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Una hora y media después de arribar a la isla, Zoro continuaba recorriendo el pintoresco pueblo por su cuenta. Aunque, en realidad, era mejor decir que él caminaba por las calles con la intención de regresar a la zona comercial y dar una vez más con aquél lugar de comida que había cruzado al llegar y que, a su parecer, tenía una buena apariencia para saciar su apetito.

Para su mala suerte, no estaba teniendo éxito alguno en su misión.

Su estómago rugió como una bestia al toparse una vez más con un callejón sin salida, el cual se le hacía extrañamente familiar, sobre todo porque al fondo había un gato negro descansando sobre unas cajas vacías apiladas, aunque no estaba seguro del todo. El peli-verde le restó importancia al asunto y siguió su camino.

Un par de minutos después, nuevamente llegó a otro callejón donde había otro gato negro descansando.

—¿Qué ocurre con este sitio? —preguntó en voz alta para sí mismo.

Una vena palpitante comenzó a sobresalir en su frente y, sumado a su estómago que no dejaba de emitir sonidos para llamar su atención, provocaron que su mal humor se intensificara.

Se cuestionó seriamente sobre la preferencia de la gente de ese lugar por construir su ciudad a base de caminos laberínticos, sin salidas y que eran todos similares entre sí. También se preguntó si en esa isla se adoraba a los gatos o algo por el estilo porque este era el décimo gato negro que se cruzaba, y solo en los últimos cinco minutos.

Zoro regresó sobre sus pasos, más ofuscado que antes.

—¡¿Otro más?! ¡Demonios! —gruñó, rechinando los dientes y apretando los puños.

El gato negro —el mismo desde la primera vez— que reposaba sobre las cajas maulló con desprecio y cansancio al ver a este humano interrumpir su descanso por una hora completa. El felino se puso de pie, listo para sacar sus garras y arremeter contra el hombre, mas fue interrumpido en su plan cuando sus oídos captaron el movimiento de alguien más en el lugar y prefirió salir huyendo de ahí.

Unos segundos después, una suave risa cantarina resonó por todo el callejón, atrayendo de inmediato la atención del espadachín hacia lo alto de una de las paredes.

—Entonces... ¿Éste es el poder del espadachín de los piratas de "Sombrero de paja", tan buscado por la Marina? —dijo aquella persona con un tono bromista.

Mirándolo desde el techo del edificio más bajo, se encontraba una joven mujer con cabello rosa y curiosos ojos jades que parecía rondar su edad —unos diecinueve años—. La jovencita estaba recostada en el borde del techo con los codos apoyados y las manos sosteniendo su cabeza de forma relajada. Ella lo observaba con una expresión divertida pintada en su rostro de delicadas facciones.

—¿Quién eres tú? —cuestionó Zoro, descansando su mano sobre las empuñaduras de sus katanas con cautela.

Él ignoró su anterior comentario y mantuvo su guardia en alto a pesar de la postura despreocupada que ella mostraba. En su aventura en el mar ya se había topado con personajes de todo tipo, por lo que no podía permitirse subestimarla por su apariencia delicada y expresión amigable.

La mujer se puso de pie y él retrocedió un paso, reforzando el punto de equilibrio de su cuerpo que estaba listo para reaccionar al mínimo indicio de amenaza. No pasó desapercibido para él que la peli-rosa tenía dos katanas enfundadas en su costado izquierdo, colgando de su cinturón. Afianzó su agarre en la empuñadura cuando ella se dejó caer dando una voltereta en el aire, y frunció su ceño esperando su siguiente movimiento.

Christmas IslandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora