Quién alguna vez fue mi amigo

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Ayer fui a comprar a la noche, tuve que ir porque me olvidé de comprar el papel higiénico más temprano así que, por orden de mamá, fui al kiosco que queda a la vuelta de casa. Tome un camino que rara vez tomo para ir a ese kiosco (pero el cual tomo siempre para ir a esperar el colectivo), yendo por otra esquina debido que por la que paso regularmente se encontraba llena de agua por la lluvia de la tarde. En esa esquina se encuentra una casa con un perro que ladra siempre que paso, pero que rara vez veo ya que lo tienen encerrado en el patio del fondo y una que otra vez lo dejan adelante. Una vez que hice la comprar volví a hacer el mismo camino, pero está vez quise molestar al perro chiflándole para que sepa de mi presencia, lo que hizo que volviera a ladrar y yo a reír. En sí, lo que les estoy contando no es muy interesante ni tampoco lo fue en su momento, pero como todo tiene un por qué el hecho de que yo les esté contando esto también lo tiene.

Aunque fuera algo ya lejano, hubo un tiempo (puedo calcular hace ya unos dos años) en el cual el perro del que les estoy contando siempre se encontraba en el patio de adelante, a la vista de todos y no solía ladrar como lo hace ahora. Él tenía un carácter más amigable, casi cariñoso me atrevo a decir, hecho que me daba la suficiente confianza para que todas las veces que pasaba metiera mi mano por entre la reja de su casa y le acariciara la cabeza para saludarlo, él siempre se mostraba calmado y a gusto con dicha acción, moviendo la cola y jadeando. Pero hubo un día, sin nada de especial, no llovía, no había viento, ni había ocurrido un suceso llamativo. De hecho, se trataba de uno muy soleado. Ese día pase como de costumbre por esa calle, volviendo para casa, y como de costumbre pase frente a su casa, donde estaba él mirando a la gente pasar. Y entonces acerque mi mano para poder acariciarlo, él también tenía su hocico para afuera, como si estuviera esperando por mí, pero esta vez fue distinta. Sentí una tensión en el lugar y un escalofrió que paso por mi columna. En voz alta dije "No", y deje de mover mi mano antes de llegar a él, alejándola. En tan solo unos segundos él empezó a ladrar, se volvió violento y agresivo, un animal muy distinto al que diariamente saludaba, como si de no ser por la reja que nos separaba él no hubiera dudado en atacarme. Hoy, después de dos años puedo afirmar que sigo sintiendo ese escalofrió que me hizo decir "No" y alejar mi mano de manera instintiva.

Anoche mientras volvía a casa quede pensando en ese recuerdo. No sé si se habrá tratado del ambiente sombrío de la calle, una calle hecha de tierra, con algunos pozos llenos de agua y pequeñas piedras para tapar otros pozos más grandes; con la humedad rondando y las nubes de lluvia sobre mí; un lugar silencioso por el hecho de que a esa hora ya no anda nadie, y por los faros con una tenue luz amarilla que apenas y alumbran lo suficiente como para proyectar una sombra difuminada. Pero el ambiente fue ideal para hacerme tener uno de esos momentos que te hace poner melancólico, reflexivo y pensante. Y pensé, asociando dicho hecho concreto con alguna situación de la vida:

Hay veces en las cuales no hay un porqué que tenga una respuesta concreta. Un día vos estás bien con alguien, capaz tu pareja, tu amigo o alguien a quien le tenes cierto afecto. Todos los días están bien, se encuentran cómodos y disfrutan de compartir tiempo juntos. Podes contarle un montón de cosas sobre vos y viceversa, a sabiendas de que pueden contar el uno con el otro. Pero de repente un día, sin razón alguna, algo se siente distinto y dentro tuyo, tal vez una leve tensión o también puede ser ese escalofrió que, como me ocurrió a mí, te hace pensar "No" y te alejas. Te quedas lejos, observando y pensando "¿Por qué me aleje?", pero a pesar de no tener una respuesta no queres volver a acercarte. Entonces, ves como esa persona se pone violenta y agresiva, es una persona que desconoces por completo, totalmente distinta con la cual te relacionaste antes, con quien conviviste en algún momento, con quien tuviste confianza, le contaste tus miedos, sueños y pensamientos más íntimos, pero que ahora desconoces por completo. No tenes palabras para describir un sentimiento tan complejo y desconocido, pero decidís hacerle caso a tu instinto y no volver para cuidar, en mi caso, tu mano que estaba a punto de ser mordida.

Supongo que hay momentos así en la vida de todos, momentos los cuales no necesitan de una respuesta en concreto para dicha situación, momentos en los cuales nos aferramos a nuestros instintos más que nunca aún si hasta el día de hoy no podemos entenderlo. Al fin y al cabo, solamente nos queda confiar en nuestro instinto.

Yo, por mi parte, pasare por esa casa cada vez que vuelva a la mía, sin mover mi mano ni buscándolo entre las rejas y él seguirá ladrando desde el patio del fondo.

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