Prólogo

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—¡Atrápalo! Que ese infeliz no escape —dijo, corriendo por el valle de Zaved.

—Se está haciendo de noche, de seguro los Warbos se lo comerán —Hank se detuvo a comentar—. Con esa herida no llegará demasiado lejos.

—Sí, tienes razón, será mejor que lo dejemos escapar.

Los hombres, montados en sus caballos a galope, se dirigieron al monte de Elok, pensando que tarde o temprano el perseguido moriría por las criaturas que habitaban aquel valle.

—Mierda —exclamó en voz baja—. Malditos caballeros de la orden de Jelia —replicó mientras estaba echado bajo una rama de Gufu—. Debo subir a un árbol —dijo, manteniendo presión sobre su herida.

Él intentaba subir a un árbol, quería trepar lo más alto por miedo a las peligrosas criaturas que deambularían por la noche, sin embargo, aunque diera todos sus esfuerzos, no lo lograba, y entre más intentaba subir, más se abría su herida, provocándole aún más dolor. Se rindió, sabía que tarde o temprano algo así pasaría.

—Ya está, no tiene ningún caso —suspiró—. Si estuviera allá, te cortaría la cabeza, Mesvia —dijo mirando las estrellas del cielo.

—Pero... no debo rendirme, debo avanzar, tengo una deuda que saldar.

Intentaba levantarse, pero no lo lograba. Se desilusionaba, la ira lo consumía, por no lograr algo que de niño pensaba que era tan simple.

—¿Qué fue eso? —se preguntó a sí mismo—. Me arrastraré lo más rápido posible.

Se arrastró bajo los yullos de pasto, escuchando los pasos de lo que él pensaba que era un Warbo. El miedo lo consumía, temblaba más y más, su herida no le ayudaba a pasar desapercibido.

—¡Carajo! Puta bestia.

La criatura pisó la cadera de Jakev, este no podía gritar, simplemente no tenía conocimiento de aquella bestia.

—Puedo correr con todas mis fuerzas restantes, tirarme al lago y ocultarme —señaló el lago frente a él.

Jakev, sangrando, corrió hacia las aguas más cercanas. Gritó de dolor, arrastrándose lo más rápido posible.

—Lo debí suponer —dijo, observando al Warbo.

El Warbo lo tomó del brazo antes de que entrara en las aguas, lo alzó mostrando sus repugnantes y grandes dientes de aletato, en preparación para devorárselo.

—¡Mierda! Malditas sean —exclamó—. ¿Qué...? —Se preguntó instantáneamente, al ser llevado a un lugar que le parecía familiar.

—Deberías dejar de intrometerte en los asuntos de los Takarninos, o por lo menos dejar de llenarte... de deudas hasta el cuello.

—¿Y quién te dijo eso? ¿Kym? —preguntó Jakev.

—Por favor, Jakev, ¿acaso olvidaste quién te salvó el culo en esa estúpida guerra?

—No me lo recuerdes... Eso solo me trajo deshonra.

—En fin, te hace falta decir un "gracias" —comentó Kym.

Los dos se quedaron paseando por el palacio de Ashdra, mirando las bellas y retocadas cuentas que parecían leyendas inventadas.

—No parece que te importe mucho nuestra historia, ¿verdad?

—Es demasiado papeleo —respondió.

—Jakev, siempre serás el mismo, nunca cambias —dijo, abriendo una puerta—. Pero cuéntame, ¿cómo fue que te pusiste la soga al cuello esta vez?

—Robé unas gemas de Galatrato a los Yaguchis, luego debía ocultarme. No podía salir del pueblo, así que hice un trato con los Takarnianos para que me protegieran hasta la salida del reino. A cambio de ello... mataría a una familia. Una vez que salí del reino, escapé al Valle de Zaved. Y bueno, me persiguieron.

—¿Por qué era tan importante una deuda así? —preguntó Kym.

—Pues porque con un cuchillo me pinchó el dedo y tomó lo que parecía ser una especie de amuleto.

—Describe cómo era.

—Pues... Era de Milibato con una amatista rosada en el medio, que tras tocar mi sangre dio un esplendor brillante. Por lo que tuve miedo de que sea algo grave.

—Pues sí lo es, jajaja.

—¿Kym, de qué te ríes? —preguntó.

—Estás condenado, ya rompiste la palabra. Ahora solo tienes 14 lunas para destruir el Amuleto de Eloj —respondió ella—. Debes destruir el amuleto, de lo contrario tendrás una muerte horrible y espantosa.

—Mierda, parece que esta vez sí que me metí en problemas —dijo tocándose la cabeza—. ¿No puedes destruirlo por mí?

—Jajaja, solo tú puedes destruir el amuleto —respondió con una sonrisa Kym.

—A propósito, ¿qué hiciste con esas gemas de Galatrato? —le preguntó.

—Las escondí debajo de una roca.

—¿Cómo harás para que los de la orden de Jelia no te maten cuando pises Takarnia? —preguntó ella.

—Pues, la verdad no sabría decirte —respondió rascándose la espalda.

—Te recomiendo que te acompañe uno de mis siervos —dijo señalando las afueras del castillo—. De preferencia, elegiré a Famel.

—¿Para qué necesitaré a un siervo que ni conozco? —preguntó Jakev a Kym.

—Pues para que te lleve hasta allá, él conoce el camino —respondió—. Si vas solo, morirás a manos de los trolls.

—¿Por qué tú no me acompañas?

—Tengo cosas más importantes que tu vida, como evitar que el reino de Vargelia invada.

—Vale, y gracias por salvarme... el culo.

—Ya era hora, de igual forma, no quisiera ver... tu cuerpo desmembrado.

The Seven Nights of the Dark KingdomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora