VI. Los castrati.

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Oír el desconsolado llanto de una madre desesperada en la sala de espera del hospital no era nada reconfortante para Fourth, el cual temblaba en los brazos de su hermana mayor, que le acariciaba con una mano sus pelitos e intentaba consolarlo, diciéndole que nada de lo que había sucedido fue su culpa.

Definitivamente, todo era su culpa.

Podría haber aguantado un par de quemaduras en su piel, porque no eran nada comparado a un ataque al corazón. No hubiese pasado de un castigo, porque su padre jamás podría herirlo con gravedad...

¿O si?

Ambos hermanos Nattawat observaron la puerta del frente en cuanto ésta se abrió, con su madre saliendo y dedicándoles una débil sonrisa. Fourth no sabía si aquello era bueno o malo. Lookwa se acercó a sus hijos, tomando el asiento de un lado de Milk y observándolos por un momento.

—Niños, no lloren. Su papá está bien, se va a recuperar —Besó la frente de ambos—. Tienen que rezar y Dios va a arreglarlo todo. Estará en observación esta noche, y se va a recuperar, poco a poco. No debe llevarse disgustos, y debe comer saludable. Lo cuidaremos entre los tres, tranquilos.

A pesar de la sonrisa de su madre y el profundo de alivio saliendo por los labios de Milk, Fourth temblaba como una hoja, y tenía el color de ésta. Estaba descompuesto, mareado, disgustado...

—Milk, cielo, ve con tu hermano a la cafetería —Dijo a la vez que le entregaba dinero a la mayor de los hermanos Nattawat—. Cómprale un chocolate caliente y una dona. Cómprate algo tú, también. Es una noche muy fría. Me quedaré aquí, asegúrate que tu hermano esté bien, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Milk asintió y ayudó a su hermano a ponerse de pie, caminando fuera de la sala de espera. Recorrieron el hospital hasta finalmente llegar a la cafetería, la cual estaba casi vacía a excepción de unos ancianos en unos asientos de la esquina, bebiendo tazas de café y charlando en voz baja. Milk dejó a su hermano en un asiento de una mesa de las esquinas y acarició sus rizos con cuidado.

—No me tardo, quédate aquí —Le dijo antes de ir a pedir la comida.

Fourth se encogió de hombros en su sitio, sintiéndose más pequeño mientras intentaba dejar de temblar. Moría de frío, moría de miedo...

Moría de ganas de continuar en los brazos de Gemini. No se sentía a salvo, estaba desprotegido, y tan nervioso que apenas podía verlo de reojo.

Era su culpa: su padre había tenido un ataque al corazón, y ya no podrían verse mutuamente a la cara. Su familia sospecharía de él, se preguntarían quién es "Gemini" y lo acusaría, para luego matarlo a golpes.

Su alma iba a ser arrebatada de la peor manera posible, e incluso sabiendo que acabaría en el infierno, nunca dejó de sentir las ganas de ser envuelto por los brazos del Diablo.

Lo quería tanto, necesitaba aquello, y más. Necesitaba...

Las tazas siendo apoyadas bruscamente sobre la mesa lo sobresaltaron, interrumpiendo sus pensamientos y acurrucándose más contra su asiento. Su hermana se sentó frente a él y dejó el plato con las cuatro donas de chocolate en el medio.

—Come, Fourth —Le ordenó.

No negaría que tenía hambre, pero sentía que podría vomitar en cualquier momento. La culpa no se iba de su mente y, aparentemente, tampoco de su estómago.

Intentando dejar de pensar, respiró profundamente antes de sentarse derecho y tomar una dona, dando un mordisco y masticando lentamente. Su hermana suspiró y bebió de su café con crema, relamiendo sus labios luego.

Dancing With The Devil | GeminiFourth Donde viven las historias. Descúbrelo ahora