Capítulo 3. Centímetros

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—Pasa omega, no te haré nada... a menos que quieras pedirme algo —pronunció en un tono coqueto y Oleg lo miró mal al ver su seductora sonrisa.

—¿Qué te hace pensar que te pediría algo? No sueñes tan alto conmigo porque yo si te hago aterrizar —comentó amenazante y escuchó el sonido de la puerta cerrarse. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando es consciente de que estaba completamente solo con el alpha y que había muchas posibilidades de que algo sucediera y no pudiera negarse gracias a su enigmática atracción.

El omega detalló el lugar cauteloso, y observó tres gabinetes pegados a la pared y un mueble que medía más de un metro, así que enseguida caminó hacia allá, y se subió sin importarle nada.

El maldito alpha tenía una altura de casi dos metros y él a duras penas sobrepasaba el metro sesenta, así que la diferencia era bastante notoria.

—¿No es mejor un sofá? —preguntó el alpha con voz demandante y se recostó contra el escritorio que estaba al frente. Sus manos apretaron la mesa y Oleg al detallar sus gruesas venas, se dio cuenta de que sus ojos no fueron capaces de despegarse de ahí.

—Que te importa, imbécil —metió sus manos dentro de los bolsillos de su sudadera y suspiró— ¿Cómo procedemos? "Señor empresario" ¿Tengo que firmar algún papel que estipule que te pertenezco ahora?

—No, en realidad eso es más adelante —le sonrió al omega y notó cómo se tensó cuando colocó un dedo sobre el nudo de su corbata y lo va jalando lentamente hasta que la prenda reposó sobre sus manos—. Tú mismo tendrás el pensamiento de que me perteneces, de que serás mío...

—Me impresiona bastante la seguridad de tus palabras —se relamió los labios delante de él y observó cómo apretó la corbata con fuerza. Lo estaba tentando, pero quería saber hasta cuando aguantaría—, pero tienes enfrente a un omega demasiado orgulloso que piensa que puede vivir sin un alpha. No retes a tu suerte, porque yo prefiero estar viudo que divorciado ¿Entiendes a lo que me refiero?

—Mi suerte la tengo en frente de mis ojos —murmuró sin pensarlo y detalló cómo las mejillas del omega se tiñeron de un rojo suave. Su corazón se disparó y deseo ver más de esas reacciones que podía provocar con tan solo unas palabras—. Comprendo que el destino no te ha dado buenas ofertas, pero considero que soy la mejor.

—En realidad prefiero librarme de esa oferta —se recostó en la pared y echó un pesado suspiro al tener que regañarse por haber tenido la sucia idea de que esa corbata estuviera apresando sus muñecas.

—¿Cómo te vas a librar de mí? —levantó una de sus cejas y se relamió los labios con devoción.

—Matándote —respondió serio. 

—En ese caso estaré mirando el material de mi ataúd —dijo con ironía.

Oleg se dio de cuenta de que el destino no le escogió a cualquier imbécil, porque sabía cómo jugar y al igual que él, no le gustaba perder, pero teniéndolo en frente, supo que se encontraba en frente de una condena, que estaba dispuesto a pagarla por toda una eternidad.

—¿Y de qué será? —chasqueó su lengua.

—De oro y con diamantes —sonrió con arrogancia.

Prácticamente, le escupió en su pobreza. Era un maldito hijo de puta, pero que no le caía mal.

El alpha aprobaba sus puntos de tolerancia.

—Puede que sorprendas a otros omegas con tu dinero y propiedades por el mundo, pero si no te llega cerca de los 30 centímetros, vete despidiéndote de mi culo —le guiñó el ojo creído y observó como el alpha caminó directo hacia él.

Omega Pandillero © [18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora