CAPÍTULO 1: Sueños perdidos

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Si mi yo del pasado me viera ahora, seguramente se sentiría defraudado

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Si mi yo del pasado me viera ahora, seguramente se sentiría defraudado. Aquel niño lleno de expectativas, con sueños tan vividos y claros, ¿qué pensaría al encontrarme aquí, perdido entre las sombras de una vida que no se parece en nada a lo que imaginaba?

Recuerdo con claridad las noches en las que soñaba con aventuras épicas y logros extraordinarios. Mi futuro era un lienzo en blanco, listo para ser llenado con hazañas asombrosas que dejarían a todos boquiabiertos. Pero aquí estoy, un joven sin rumbo, atrapado en las esquinas de mi propia casa, perdido entre las páginas en blanco de una vida que se ha vuelto más monótona de lo que jamás pensé.

¿Escribir? ¡Ni en mis sueños más locos habría imaginado esto! Mis tardes se deslizan sin emoción, como si el reloj se hubiera estancado en un tiempo en el que el mundo se redujo a las cuatro paredes de mi pequeño estudio.

Es 2759, el futuro que alguna vez imaginé como un paraíso en ascenso, y sin embargo, ahora me siento atrapado en un presente sin brillo. ¿Dónde quedaron las maravillas y las promesas? Parece que me perdí en algún lugar entre los avances y las expectativas.

Quizás sea cierto que la vida resulta ser un fastidio a veces, aunque nadie me preparó para esto. Mi yo de cinco años, con ojos llenos de asombro, jamás podría haber previsto esta decepción. Para él, el futuro debía ser deslumbrante, lleno de maravillas por descubrir.

Pero aquí estoy, atrapado en un presente que no parece querer soltarme, anhelando el brillo que imaginé para los días venideros.

Como si fuera un robot me levanto de la cama y doy pasos cortos hacia el baño, mi cara es un desastre, esas ojeras hace mucho tiempo que me hacen compañía, termino de ducharme y el día finalmente comienza, desayunar solo se volvió algo tan normal pero devastador que mejor prefiero saltarme esa comida para no enfrentarlo, sin embargo, hay días como este, que me obligan a sentarme en la pequeña cocina y comer un bocado, usualmente pasa porque decidí saltarme todas las comidas el día anterior.

El sonido distante de las campanas resonó a lo lejos, interrumpiendo mis pensamientos como un eco del pasado. Era la señal que ningún habitante del reino deseaba escuchar: el tintineo anunciando la guerra. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y el peso de la rutina se desvaneció ante la sombría realidad que se avecinaba.

Mis manos temblaron al recordar las historias de guerras antiguas que había leído en los libros, pero esto ya no era una narración lejana; era mi presente. El mundo, una vez prometedor y lleno de posibilidades, ahora se oscurecía bajo la sombra de un conflicto inminente.

La noticia resonó en el aire como un eco ominoso, desafiando mi letargo y apatía. De repente, me vi forzado a confrontar una realidad más grande que mis propias decepciones personales. La guerra no dejaba espacio para la monotonía ni los lamentos.

En medio de la quietud matutina, una determinación renacía en mi interior. Los días monótonos habían quedado atrás. Ahora, con el mundo al borde del caos, algo dentro de mí despertaba, listo para enfrentar lo desconocido y descubrir qué papel jugaría en esta nueva realidad.

El futuro, que una vez imaginé como un paraíso, se transformaba en un campo de batalla donde cada elección tendría consecuencias inesperadas. La vida, con todas sus decepciones y desafíos, se convertía en un desafío de supervivencia en un reino al borde de la guerra.

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Cinco meses han pasado desde que las campanas de guerra resonaron por primera vez. El peso de la incertidumbre se había vuelto palpable en cada rincón de aquel reino una vez vibrante. Antes, las calles resplandecían con el bullicio de comerciantes y niños jugando, ahora, yacían en una quietud que reflejaba la ansiedad colectiva. Los campos que una vez prometían cosechas abundantes ahora se extendían en un mar de desolación, donde las espigas secas se mecían con tristeza bajo el viento frío de la guerra.

Las casas, alguna vez llenas de risas y calidez, permanecían cerradas como cáscaras vacías. Las familias se escondían en su interior, tratando de preservar la normalidad en un mundo que se desmoronaba a su alrededor. Los colores vivos de las fachadas habían comenzado a desvanecerse, como si el propio reino estuviera perdiendo la esperanza.

Los reclutadores, vestidos con uniformes militares y miradas serias, tocaban a cada puerta con una misión sombría. No traían solo la noticia de la guerra, sino la demanda implacable de sacrificio. Un hombre por familia, una parte esencial del reino, solicitada para llenar las filas del ejército y defender lo que quedaba de su tierra.

Para Alex, la llegada de los reclutadores había sido como una sentencia que colgaba sobre su hogar. Observó desde la ventana de su habitación mientras los uniformes grises se movían de casa en casa, sus pasos resonando en las calles antes bulliciosas. La realidad de la guerra había llegado a su puerta, reclamando no solo carne y hueso, sino también el espíritu y la esperanza.

Cuando finalmente llamaron a su puerta, el corazón de Alex latió con un ritmo irregular. La pluma temblorosa en su mano parecía un testigo silencioso de su destino. Firmó el papel con una mezcla de resignación y determinación, sabiendo que no había vuelta atrás. Las palabras impresas sobre el papel eran como nudos que ataban su futuro a una causa mayor, una causa que él apenas entendía.

El día en que dejó su hogar fue un caleidoscopio de emociones encontradas. La sensación de abandono se mezclaba con una extraña liberación. Por primera vez en mucho tiempo, Alex se sentía alejado de las cadenas invisibles que lo habían mantenido atado a una vida sin brillo. No era solo su vida la que estaba en juego, sino la de todo un reino sumido en la sombra de la incertidumbre.

La camioneta del ejército era un símbolo ambivalente de destino y desesperanza. Alex subió a bordo con la mirada perdida en el horizonte desvanecido de su hogar. Los rostros de sus compañeros de viaje reflejaban una mezcla de determinación y miedo, cada uno luchando con sus propios fantasmas interiores.

Durante el viaje, el silencio se convirtió en un compañero incómodo. Nadie se atrevía a romperlo, como si las palabras pudieran desenterrar verdades incómodas. Alex, en su asiento trasero, se hundió en sus pensamientos mientras el paisaje se deslizaba más allá de la ventana, una visión borrosa de un mundo que alguna vez conoció.

La camioneta se detuvo en un campo militar, donde las tiendas de campaña se alzaban como sombras contra el cielo gris. El chirrido de las botas sobre el suelo embarrado resonó en sus oídos mientras se unía al flujo constante de reclutas, cada uno como piezas de un rompecabezas destinado a encajar en una imagen más grande.

El campamento era un microcosmos de la sociedad en guerra: hombres jóvenes con miradas endurecidas, oficiales con expresiones sombrías y el constante eco de órdenes y preparativos. La guerra no solo había llegado a su puerta; se había convertido en su nueva realidad.

Tiempos de GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora