PERDONA TUA FIGLIA, SIGNORE DIO PADRE

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1986- Venecia, Italia.

Una mujer, sinceramente hermosa, vicaría del templo del pequeño paraje en el que solía habitar, rubicunda y ascética. Así era ella.
Erudita de la palabra de dios, que resumido el relato de su ostentación, era una monja que residía a alma y cuerpo en un oratorio diminuto donde el carboncillo y su olor sedativo que transporta a su espiritual pensar, presidía en lo incauto de la capilla del rezo difuso para concretar lo imposible. Que, dando fin a la extensa historia, se internó en el designio lascivo de un sacerdote. 

Había jurado con desenvoltura, consagrarse a alma de pena a su Dios católico, pero el talante pensar pecaminoso del presbítero, de alimentar a lubricidad de un deseo sexual, llevó a la pobre mujer a la penumbra de su profuso final. 
Por mucho tiempo, el secreto se mantuvo oculto, no hasta la erudita honestidad de la mujer, siendo inhábil para ocultar al fruto amargo del pecado y demonio latente del sufrir. La bella dama devota había caído embarazada, algo que no pudo evitar, en lo que no pensó al hundirse en los brazos del hombre del lujurioso meditar, ni el la soltura del placer que una vez le prometió.

—¡Vaya par de ruines pecadores! — expulsados sin piedad, fueron en busca de un hogar, con una mujer considerada inválida, pobre de mi madre que ni a objetar la palabra druida, tuvo que trabajar a como podía.

El ruin hombre de deseo carnal, le juró maldad a la dulce dama, que a matar a su hijo si podía, pues no iba a cuidar al pobre fruto descosido del vientre de la ingenua, la filantropía del hombre la llevó a escaparse incluso ya con unos cuantos meses sobre sí. ¿Qué haría ahora? Ni la pobre sabía pues, su nulo conocimiento del mundo acostumbrado, la llevaba a orillarse al desalojo y la miseria.

1986 había llegado, un lluvioso día de agosto, el pequeño manzano del pecado había nacido. En la cabaña de la mansedumbre del palacio de una duquesa ya viuda y con una hija a medio consentir, pues lavando platos podía darle lujo inepto al pequeño que traía consigo. 

—¡Vaya, que lindo niño acabas de dar a luz, Hye-jin! — elogió al pequeño que ni a distinguir a su madre sabía aún.

Ya recuperada, con sudor y lágrima se levantó del camastro, dispuesta a irse del lugar

—Tú lo tendrás que cuidar — reprochó con negatividad —Yo no puedo, alguien nos está buscando, ahora sabe dónde estamos y no dudará en venir, si sabe que me he ido, dejará a mi hijo en paz e irá por mí, pensará que lo he matado — la pobre mujer testigo del problema tras la obscenidad del pasado de la mujer que acaba de dar a luz, la observó con sorpresa arrullando al pequeño quien lloraba a grito y desalmado dolor.

—¿Por qué dices eso?

—El pasado me persigue — aquel sacerdote juró encontrarla, quitarle al pequeño y no sabía que iba a hacer con el descendiente del porvenir de su sangre y fortuna frecuente. —Por favor, Marena, yo no puedo cuidarlo.

—Aquí la duquesa lo matará. — intentó excusarse, posiblemente para deshacerse de la carga ajena que el pobre bebé le había puesto encima. Sin embargo, decía toda la verdad.

—Ya te dije, no puedo hacerlo sufrir ¿Confío en ti? — suspiró, al final su empatía se empoderó de su débil corazón, que aceptó cuidar a un bebé que no era suyo. La suerte de la mujer que había caído del cielo tras el milagro del procrear, pero simplemente no quería a un niño ahora. Ni nunca.

—Está bien, haré lo que pueda — respondió de poca gana, solemne la mujer que huía de su futuro, observó por última vez al pequeño, acariciando su roja mejilla, intentando ver el café obscuro de sus pequeñitos ojos mientras trataba de mover sus diminutas manitas. No quería dejarlo más sabía que igual moriría a su lado.

—Mi MinGi… aunque yo no esté, y pese a lo que pase, sonríe mi pequeño. — tras el desahogo de una despedida forzosa, salió de la cabaña donde descansaba y abandonaría la felicidad de ver crecer flor tuya de tu agua y tierra al florecer. Pero no, dejó al pequeño en brazos de una mujer cualquiera a la cual le debo la vida entera.

Ese mismo día, el pequeño MinGi había quedado huérfano, a directriz de una mujer italiana que no sabía cuidar niños. Más eso no le preocupaba, si no, lo que vendría después y la consecuencia de haberla dejado ir rumbo a alguna parte de Francia para escapar de la muerte y esclavitud eterna machista de un hombre que la tomó con tiranía.

Maldito idiota.

Notó el llanto hambriento del pequeño, volviendo a su dudosa realidad —Pobre MinGi, debes estar hambriento — buscó a su alrededor algo con lo que poder alimentar al niño, sin embargo el lugar estaba vacío. —Oh, vaya…

Dudando de su designio ante el precepto negativo de presentarse a media noche en la mansión de alto valor, luchó contra su ideal pues su endeble corazón le impide dejar sin alimento al indefenso y torpe niño sin madre.
Cobijando al niño con una gastada manta de lana, salió a la cocina en busca de leche o algo para darle, a pocos minutos de nacido ¡qué preocupada le tenía! Pues ni horas habían pasado desde que el pequeño MinGi ya estaba entre sus brazos.

Buscó y buscó, hasta que una pequeña porción de leche tibia encontró, y a como pudo se la dió. El llanto torrencial había despertado a alguien que pasaba por ahí; el mayordomo de la duquesa se había levantado de su tálamo al escuchar un gimoteo desgarrador de un bebé ingenuo, encontró a la pobre y desesperada Marena tratando de darle la leche con un vaso que encontró, pues los biberones ya no tenían lugar en aquel sitio de tortura laboral y culinaria.

—¡Marena! ¿Qué haces aquí; y con ese niño? — susurró pese a su asombro, la mujer suspiró resignada en cuando encontró la forma de darle de comer al infante sin hacer algún embrollo.

—Ay Tim, si supieras — se lamentó —Hye-Jin ha dejado el castillo para irse a Francia — contó con tristeza.

—¿Pero y su hijo? ¡¿Lo ha abandonado?! — exclamó con estupefacción por la responsabilidad de la culpable.

—Si, para huir y evitar que le hagan algo al pobre chiquillo — contempló la inocencia del pequeño que traía en brazos intentando alimentarse de algo que no podía.

—¿Pero a dónde ha ido?

— Inglaterra, promete estar a salvo y espero, vuelva por el pobre niño.

— ¿Cómo se llama? — preguntó señalando al responsable del problema vindicativo de la pelirroja.

—MinGi — respondió con una sonrisa —Tim, tienes que prometer que no le dirás nada a nuestra señora, estará con nosotros hasta que le consigamos una familia.

—¿Cómo lo haremos?

—Estará oculto en la cabaña, cuidándolo por tiempos divididos, buscándole una familia al mismo tiempo ¿De acuerdo? — accedió, analizando la manera tan minuciosa y delicada que Marena empleaba para darle de comer.

Si bien admito, que desde mi melancólico nacimiento, la sugestión de los problemas me fue atrayente a lo largo de mi vida, a la dulce Marena jamás le deseé ponerle entre manos dicha carga, que en el futuro no valdría nada.

Hubieras dejado al niño, hambriento y con frío, sin embargo te agradezco el cuidado y el sinónimo del dulce hogar.

AMARILLO Y ROJO (MINYUN) 𝑷𝑹𝑶𝑿𝑰𝑴𝑨𝑴𝑬𝑵𝑻𝑬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora