Prólogo

10 1 2
                                    

En las profundidades de una caverna, se iluminaron las paredes de color ocre. Finas llamas salían de la mano de quien encabezaba la procesión. Iban todos en silencio, sin admirar el suelo por donde pisaban, ni las paredes, talladas y llenas de metales preciosos.

La luz se perdía en los altos techos. Los ecos de los pasos llegaron a una gran recámara, y ésta comenzó a calentarse a medida que la procesión se dispuso alrededor del gran tesoro que se encontraba en el medio.

De todas las manos, menos un par, se encendieron llamas de distintos colores.

—Se durmió antes de conocer el método— comenzó a decir una voz masculina. Suave, pero áspera—. No es joven. ¿Cómo podremos enseñarle sin que se irrite?

—Es un poco tarde para tener esas preocupaciones, Elon—respondió otra voz, más aguda, pero también más imponente—. Ya nos arreglaremos.

—Es un poco tarde para tener esas preocupaciones, Elon Ya nos arreglaremos.

—No digan que no se los advertí.

La corte miró de reojo a Elon, quien alzó las manos mostrando las palmas.

—No juegues con tu posición. —Exigió la voz de una mujer.

—No lo hago. Doy información y opiniones. Es mi trabajo, para facilitarles el suyo.

El hombre de cabellera blanca y cuernos plateados soltó aire por la nariz. Sabía que Elon tenía razón, pero ya estaba decidido. Con un gesto, todos se pusieron en la posición adecuada para el ritual.

La cueva retumbaba en ecos de gruñidos, iluminada en llamas de colores. El tesoro resplandecía en todas las direcciones, y se calentaba cada vez más. Su adormecido dueño posaba sobre él, y al despertar poco a poco, recuperaba fuerzas y calor.

Tras un par de horas, un ojo naranja de rendija vertical, se abrió.

—¿Qué osan hacer?

—Somos tus hermanos. No lucimos como tal, porque no cabríamos aquí. Hemos venido a despertarte. Mi nombre es Ilvanar, y te doy la bienvenida al siglo veinte.

Nombre tentativoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora