Mi abuelo me dijo una vez, que había unas diosas, de las cuales nadie había escrito, ningún poema habían merecido y ningún cincel había hecho magia sobre el mármol querido. Todos los poetas y escultores se fueron por la belleza, las miradas, lo labios y el aliento. Atenea, Hera y Afrodita copaban las más elegantes salas, los más bellos jardines, los palacios más majestuosos, y las cortes imperiales más ostentosas. Se hacían concursos de bellezas donde ellas, con toda su bondad, bajaban a la Gea, con los mundanos, los etéreos, los de adentro. Algunas veces ganaban, algunas veces los laureles de la gloria eran para otras, dando castigos con eternos ecos.
Pero existían otras deidades, que no poseían una grata sonrisa, ni ojos que inspiraran versos de cariño y lujuria, ni mucho menos manos tersas para bajar a los númenes del amor y la felicidad. Así que mi abuelo, decidió ir por el mundo a buscarlas, a buscar respuestas, junto con su amigo, aquel demonio salido de obras teatrales germanas, que lo ayudaba a encontrar las respuestas que los libros, la universidad y la ciudad, no le habían podido brindar.
Ellas eran tres, con un solo ojo que compartían las trillizas y un diente que este trío mantenía como único y sagrado. Con la fealdad más impropia de estos mundos, pero el poder más allá de este universo y sus muros. Sabían estos dos aventureros que sus ánimas dependían de esa diáfana córnea, que media día con día, con y a través del inexorable paso de los segundos, el hilo de la vida de cada hijo de la tierra. Dominaban la vida, dominaban todo.
-Estimadísimas damas (mi abuelo y el demonio no sabían si decirles señoras o señoritas, por lo que prefirieron el término damas"), doncellas de cada alma mundana, buscamos por todas las montañas, pero al fin aquí estamos, en la más lóbrega, la menos diáfana y la más cruel de todas las campañas, llena de fuego y relámpagos, o solo son mis sueños raros? Me he inclinado ante otros dioses, ante otros Olimpos, ante otros ojos feroces. Fue ayer, o amigo, recuérdame, anteayer? que nos reverenciamos ante los tifones y los titanes, ante el caos y el erebo, ante la Nix y el Helio. No, no vengo como Perseo, aunque aquí se haga un verso, a robarles lo suyo, porque simplemente no he visto a nadie igual a vosotras, a lo suyo.
Después de tanto viajar, de tantas preguntas, de encontrarme a este amigo del inframundo, ahora callamos, observamos y dejamos que el pincel de nuestros adentros ilumine la más fascinante obra, la más venturada pintura y escriba sobre el manto el poema que ningún poeta ha escrito. La obra, la pintura y el poema, de su presencia.
MLF
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El poema del destino
Non-FictionMi abuelo me dijo una vez, que había unas diosas, de las cuales nadie había escrito, ningún poema habían merecido y ningún cincel había hecho magia sobre el mármol querido. Todos los poetas y escultores se fueron por la belleza, las miradas, lo labi...