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Michoacán. 1800.

El hombre paseaba alrededor, con látigo en mano. Observando que las féminas a su alrededor hicieran bien su trabajo.

1800, una gran época para México, ¿no creen?
Bueno, para su pequeña ciudad no lo era. Un gran conflicto causado por corrupcion había terminado de condenar a los pueblerinos.

Sobretodo a las mujeres y niños.

Al quedarse al mando de hombres corruptos, ordenó que todas las mujeres y niñas trabajaran en fábricas hasta que cumplieran la mayoría de edad, para casarlas y conseguir descendencia.

Dicho conflicto había empezado al menos un año antes, logrando así la separación de miles de familias, mientras otras escapaban, y muchos no corrían con la misma suerte.

El trabajo en fábrica se volvió algo común, así como la explotación infantil. Niños los cuales eran obligados a abandonar sus cálidos hogares a vivir en fábricas putrefactas con apenas dinero suficiente como para sobrevivir.

Un estruendoso ruido resonó en el lugar. El hombre furioso, dirigió su mirada hacia donde provenía el ruido.

Una pequeña niña había tirado uno de los contenedores donde depositaban los restos piezas para los productos.

Las mujeres alrededor miraban con terror a la niña, sabían que le esperaba. Aunque a algunas ya les daba igual, los golpes y abusos eran diarios.

Nadie se podía salvar.

Pero ya era costumbre. A este punto no sabía cómo no la había matado.

Se acercó a pasos rápidos.

La pequeña niña con manos temblorosas y sin despegar sus ojos del contenedor que acababa de tirar. Estaba paralizada. El miedo recorría su cuerpo, sintió sudar frío y su frente se empapó de sudor.

—¿Acaso eres idiota?—La pregunta resonó por el establecimiento. Aunque más que una pregunta fue un grito.

La niña no contestó.

—¡Te estoy hablando niña!—Golpeo la mesa con su puño, haciendo que la niña se hiciera bolita en su lugar.

Susurrando para si misma cuanto lo sentía, y que nunca lo volvería a hacer.

Con lágrimas en sus ojos no se atrevía a mirarlo.

—¡Pinche escuincla!—La levantó de un jalón por su hermoso cabellos castaño, provocando un grito desesperado de la niña.

La empujó hacia el piso, ante las atentas miradas de las demás.

—¡Ustedes ya lo saben!—Procedio a tomar el brazo de la niña, luego alzó la mano donde sostenía el látigo.—¡Esto es lo que les pasa por estúpidas!—

Un golpe resonó, luego otro, y otro.

Y otro...

Las piernitas, brazos y espalda de la niña estaban enrojecidos, junto a las marcas anteriores que el hombre había dejado en ella en ocasiones anteriores.

—¡Basta!—Para la mujer era una tortura escuchar los látigos y llantos de la pequeña.—¡Déjela en paz por favor!

Corrió hacia el hombre y se arrodilló ante el.

—Por favor, Sebastián, déjala en paz.—Se aferró al pantalón del hombre, con sus ojos llenos de lágrimas.

El hombre la apartó de una patada.

—No me hables, mujer.—Miro a la mujer que alguna vez amo, si es que se le puede decir así.—vuelvan a trabajar, malditas.

Dirigió su mirada a las mujeres a su alrededor, que observaban con curiosidad el escándalo que se acababa de armar. Sebastián furioso les gritó de nuevo que siguieran con su trabajo.

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⏰ Última actualización: Jul 12 ⏰

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-By your side- Leo San Juan x LectoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora