Recuerdo cuando pasé por aquel triste pasaje, era una de esas noches sin luna y se divisaban apenas unas estrellas, que iluminaban tan débilmente el cielo que daban la impresión de que quisieran pasar desapercibidas.
Estaba perdido entre las callejuelas del viejo Quito, el sol se había ocultado hace ya bastante y ahora unas finas gotas de agua comenzaban a caer. Apreté el paso, miré a mi alrededor, estaba solo, se podían apreciar las fachadas de locales artesanales, de esos en los cuales los dueños nunca sonríen, quizás porque ya están hartos de la cotidianeidad, de los turistas y además porque saben que su mercancía son tan solo unas cuantas importaciones Chinas, que al final no tienen ningún valor cultural ni nada por el estilo.
A medida que me adentraba en este pasaje y pensaba en estas cuestiones mi estado de ánimo descendió hasta encontrar lugar con la pisoteada basura a mi alrededor. Solo unos cuantos focos funcionaban, el resto probablemente habían sido apedreados por el borracho de turno y aquellos que todavía alumbraban, parpadeaban bastante, todo estaba descuidado, lo más seguro es que nadie reparara en aquel lugar.
El viento helaba hasta las tripas, caminé a paso decidido a la única tienda que permanecía abierta, eran cosa de las diez y algo. El dependiente me siguió con la mirada mientras ingresaba al recinto, soltó un pequeño ruido que interpreté como un saludo y siguió leyendo un viejo libro que tenía entre las manos cubriéndole el rostro. Miré la mercancía un buen rato, el hombre nunca me dirigió palabra, probablemente porque la mayoría de la gente nunca compraba nada o siempre salía con la excusa de que volverán luego, con la idea de no ofender al vendedor, pero, si uno lo piensa bien, es aún más deprimente, yo preferiría que me dijeran que no les agrada nada y punto, pero volviendo al tema, estaba yo mirando las típicas chucherías baratas cuando reparé en un estante al fondo repleto de chalecos, estaban bastante desordenados pero aún así fui a verlos.
Me desilusioné un poco al percatarme de que la mayoría solo le vendrían bien a un tipo gigante, o en su defecto a un oso, pero aún así continué mi búsqueda, no tenía nada mejor que hacer y la sola idea de volver al hotel donde me hospedaba me parecía aterradora, sobre todo con el frío que acechaba.
Finalmente advertí en un chaleco de rayas rojas y negras, en las mangas tenía un diseño un tanto diferente y tenía una gran capucha. La verdad es que me gustó bastante, pero no tenía ganas de gastar todo el dinero que tenía, que no era mucho por lo demás. Después de meditarlo unos minutos me decidí a llevarlo, le pasé unos veinte arrugados dólares al dependiente y me lo calcé enseguida, me venía la mar de bien, lo único malo era el cuello, era demasiado abierto y me helaba de todas formas, pero ya daba lo mismo en realidad.
Recorrí de nuevo el pasaje, ahora parecía aún más deprimente y oscuro, lo peor eran un par de sujetos con pinta de asaltantes que me miraron hasta que me alejé bastante, quizás les dio hasta pena robarle a un crío o en el fondo sabían que no andaría más que con un par de dólares.
Me alejé pensando todo el rato en aquel pasaje, en el triste dependiente que probablemente realizó su venta del año conmigo, pensé en las chucherías importadas de China, en la cotidianeidad, en los turistas, en el "volveré más rato" de la gente. Pensé en todas estas cosas y llegué a una conclusión.
Nunca abriré una tienda ni de recuerdos ni de ropa ni de nada, es el trabajo más cínico y deprimente de todos.
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El Chaleco
Short Story"Recuerdo cuando pasé por aquel triste pasaje, era una de esas noches sin luna y se divisaban apenas unas estrellas, que iluminaban tan débilmente el cielo que daban la impresión de que quisieran pasar desapercibidas..."