Homenaje a los prototórtolos

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I.

Allá por junio, con el sol apuñalándonos por la espalda, me dice que le pido mucho al mundo, que la vida no es tan mala. Entonces me doy cuenta de que cuando miente se le borra la boca de la cara. Y para miniregañarle sobre su patraña de forma indirecta, invento la trola de que no me gusta como me acaricia el pelo. Él frunce el ceño y mira hacia el frente con enfado. El banco de repente estornuda, y, aunque se disculpa luego, no volvemos a sentarnos del susto. Entonces él se da cuenta de que cuando tengo miedo, las orejas se me achican y los dientes se me ablandan.

II.

Habíamos ido y vuelto de todos los lugares del mundo, y ya en ninguno podíamos escondernos. Las farolas de las ciudades del norte cotilleaban sobre nosotros, y las losas de los puertos del sur nos seguían a hurtadillas de noche. Un día de éstos pintados con frío él me propone que fundemos en lo oscuro de las escaleras de la universidad nuestra propia república, lejos de aquel gobierno de difuntos y flores, con los besos con lengua de Primer Ministro. Y yo le digo que me encanta la idea, pero que hoy no es un buen día para ello.

III.

Estaba totalmente pedo. Habíamos gastado todos los besos del país de golpe y nuestras almas caminaban mareadas. Los oídos los tenía dormidos. Después del concierto, Claudia me cogió de la mano y nos tiramos sobre el césped. Me dijo que muchas veces ella se había dedicado a espiar a las estrellas, y me contó un secreto: que varias de ellas por la noche se cuelan en nuestras habitaciones. Iba a seguir hablando, pero por alguna razón empezó a partirse el culo de un momento a otro. Y yo, como papel mojado, me pegaba a ella para acariciarle y reírme a su lado, sin enterarme. Me reveló, mucho tiempo después, que lo que le hizo tanta gracia es que yo, sin darme cuenta, movía la mano buscando más cerveza y casi terminé comiendo césped.

IV.

Eran las tres de la madrugada. Era un mes roto. El autobús llegó echando ansias por el tubo de escape. Las nubes se habían quedado dormidas después de una noche entera dando la lata a la luna. Al bajarme lo veo atravesar las puertas automáticas. Encadenamos nuestras miradas durante al menos tres milenios, y nos abrazamos ante los ojos de una nueva civilización. No pasan ni tres minutos y no me aguanto las ganas de florecer. Me grapo a su brazo para pedirle que se detenga. Y entonces por unos segundos las personas de la estación detienen el tiempo por nosotros, y yo me arrodillo a pedirle que en las décadas que me quedan sea él quien me quite los hipos y me alegre las meriendas.

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⏰ Última actualización: Jul 01, 2015 ⏰

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