- No te limites nunca chinita -le dijo mientras dejaba pasar el tiempo entre cigarros y un viejo disco desde el que manaba un blues melancólico.
Le decía "china", desde que comenzaron a hablar, dos meses atrás, aunque en realidad ya se conocían hacía dos años.
- Jamás –le respondió ella-. Me gusta ser libre, sentirme libre. Limitarme sería atarme a algo. Me gusta la libertad de las hojas que vuelan en otoño, me gusta la libertad de los locos que en su mente esquizofrénica son lo que quieren ser, me gusta tu libertad, me gusta besarte libremente.
-¡Ah no! vos no podes decirme esas cosas tan así inesperadamente y terminarlas de esa forma –dijo él mientras la abrazaba y reía enredando sus dedos en su pelo.
- No podés decirme estas cosas, en serio –volvió a decirle mientras llenaba su frente de besos.
- Sí que puedo –dijo riendo ella- porque no ha nacido la persona que limite mis modos, nadie me puede quitar el derecho de expresar mis intenciones, aunque si vos me pidieras silencio me callaría inmediatamente y sólo hablaría para ayudarte a tener esa paz que tanto buscás.
- Jamás te pediría que no hables, porque "lo que me gusta de tu boca son tus labios y tu lengua y lo que me gusta de tu lengua es tu palabra". Porque si te quedaras muda ya no conversaríamos día y noche, sol y luna o luna y sol, noche y día. Jamás callaría tu voz porque no hay tumba que pueda mantener enterrado lo más vivo de vos, que son tus pensamientos, tus palabras que traspasan las barreras y se cuelan hondo en cada uno de los que las escucha y muy hondo, muy hondo en mi.
Ella se quedó mirándolo un instante y, sin previo aviso, lo besó. Pero no fue un beso cualquiera, fue uno de esos besos que encierran complicidades, secretos, risas, llantos. Un beso de esos que cuando las bocas se juntan todo lo que está alrededor desaparece, todo se detiene y no existe nada más que ese instante.
Con ese beso consiguió, como dice un viejo autor, dejar de pensar, consiguió por apenas un instante besarla sin ser más que su propio beso. Y en ese beso tardío que llegó en el momento justo se dijeron muchas palabras calladas, se destejió el tejido que habían armado el uno para el otro intentando hacerle comprender mediante nudos sutiles y metafóricos lo que querían. En ese beso se miraron con los ojos cerrados, se abrazaron sin sentir sus brazos, pero si los del otro, los de ella que a él lo rodeaban por el brazo y los de él por su cintura, se quedaron así, siendo uno por apenas un momento y la noche que ya había comenzado para el resto apenas se desplegaba para ellos.
Y, encerrados en esa habitación de departamento de cuarta los dos bailaron y cantaron toda la noche, pero ya sin represiones. Sin impedimentos que dificultaran el fluir de sus emociones. Fumaron cigarrillos que al consumirse consumieron también sus pasiones. Él mirándola a ella, ella mirándolo a él, forjaron una sola mirada, una mirada que hacía bastante tiempo deseaban tener. La noche fluyó rápida pero no sus besos, mientras la bebida de los vasos, la música y las colillas de los cigarrillos los miraban atónitos ante ese espectáculo tan inesperado.
A partir de ese momento ambos se sintieron liberados, supieron que los deseos eran sino los mismos muy parecidos y ya sin temor de estar haciendo lo correcto o lo incorrecto se tomaron de la mano y caminaron durante horas y horas, charlando de todo un poco, haciendo filosofía y brotando risas de lo más profundo. Ya sabían que el otro estaba allí, a su lado, tomado de la mano y que esas manos se entendían, por fin. Ya no era como veces anteriores en las que no sabían si abrazarse o no, si tomarse de la mano o no, si mirar a los ojos o no. Ahora simplemente lo hacían naturalmente, seguros de que en ese balanceo vertiginoso de su mano al caer se encontraría con la mano del otro para tomarse entre los dedos y caminar. Y así fue con los besos también, frenándose en cada esquina para poder volver a saborear los labios, para poder mirarse no mirándose durante algunos instantes. Algunos fugaces, secretos, cómplices bajo la luz de un farol y otros más sueltos, libres, frente a personas, conocidos o desconocidos y todos miran con asombro, pero no tanto como el de sus ojos al encontrarse luego de aquél primer beso.
ESTÁS LEYENDO
Boleto de tren.
Romance‘Somos dos suicidas, como esas cenizas que caen, pero queda aún más cigarrillo por consumir y yo lo tengo entre mis dedos como quisiera tenerte también por más suicidas que sean nuestros actos’.