Una mañana de un oscuro septiembre, mis ojos se despegaron con dificultad unos con otros al escuchar la alarma soltar su alarido diario. Mi día anterior había sido bastante extraño, si es que esa palabra puede definirlo. Sus horas estuvieron repletas de susurros, cargados de exhalaciones, y repetidas palabras sin sentido, toda la situación era tan antinatural que preferí descartarla, como si nunca hubiera pasado, o como si fueran simples imaginaciones mías, a fin de cuentas, no es la primera vez que me sucede. Mi vida entera ha estado cargada de incesantes patrones anormales que me hacen dudar de la pureza del universo. Desde joven he tenido la creencia de que Dios existe... mis padres me han hecho devoto de algo que no he visto, y que solo está escrito y promocionado como una campaña política por todo el mundo. Pero... en algo debo basarme ¿o no?, los seres humanos no podemos andar por la vida sin esperanzas o creencias, aún sin creer en nada, estás creyendo en algo. Siempre me he considerado un joven con una imaginación potente, quizá porque desde pequeño me lo dijeron hasta el cansancio una vez ojeaban mis dibujos, o, porque me pase los días hablando solo sobre un submundo creado por mí en el que soy el líder, repleto de diversas criaturas y seres que, en la superficie, serían enviados directo a un circo por la injusta mentalidad del humano, de ver lo diferente como anormal y descartarlo a su vez de la sociedad, injusto, pero realista.
Ahora, mi querido lector, iré llevándote por un sendero de descubrimiento. Te relataré cómo me encontré a mí mismo cubierto de sangre y plumas, agregando la respuesta a por qué escucho voces. Pero sobre todo, por qué me siento ridículamente atraído por lo que no es de éste mundo, aún siendo católico, y que todo lo anormal se pegue a mí, como un imán nuevo. Si me sigues hasta ahora, y espero que así sea, tendrás que bajar tus expectativas hasta el subsuelo. Lo que estoy por contarte, no será algo que te deje en vela por las noches, guiado por la curiosidad de querer acabarlo, tampoco será lo suficientemente bueno como para venderse públicamente en ediciones con lindas portadas y tapas de cartón fino. Lo que estás por saber, debe quedar entre tú y yo ¿de acuerdo? una vez dicho lo anterior, prosigamos.
Todo comenzó cuando me dispuse a despegar los posters de mi vieja alcoba, llevaban ahí el suficiente tiempo como para ser parte de la mismísima casa. Quería retirarlos, estaba ya grandecito como para ver hacia el techo y encontrar un camión sonriente saludando con lo que debería ser su silbato. Subí ambos de mis pies descalzos al empolvado colchón y con mis manos, fui retirándolo poco a poco, iniciando por las esquinas, me llevó unos minutos acabar con ese, ya que había sido bien adherido por mis abuelos. Creyeron que sería feliz al ver ese extraño tren rojo y haría de cuenta que mis padres habían subido en él, para volver en un "corto periodo de tiempo", mentiras, claro. Mis progenitores decidieron deshacerse de mí porque les cansó tener un hijo distinto, fuera de lo que podían controlar, y se quedaron con la prefecta Ally, mi hermana mayor. Yo soy Johnny, tengo 16 recién cumplidos, y definitivamente, los trenes alegres, no son lo mío.
Los músculos de mis brazos se tensaron un poco por tenerlos alzados, así que decidí botarme sobre la cama un rato. El proceso de transformar mi habitación podía esperar unos segundos, minutos, y si tomo una siesta, quizás horas. El caso es que, al ver directo a la madera que llamaba "techo" y me cubría de los horrores del exterior, noté que debajo del papel de bolas de béisbol y bates de madera, había una especie de dibujo repetitivo, hecho como en momentos de cólera, con unas tijeras y un gran brazo. Entrecerré mis ojos para ajustarlos a la lejanía de estos jeroglíficos y sin lograr grandes cambios, me obligue a levantar mi cuerpo. Acerque mi rostro a la madera, sintiendo el olor de su podredumbre añejez. Esos trazos, la profundidad que sentí al poner mi dedo medio y rozar las marcas, me dejaron un tanto impactado, anonadado. Con algo de fuerza e intriga, una combinación potente, por si lo preguntas, retiré a jalones el resto de los papeles con equipos de futbol, béisbol, y una que otra mujer con escasos harapos y una preciosa manera de lamer una paleta, hasta dejar al desnudo en su totalidad el techo. Volví a recostarme e intentar divisar y juntar en mi mente qué podrían ser esos garabatos, y qué los había hecho llegar a una simple casa como esta.
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