, con flores muy bellas. Parquea su auto en el garaje y entra a casa, con ramo de flores en mano, deja su maletín en el comedor y Ana la descubre.
—Hola mi amor.—Dijo y se lanzó a besarla.
—Te traje las flores de este mes.
—Son preciosas... ¿en serio harás esto cada mes?
—No duran mucho... pero me encanta adornarlas con tu sonrisa.
—Ay... amor...—Ana toma enternecida por el momento, el ramo dejándolo en la encimera de la cocina y siente las manos de Gigi en su cintura, estando detrás suyo.—Estás bellísima. Siempre pero, tenía que decirlo.
Ana recibe el halago con una sonrisa mientras que Gigi la intimida con su mirada. Pasa las manos de su cintura a rostro y la acerca a ella para besarla suavemente, sin dejar de acariciar su mejilla.
—Te amo.
—Yo también te amo.—Le responde Ana, sonriendo.