El pescador

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Juan Wolfgang Goethe (1749-1832)

La ola sin cesar subía, la ola sin cesar cantaba y el pescador que contemplaba el anzuelo que se hundía llenaba dulce alegría todo su Plácido ser; de pronto, ignoto poder abre a sus plantas el mar, y del fondo ve brotar diosa, nereida o mujer.

Y así le dice: ¡hay de mí!
¿Por qué astuto engañar quieres a los inocentes seres a quienes albergue di?¿Por qué los llamas así al ambiente que los mata? Si supieras cuánto es grata su suerte en mis ondas frías, tú mismo venir querrías a mis Palacios de plata.

En mi seno palpitante abismance luna y sol, y con más vivo arrebol brilla después su semblante. El firmamento distante se refleja en mi cristal. Y a mi regazo inmortal te llama tu imagen propia, cuando en su espejo te copia inagotable raudal.

La ola sin cesar subía, la ola sin cesar cantaba y al pescador que dudaba al pie desnudo lamía.

Afán que a la ausente guía
hacia su pasión infiel
sintió en el momento aquel;
entre caer y saltar,
rodó hasta el fondo del mar
y nadie supo más de él.

En la mitología de los pueblos germanos y escandinavos ocupan un lugar muy importante los espíritus y genios habitadores de las aguas, de los bosques de las entrañas de la tierra, etc., los cuales solían aparecerse a los hombres con diversos fines unas veces dispensándoles beneficios y otras causándoles mal en estos versos refiere Juan Wolfgang Goethe, uno de los más grandes poetas alemanes una de esas fantásticas apariciones en la que el propio mar por boca de una nereida atrae a un infeliz pescador haciéndole perecer en sus ondas.

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