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Dormí tres siglos corridos. Cuando desperté allí se encontraba este chico curioso de cinco años mirándome como si me conociera.

--"¿Y tú quién eres?"- preguntó con una mezcla de curiosidad y asombro.

--"Supongo que algún familiar tuyo..."- le respondí, aún aturdido pero sorprendentemente intacto, sin una sola úlcera en mi piel, conservando la misma frescura juvenil de cuando decidimos entrar en este experimento criogénico.

El chico, con un artefacto octagonal que recordaba a un iPad, confirmó mis sospechas:

--"Sí, tienes razón, eres mi tatatatarabuelo."- me informó categóricamente, y continuó explicando la situación.

A lo que siguió:

--"Debieron haberte despertado hace doscientos años, pero faltaban los reactivos plasmáticos necesarios para evitar un shock hibernético mortal."--

--" te ibas a quedar sin mitocondrias al descongelarte y desarrollarías una debilidad por ausencia de energía, así que papi los tuvo que reconstruir de nuevo en el laboratorio de materias prima que quedaba..."- concluyó con orgullo.

Para no seguir con la metralleta de palabras, decidí llamar a este niño mi "nieto intelectual" por su peculiar vestimenta y su cabeza escasamente poblada de cabellos, semejante a un anciano en miniatura. Parecía un paciente de progeria avanzada. Como un viejo calvo enanito con cara infantil.

--"¿Y tus padres dónde están?"- pregunté.

--"Trabajando."- respondió simplemente.

Cuando inquirí sobre mi antiguo apartamento en Dorado, el niño rio:

--"alquilado como lo dejaste en el testamento del 2034..."-

--"¿O sea, todavía existe?"- pregunté, sorprendido.

--"nos hemos quedado allí cuando nos toca según la rotación que diste instrucciones que ocurriera."-

--"excepto que ahora tiene una playa casi al frente, ya que la marea subió veinticinco pies en los últimos trescientos años" --, dijo el papa del nene que acababa de entrar al cuarto de observación que me tenían. Tenía cierto parecido a mí. A lo que continúo diciendo:

--"no se si te acuerdas que estaba a cincuenta y seis pies por encima del nivel del mar, pues después de dos tsunamis que ocurrieron casi ochenta años uno del otro, el nivel del mar subió estrepitosamente, matando mucha flora, humanos y animales"-

La sorpresa y el asombro me invadieron por completo. A mi insistente petición, me entregaron un espejo para contemplar mi propio reflejo. Frente a mí se desplegaba una imagen inalterada, idéntica a la que guardaba en mi memoria antes de que me sumergieran en aquel profundo sueño inducido por la infusión de plasma criogénico celular. Este tratamiento era el encargado de detener, en perfecta sincronía y en apenas diez segundos, cada célula de mi ser. Observé mi cabello, apenas salpicado por unas pocas canas rebeldes, mi nariz y orejas permanecían intactas, al igual que mis uñas, esas delatoras de la vida que, según cuentan, siguen creciendo hasta seis meses después del cese de toda actividad cardíaca y cerebral.

Mi cuerpo entero yacía entumecido, pero curiosamente libre de dolor. Incorporado en mi antebrazo izquierdo, un nanomonitor subcutáneo se había convertido en el centinela de mi bienestar, capaz de rastrear con precisión milimétrica mi temperatura corporal, ritmo cardíaco, presión arterial, fluctuaciones de adrenalina, respuesta al dolor, así como los niveles de oxigenación en los capilares. No solo eso, también vigilaba de cerca mis niveles de azúcar, lípidos, proteínas y otros indicadores cruciales para mi supervivencia. Era como si llevara un laboratorio médico completo bajo mi piel.

Recuerdo vívidamente aquellos días en que me encontraba inmerso en el desarrollo del suero capaz de controlar y detener instantáneamente la replicación celular. La urgencia del momento nos empujó a convertirnos en sujetos de nuestro propio experimento, ante la falta de tiempo para procedimientos más convencionales. El cataclismo desatado en 2034, marcado por el alarmante aumento de la temperatura global y el caos desencadenado en los océanos, había diezmado más de dos tercios de la población, dejando un mundo desprovisto de humanos, animales y recursos alimenticios. Solo aquellos de nosotros que teníamos acceso al suero desarrollado en el laboratorio, una fórmula capaz de pausar el envejecimiento, logramos vislumbrar una oportunidad de supervivencia. Nos dividimos en grupos según la duración programada de nuestra hibernación celular: algunos por cien años, otros por doscientos y yo, entre los destinados a trescientos años. Sin embargo, no había previsto con exactitud las reservas del antisuero necesario para revertir la hibernación celular.

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El Gran SueñoWhere stories live. Discover now