1922

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"¡Padre, han desenterrado una tumba en el Valle de los Reyes!", exclamó Alexander con fervor mientras se acercaba al estudio donde su padre revisaba cuentas bancarias.

"¿Quién ha sido, hijo mío?", inquirió su padre con curiosidad.

"Un tal Howard Carter, respaldado por Lord Carnarvon, según informa el periódico...", relató Alexander, sus ojos brillando de emoción.

"Ah, sí, he escuchado que Carter no era precisamente un arqueólogo de pura cepa, sino más bien un artista aprendiz en Norfolk. Se destacó por su ferviente interés en la historia del Antiguo Egipto y sus impresionantes ilustraciones al respecto", reflexionó su padre.

"Algún día yo también haré un descubrimiento así, papá", soñó Alexander en voz alta.

"Reconozco tu pasión por la arqueología de las dinastías del Antiguo Egipto. Algún día, hijo... algún día alcanzarás tales logros. Por ahora, dedícate a tus estudios", aconsejó su padre, con una mezcla de seriedad y afecto.

Don Alexander Rutherford, un distinguido banquero de Oxford, y su esposa Angelica Besbett, habían criado a Alexander, un niño de curiosidad insaciable. Desde pequeño, se había sentido atraído por cualquier relato que mencionase un faraón. La historia del Antiguo Egipto, el Valle de los Reyes, y todo lo vinculado a la cultura que floreció hace milenios a orillas del Nilo lo cautivaban sin medida.

Para el joven Alexander de dieciséis años, la noticia del reciente hallazgo de una tumba intacta, repleta de innumerables artefactos, fue abrumadora. Se preguntaba cómo sería la experiencia única de adentrarse en la cámara de un faraón y contemplar todos esos objetos con los que había sido enterrado, objetos que narraban la historia de un rey. Las maldiciones asociadas al saqueo de tumbas no le infundían temor alguno.

Howard Carter había dedicado cerca de tres décadas a excavar y explorar en Egipto antes de su histórico descubrimiento. Había estado excavando en el Valle de los Reyes, aunque inicialmente en el lugar equivocado, desde que llegó por primera vez a Egipto en 1891, a la tierna edad de 17 años. A los cuarenta y ocho años, Carter había logrado el hallazgo arqueológico más significativo de la década.

Trabajando tanto como dibujante como arqueólogo, Carter participó en varias excavaciones bajo la tutela de arqueólogos de renombre, como Flinders Petrie y Gastón Maspero. Después de años de diligente labor y acumulación de experiencia, fue contratado por Lord Carnarvon para liderar la excavación en el Valle de los Reyes, donde, finalmente, el 4 de noviembre de 1922, descubriría la tumba del joven faraón Tutankamón.

Existía un rumor que sugería que el descubrimiento de la tumba fue accidental, involucrando a un niño que llevó a Carter por un pasaje oculto bajo la arena hasta unas puertas selladas. Según estas historias, un grupo de obreros locales estaba limpiando escombros en el Valle de los Reyes cuando uno de los niños, llamado Hussein Abdel-Rassoul, tropezó con un pequeño escalón de piedra que condujo al descubrimiento de la escalera de la entrada de la tumba.

Informado por Hussein sobre el pequeño escalón, Carter descubrió que las escaleras estaban cubiertas por escombros y selladas con piedras, un indicio de que la tumba había permanecido intacta desde tiempos antiguos. Procediendo con cautela, Carter y su equipo despejaron los escombros y examinaron la entrada antes de abrirla. Rompieron el sello de arcilla con cuidado, revelando una antecámara repleta de objetos funerarios y otros artículos dispuestos para acompañar al faraón en su viaje al más allá.

Dentro de la antecámara, descubrieron una profusión de artefactos, incluyendo estatuas, cofres y vasijas, cada uno un testimonio silencioso de la vida y la muerte de Tutankamón. Este primer vistazo al tesoro de la tumba marcó el comienzo de uno de los descubrimientos arqueológicos más significativos de la historia.

Al romper el sello y abrir la puerta de la tumba el equipo de Carter se topó con una antecámara repleta de tesoros. Esta sala, que parecía un almacén caótico a primera vista, estaba en realidad meticulosamente organizada con objetos de asombrosa artesanía. Había carros de guerra desmontados, tronos intrincadamente decorados, arcas, estatuas de dioses y del propio faraón, juegos, joyas, y vasijas llenas de alimentos y vinos, todo dispuesto para acompañar al joven faraón en su viaje al más allá.

Más allá de la antecámara, encontraron una segunda sala, el anexo, que también estaba lleno de artículos, incluyendo muebles, ropa, y más objetos rituales. La siguiente sala era la cámara funeraria, donde descubrieron el sarcófago de Tutankamón. El sarcófago, en sí mismo, era una obra de arte, compuesto de tres ataúdes anidados, el más interno hecho de oro sólido. En el centro de esta cámara se encontraba la momia de Tutankamón, adornada con una famosa máscara funeraria de oro, incrustada con piedras preciosas, una visión que dejó atónitos a Carter y su equipo.

La cámara del tesoro, una última sala, contenía aún más objetos de valor incalculable, incluyendo estatuas de guardianes, modelos de barcos, y un canópico conteniendo los órganos internos del faraón. Cada objeto dentro de la tumba tenía una importancia simbólica y era parte de la creencia egipcia en la vida después de la muerte.

Alexander Rutherford, un joven poseído por una voraz curiosidad y un apetito insaciable por el conocimiento, se sumergió completamente en los detalles de la historia de la Dinastía XVIII de los faraones, una era envuelta en misterio y grandeza. A la edad de dieciocho, puso sus pies en los venerados pasillos de la Universidad de Oxford, sumergiéndose en los intrincados estudios de la arqueología egipcia, los cuales completó con distinción en 1930. Impulsado por un destino que parecía escrito en las estrellas, se embarcó en una expedición hacia el Valle de los Reyes, financiada por su padre, un próspero banquero, y ubicada no muy lejos del lugar donde Howard Carter había desenterrado la tumba de Tutankamón.

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⏰ Última actualización: Apr 22 ⏰

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