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Desde niño, a Sunghoon siempre le habían fascinado las luces de las calles. Todos esos focos brillantes iluminando las calles de su ciudad por la noche. La había llamado la Ciudad de las 1000 Luces, pero cuando su madre murió, su padre le dijo que ella era ahora la luz más brillante que pudiera ver. Sunghoon dio por hecho que era la luz de la Luna, la luz más fuerte que estaba sobre todas. Después de aquel día, era la Ciudad de las 1001 Luces.

Y ahí se encontraba él ahora, a los 21 años, debatiendo contra sí mismo si se convertiría en una luz más.

Llorando y a la vez temblando de frío debido a las bajas temperaturas de aquella oscura noche de diciembre, Sunghoon se encontraba bajo su árbol favorito, con el que había tenido miles de recuerdos felices.

Y en sus manos, una soga.

Llevaba ahí, quieto, por más de una hora. Empezó a recordar, sus días en el colegio, sus primeras clases de patinaje artístico, las comidas con su padre y su madre bajo ese mismo árbol...

Su madre.

Ya no se acordaba de su voz...

¿Qué sentido tenía todo eso? ¿Qué sentido tenía seguir viviendo en este mundo, cuando parecía que ni el propio mundo te quería viviendo en él?

¿De qué le servían todos esos premios y toda esa fama, si cuando se miraba al espejo no se reconocía?

¿Dónde quedó el verdadero Park Sunghoon? ¿En qué momento fue él y en qué momento dejó de serlo?

¿Dónde estaban ahora todas esas personas que decían amarlo?

Lo intentó, una y otra vez. Intentó darle otra vez el sentido a su vida, volver a ser feliz, algo... ¿Dónde había quedado ahora toda esa inocencia, toda esa felicidad?

Recordó las peleas, el acoso, la presión social, las noches llorando solo a escondidas en su habitación...

Recordó todo.

Recordó a sus amigos distanciándose de él, recordó a su padre echándolo de casa mientras le gritaba que él ya no era hijo suyo y que no quería volver a verle... Recordó el entierro de su madre..

Y otra vez, ese recuerdo borroso de su madre sonriéndole, el día antes de su muerte... El día antes de su cumpleaños. El día antes de que todo empezara a desmoronarse, aunque en ese momento, Sunghoon era tan pequeño y tan inocente que estaba demasiado ciego como para darse cuenta.

— "Vamos, mamá, despierta... — recordó.— Vamos, mamá... — un pequeño Sunghoon de ocho años en el borde de la cama de su madre. — Mamá... — se le empezaba a borrar la sonrisa. — Mamá, es mi cumpleaños, ¿recuerdas? — una pequeña lágrima resbaló por su mejilla. — Venga, tenemos que comer tarta, y abrir los regalos, y..." — rompió a llorar, apoyando la cabeza en la cama junto a su madre muerta.

Sólo se escuchaba el sonido del frío viento chocar contra las hojas de los árboles y el llanto de Sunghoon.

¿En qué se estaba convirtiendo? ¿Era él el culpable de todo? Y, aunque no lo fuera, ¿por qué se sentía como tal?

No supo en qué momento la soga ya estaba colgando de una de las ramas del árbol en el que en algún momento de su vida, fue su lugar seguro.

Giró la cabeza, se encontraba en la colina más alta, a unos pocos kilómetros más lejos de su ciudad, la Ciudad de las 1001 Luces.

— Voy contigo, mamá. — dijo, con los ojos vidriosos y la voz temblorosa mientras miraba a la Luna Llena.

Unos segundos después, la Ciudad de las 1001 Luces se apagó para siempre en los ojos de Park Sunghoon.

La Ciudad de las 1001 Luces || SunghoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora