WISH

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La cueva detrás de la cascada era amplia y se abría como la enorme boca de un hipopótamo a punto de tragarse una sandía. El aire era caliente y húmedo, se sentía cargado por el verdor de la jungla que rodeaba la formación rocosa. En dicha cueva se encontraban dos personas, si es que podía llamárseles de tal modo: Māllum Sagitta-Luminis, alias Camille Holloway, una joven demonio descendiente de Lucifer Estrella de la Mañana, y London Moore, una vampira de cientos de años de edad, la primogénita y heredera de un clan perteneciente a la realeza de Stöutfeiges, el oculto y antiguo reino vampírico en decadencia.

—Se está bien aquí, ¿verdad? —habló Camille, tendida de espaldas sobre la roca frente a la cortina de agua.

—Para ti estará muy bien —London permanecía con una rodilla sobre la roca y con la otra apuntaba hacia el agua que caía. El fleco de su cabello oscuro se le pegaba la frente por efecto de la humedad y eso le fastidiaba—. Tú eres igual de dura, o más, que estas piedras.

Camille sonrió porque la camisa blanca que London vestía, al igual que el fleco del cabello, se le adhería a la piel mojada. Esa visión, la camisa mojada de London que transparentaba, le aceleraba la respiración a Camille. La verdad era que, estuviera seca o hecha una sopa, de cualquier manera, London volvía loquita a Camille.

—Uy, qué vampira tan delicada. Me pregunto por qué a esa vampira tan delicada, siendo como es, se le ocurrió que nos refugiáramos aquí.

La vampira, sabiendo que lo dicho llevaba algo de razón, le dedicó una mirada de soslayo y apretó sus labios rosados en una fina línea, antes de replicarle:

—¿Tienes una idea mejor?

—De hecho, sí —contestó de inmediato la otra con voz cantarina.

—¿En serio? —London enarcó una ceja. Luego, sonrió con una incredulidad que dejó al descubierto la punta de su puntiagudo colmillo superior derecho—. ¿Vas a fabricar una tienda de la nada o a invocar un montón de ropa seca para mí?

—Me parece que estamos muy lejos de todo para que pueda hacer eso. Pero —La demonio se incorporó a medias para sacudirse el agua del cabello rubio—, te iba a decir que te quites la ropa.

—¿Te parece que estoy de humor para bromas...? —escupió London en tono ultrajado, con las mejillas coloradas, antes de ponerse de pie de un salto.

—¡No estoy bromeando! —se quejó Camille, quitándose su propia camiseta de tirantes para quedarse sólo con el sujetador puesto—. A menos que seas un Leviatán, y ni siquiera aplica aquí porque ellos van desnudos, a nadie que conozco le gusta la sensación de seguir con la ropa mojada puesta. Además, estarás de acuerdo conmigo en dos cosas: en que hace demasiado calor en esta maldita jungla y en que aún estaremos aquí por un tiempo, por lo que será mejor que procures estar lo más cómoda posible.

London volvió a clavar una de sus rodillas sobre la roca. Después, se dejó caer junto a Camille, quien, de nuevo, tenía razón. Odiaba la humedad, el calor y las situaciones inciertas que no auguraban tener un final o resolución. Estaban varadas en aquella isla desierta y London ni siquiera sabía por qué. Al principio, al hallarse con el agua hasta las orejas junto a Camille, había pensado que soñaba. Pero el sueño se sentía demasiado real. ¡De lo puro ridículo y exasperante que era, ya debía de haberse despertado!

¿Qué comerían o beberían? ¿Dónde dormirían? ¿Qué harían? Por lo menos, sumando las dotes sobrenaturales de las dos, creía que lograrían sobrevivir de algún modo.

—Puedes morderme si te da hambre —murmuró Camille de repente, como si supiera hacia dónde navegaba en sus cavilaciones.

London no respondió nada. Se limitó a desabrocharse la camisa y a quitársela. Tampoco dijo nada cuando la rubia sien de Camille se apoyó contra su hombro. Ambas permanecieron en silencio por unos minutos, en los que escucharon la caída ininterrumpida del agua.

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⏰ Última actualización: Apr 26 ⏰

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