Encuentro en la tormenta

0 0 0
                                    

El viento aullaba entre los árboles, llevando consigo el grito de la tormenta que se avecinaba. Altair avanzaba con paso decidido por el sendero boscoso, su capa ondeando detrás de él como un estandarte de guerra. El eco de sus pasos resonaba en la soledad del bosque, mezclándose con el susurro del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies.

El joven guerrero se había aventurado en el bosque en busca de respuestas, en busca de un destino que parecía escapársele entre los dedos. La guerra había consumido su vida, devorando sus sueños y dejando tras de sí un rastro de destrucción y muerte. Pero aún así, Altair persistía, impulsado por una fuerza interior que se negaba a rendirse ante la oscuridad que amenazaba con engullirlo.

Mientras avanzaba por el espeso bosque, su mente vagaba hacia el pasado, recordando los días de gloria y los momentos de desesperación que habían forjado su carácter. Recordaba las batallas en las que había luchado, los amigos que había perdido y los enemigos que había derrotado. Pero sobre todo, recordaba a ella, a la mujer cuya imagen lo perseguía incluso en sus sueños más profundos.

Alioth.

El nombre resonaba en su mente como un eco lejano, un recordatorio constante de la pasión prohibida que los unía. Ella era la líder de la rebelión, la voz de la libertad en un mundo dominado por la opresión. Y él, él era el guerrero que había jurado protegerla, aun cuando eso significara enfrentarse a todo un ejército solo.

El cielo se oscureció aún más, presagiando la inminente llegada de la tormenta. Altair aceleró el paso, ansioso por encontrar refugio antes de que la furia del cielo se desatara sobre él. Sus ojos escudriñaban el horizonte en busca de algún indicio de resguardo, cuando de repente, lo vio.

Una antigua torre de piedra se alzaba entre los árboles, sus muros cubiertos de enredaderas retorcidas y sus ventanas vacías como ojos sin vida. Altair se dirigió hacia ella con renovado vigor, su corazón latiendo con la esperanza de encontrar refugio en su interior.

Al llegar a la base de la torre, Altair se detuvo y observó con cautela su entorno. La estructura parecía abandonada, pero eso no significaba que estuviera desprovista de peligro. Con la mano en la empuñadura de su espada, el joven guerrero avanzó con determinación hacia la entrada de la torre.

El interior estaba oscuro y silencioso, apenas iluminado por la débil luz que se filtraba por las ventanas rotas. Altair avanzó con cuidado, sus sentidos alerta ante cualquier signo de peligro. Pero lo único que encontró fue el eco de sus propios pasos resonando en las paredes de piedra.

Decidiendo que era seguro, Altair se quitó la pesada capa y la dejó caer al suelo con un suspiro de alivio. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la fría piedra de la torre, y cerró los ojos, dejando que la calma del lugar lo envolviera como un manto protector.

Pero la calma duró poco.

Un estruendo ensordecedor resonó en el exterior, seguido por el rugido de la tormenta que finalmente había estallado sobre el bosque. Altair se puso de pie de un salto, alerta ante el repentino cambio en el clima. Miró por la ventana rota y vio cómo la lluvia azotaba el suelo, convirtiendo el bosque en un mar de barro y caos.

Justo cuando pensaba que no podía empeorar, un destello de luz lo cegó, seguido por un estruendo ensordecedor que sacudió los cimientos de la torre. Altair se cubrió los ojos instintivamente, luchando por mantener el equilibrio mientras el suelo temblaba bajo sus pies.

Cuando por fin se atrevió a mirar, vio a alguien acercándose a la torre a través de la tormenta. Una figura solitaria envuelta en una capa empapada, con el cabello oscuro pegado a su rostro por la lluvia. Altair contuvo el aliento, sin poder apartar la mirada de la misteriosa figura que se acercaba.

Y entonces, en medio de la furia de la tormenta, sus miradas se encontraron.

La figura se acercó más, revelando unos ojos brillantes y decididos que parecían atravesar el alma de Altair. El joven guerrero sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras observaba cómo la desconocida se acercaba a la torre con determinación, como si estuviera siendo guiada por una fuerza invisible.

Altair vaciló por un momento, preguntándose si debía enfrentarse a la recién llegada o darle la bienvenida a su refugio improvisado. Pero antes de que pudiera tomar una decisión, la figura se detuvo frente a la entrada de la torre, empapada y temblorosa por la tormenta.

—¿Hola? —llamó la voz de la mujer, apenas audible sobre el estruendo de la lluvia—. ¿Hay alguien ahí?

Altair permaneció en silencio por un momento, evaluando a la desconocida con cautela. No sabía quién era ni cuáles eran sus intenciones, pero algo en su mirada le decía que podía confiar en ella.

—Sí, estoy aquí —respondió finalmente Altair, saliendo de la sombra para enfrentarse a la mujer—. ¿Necesitas refugio de la tormenta?

La mujer asintió con gratitud, empujando hacia atrás la capucha de su capa para revelar su rostro pálido y agotado.

—Por favor —dijo con voz suave—. No tengo a dónde ir.

Altair la miró con compasión, reconociendo el cansancio y el miedo en sus ojos. Sin decir una palabra más, le abrió la puerta de la torre y la invitó a entrar.

La mujer le sonrió débilmente y aceptó su ayuda, adentrándose en el interior oscuro de la torre. Altair la siguió de cerca, cerrando la puerta tras de sí para protegerse del frío y la lluvia que azotaban el exterior.

Una vez dentro, la mujer se quitó la capa y la sacudió para desprenderse del agua, revelando un vestido desgastado y manchado de barro que apenas la protegía del clima hostil. Altair observó con preocupación mientras la desconocida se acercaba a la débil luz que se filtraba por la ventana rota, buscando algo de calor y consuelo en medio de la oscuridad.

—Gracias por ayudarme —dijo la mujer, volviéndose hacia Altair con una sonrisa tímida—. Me llamo Alioth.

El corazón de Altair dio un vuelco al escuchar su nombre, su mente llenándose de recuerdos y emociones que creía haber enterrado hacía mucho tiempo.

—Altair —respondió él, luchando por mantener la compostura mientras enfrentaba a la mujer que había dominado sus pensamientos durante tanto tiempo—. Mi nombre es Altair.

Hubo un momento de silencio tenso mientras se miraban el uno al otro, cada uno buscando respuestas en los ojos del otro. Pero antes de que pudieran decir algo más, un trueno retumbó en el exterior, recordándoles la tormenta que aún rugía fuera de la torre.

—Deberíamos encontrar un lugar donde resguardarnos —dijo Alioth, rompiendo el silencio con su voz suave—. No podemos quedarnos aquí para siempre.

Altair asintió, consciente de la verdad en sus palabras. Se acercó a la ventana rota y miró hacia el bosque oscuro, preguntándose qué les depararía el destino ahora que sus caminos se habían cruzado una vez más.

La tormenta arreciaba con furia fuera de la torre, pero en el interior, dos almas destinadas se encontraban unidas por la adversidad, listas para enfrentarse juntas a los desafíos que les deparaba el futuro incierto que se extendía ante ellos.

The fallen reignDonde viven las historias. Descúbrelo ahora