Capítulo 4 «En busca de estrategias»

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Russell Lennox bebía un café fresco mientras leía el periódico del día. Su asistente personal ingresó en el comedor interrumpiendo su rutina metódica de todas las mañanas para entregarle un informe detallado acerca de Sara Stone.

—Buenos días, señor, le he traído la información que pidió.

—¿Está completa?

—Así es. Incluí algunos informes financieros para que tuviera una idea detallada acerca de gastos y movimientos bancarios.

—Perfecto. Dame un breve resumen. Más tarde leeré los detalles.

—Es teoría, es huérfana. Aunque, su madre, sigue viva. Infelizmente, no pude dar con su paradero actual. Al parecer, desapareció después de vender a su hija como esclava sexual.

—Entiendo. ¿Qué más sabes sobre la joven?

—Por lo que pude investigar, es una persona altruista. Está involucrada en varios sindicatos y movimientos de ayuda comunitaria.

—Ya sabía yo que no me había equivocado con ella. Cuando la conocí tuve una muy buena impresión de la señorita Stone. ¿Qué hay sobre de su relación con mi hijo?

—No se puede decir que exista una relación personal, pero el señor Duncan le pagó la colegiatura y se ha encargado de su manutención hasta hace poco. Actualmente, ella tiene un empleo de medio tiempo en una tienda en el centro.

—¿Los gastos financieros de mi hijo están en tu informe?

—Así es. Incluí también los gastos extracurriculares.

—¿Qué gastos extracurriculares? —inquirió muy curioso.

—A lo largo de los años, el señor Duncan le ha mandado algunos obsequios —el anciano lo miró inquisitivo— Nada extravagante —le aseguro—. Solo un par de libros, vestidos, una pulsera.

—Interesante... Y yo que pensé que mi hijo era un gilipollas sin corazón. Al parecer, la señorita Stone ha podido derretir su coraza de piedra.

—También le compró un auto, pero la señorita Stone se lo devolvió. Imagino que no se atrevió a aceptar algo tan costoso.

—Es una joven desinteresada, tiene sentido que haya rechazado algo semejante —dijo Russell muy satisfecho con su comportamiento—. ¿Algo más?

—Me temo que no tengo más detalles al respecto. El señor Connor es el que se ha encargado de hacerle llegar estos obsequios a la joven.

—Connor, por supuesto. Desde hace 10 años es como la sombra de mi hijo.

—Tiene sentido, teniendo en cuenta que le ha salvado la vida al señor Duncan —le recordó.

—Sí, tengo mucho que agradecerle a ese hombre.

—Hasta donde sé. La señorita Stone nunca ha visto a su hijo. Connor ha sido el mensajero e intermediario entre ambos.

—Entiendo. Ella dijo algo parecido.

—Aunque me dijeron, que de vez en cuando, el señor Duncan le pide a su chofer que se detenga en la esquina de la universidad. Tal vez con la intención de verla, pero al final nunca lo hace.

—Interesante, ¿qué sabes sobre su vida académica?

—Acaba de graduarse en Relaciones Internacionales.

—Perfecto, es una buena carrera —expresó y reflexionó al respecto.

—Supongo que ha estudiado una carrera a fin a sus intereses personales.

—¿Te refieres a las causas humanitarias?

—Por lo que he leído de su tesis, así es.

—Entiendo... Creo que nos vendría bien una persona como ella en la empresa. ¿No lo crees Garret?

—Supongo que sí —expresó dudoso el asistente.

—Además, yo siempre he querido financiar proyectos comunitarios —concluyó con una sonrisa maquiavélica.

Ese mismo día, unas horas más tarde, mientras el viejo Lennox observaba por la ventana de su oficina, su abogado y fiel amigo Patrick ingresó a verlo. El lúgubre lugar seguía siendo su territorio, al menos, por lo que le quedaba de vida, que, según los médicos, no era más que un par de meses.

—Ya estoy aquí —le informó.

—Patrick, es bueno verte amigo —el abogado observó su semblante demacrado.

—¿Tan mal están las cosas? —inquirió preocupado.

—Tengo un par de meses, como mucho —afirmó.

—¿Por eso mandaste llamarme?

—Sí, quiero hacer un pequeño ajuste en mi testamento.

—¿Qué tipo de ajuste? —preguntó el abogado muy curioso, el viejo Lennox sonrió levemente antes de decirle.

—Uno que cambiará el futuro de mi hijo.

Esa tarde, Sara acababa de terminar su jornada laboral, cuando recordó que había quedado con una amiga para ir al cine. A toda prisa, recogió su bolso y se despidió de su jefa antes de salir corriendo para cruzar la calle. Esperó a que el semáforo diera en rojo, mientras sacaba un lápiz labial para acicalarse. Cuando pudo cruzar la calle, soltó su coleta, para liberar su melena y lucir menos formal.

En la fila del semáforo, un Duncan muy impaciente se dirigía a una reunión. No esperaba que su socio cambiara de opinión respecto a su oferta a última hora. Ahora, no le quedaba de otra más que verlo en el hotel antes de que volviera a su país de residencia.

Para su mala suerte, eran las 5 de la tarde y el peor horario para tener prisa. Quedó atascado en el tráfico, así que, sacó el celular para llamar a su asistente personal, que no le respondió. «¡Maldición!», pensó. Necesitaba que alguien más retuviera al hombre mientras él llegaba a la cita.

Bajó el vidrio de la ventana del auto para recibir un poco de aire fresco, tal vez eso lo ayudaría a calmarse, reflexionó. Fue entonces cuando la advirtió. Tenía que ser ella, aunque no la había visto en años. Sin embargo, estaba seguro de que era Sara.

Por un momento, dejó de respirar, y solo observó la delicadeza de su rostro moldeado por una oscura melena que se agitaba por la fuerza del viento. Sus labios, color rosa, deslumbraban con una sonrisa tenue. Cuando la joven desapareció entre la multitud, el aire le regresó de golpe a sus pulmones, haciéndolo toser repentinamente.

—Señor, ¿está usted bien? —preguntó el chofer.

—Sí, sigamos, estoy muy retrasado —le indicó.

Esa misma noche, sorpresivamente, Duncan soñó con ella. En sus sueños ella aparecía vestida como una hermosa dama, caminaba entre las flores de su jardín, mientras su cabello ondulado flotaba majestuosamente entre las luces tenues de las lámparas. Él se acercó a ella para tocar su piel sedosa. La tomó con la inevitable intención de besarla. Solo entonces despertó con el corazón muy agitado y una tremenda erección.

—¡Que me lleve el diablo! —expresó frustrado.

Puesto que, en ninguna circunstancia, sería capaz de admitir, que, por un breve instante, había pensado en Sara Stone, como una mujer.

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