¿Cómo sucedió?

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Hace muchísimos años cuando los sentimientos aún eran niños se dio lugar a una situación que poco a poco pasó a ser parte de nuestros días.

Todo comenzó una mañana cuando varios pequeños jugaban sin cesar en las entradas de un bosque. El parloteo, las risas y algún que otro grito espantaban de vez en cuando a las aves de la arboleda, pero todos los animales aseguraban disfrutar de las ocurrencias de los pequeños que daban lugar cada día en el mismo sitio.

—Ya me he aburrido de jugar con la pelota, siempre hacemos lo mismo— protestó el enfado sentándose en una pequeña silla que estaba algo vieja.

—¿Por qué no intentamos volar lanzándonos sobre las ramas de los árboles? Apuesto que sería divertido, al menos por un día— propuso la locura.

—Eso ni pensarlo— rebatió un cedro que escuchaba la conversación desde lejos— no tengo planeado dejarlos subir por mis ramas, dañarían mis hermosas flores.

—Eres un aguafiestas, además tus flores apestan—la locura se sujetó la nariz y sacó la lengua en señal de burla.

—¡Tengo una idea! pero necesitamos de tu ayuda—. Interrumpió el cariño, en lo que se situaba al lado de enfado y acarició con delicadeza su espalda.

La amistad tomó la mano de enfado y lo levantó en contra de su voluntad. Enfado, se cruzó de brazos y agachó la cabeza con la mandíbula tensa. Para ser un niño, tenía un carácter de mil demonios. El amor abrió sus brazos en un abrazo grupal y entonces dijo:

—Te escuchamos cariño, todos estamos cansados de jugar lo mismo cada día, ¿verdad señorito disgusto?— miró de reojo al enfado.

Este por su parte pasó las manos por su cabello provocando un desorden adorable de sus rizos, pero aún así miró a todos un poco más convencido.

El amor entonces esbozó una sonrisa de suficiencia, no soportaba ver a sus amigos discutir, le encantaba que reinara la paz y todos se llevaran como hermanos.

El cariño se aclaró la garganta y habló:

—Propongo que juguemos a las escondidas— se hizo un silencio sepulcral entre los infantes.

—¿Cómo se juega? —indagó la amistad acariciando un loro que descansaba sobre su mano izquierda.

—Uno de nosotros se quedará con los ojos cerrados en aquel sitio— señaló la pequeña casita donde convivían— y todos los demás buscaremos un escondite, donde tendremos que ser encontrados por el niño o la niña que se quede de espaldas a nosotros.

—No entiendo, no entiendo— canturreó el loro abriendo sus coloridas alas.

—Nadie te preguntó nada loro- rebatió el enfado.

—Me encanta la idea, ya sé donde puedo esconderme— alardeó la amistad dando saltitos y sacudiendo sus rubias motonetas de un lado a otro.

—No se alejen demasiado, el bosque es muy grande y se pueden perder— advirtió una guacamaya desde su nido.

—Si todos están de acuerdo podemos comenzar; locura cierra tus ojitos y ponte de espaldas a nosotros frente a la puerta de nuestro hogar.

La locura accedió y se dirigió a dicho lugar.

—Trampa, trampa, la locura hace trampas— Señaló el loro aleteando con fuerzas llamando la atención de todos los niños.

—Sin jugaretas locura, sin jugaretas— le regañó una rosa que se encontraba al lado de él.

—Eres tan chismoso como mi abuela— masculló el niño al loro.

Este por su parte hizo un batallar de alas y se posicionó sobre una rama del cedro, para poder ver todo el juego.

La diversión comenzó, se escuchaban risitas y murmullos a través de las plantas, la amistad encontró refugio detrás de una enorme piedra junto al río, el enojo se ocultó tras el tronco de un frondoso árbol de almendras, así aprovechaba y se comía unas cuantas en espera a ser descubierto, el cariño se refugió detrás de un montón de ramas colgadas, desde allí podía ver todo lo que ocurría, por otro lado el amor corría de un lado a otro, no encontraba un escondite lo suficientemente seguro, hasta que al fin se decidió por ocultarse tras un rosal lleno de espinas que parecían querer atacarlo ante cualquier mínimo movimiento.

La locura se volteó de un momento a otro y le pareció que la habían dejado jugando sola, nada se escuchaba, ni los alardidos del loro, ni el insoportable ruido de los pichones de la guacamaya, nada en absoluto.

—Ya puedes comenzar a buscar— refirió la rosa.

La niña revolvió unas hojas secas pero solo encontró un montón de cucarachas, se adentró un poquito entre los árboles y escuchó una respiración agitada, de un momento a otro temió, pensó que tal vez sería un lobo feroz o algo así, pero cuando se dignó a observar intentando limitar la constante animación de sus pies, proveniente del miedo, pudo notar que era el enfado que yacía con la cabeza dentro de las piernas.

—¡Te encontré!— el enfado dio un pequeño saltito del susto y poco después salió protestando.

Así, poco a poco, fueron apareciendo cada uno de los niños, todos estaban ansiosos por repetir el juego, solo faltaba el amor; todos se preguntaban el lugar de su escondite. Este por su parte estaba muy nervioso, se preguntaba si lo habían olvidado, así que empezó a temblar como una hoja cuando está a punto de caer en otoño, se encontraba muy impaciente. De esta manera una de las espinas le pinchó un ojito, esto instigó un grito de su parte todos los presentes se preocuparon mucho, pero la locura dio el paso al frente y lo sacó con mucho cuidado de aquel peligroso rincón.

Desde ese entonces el amor se quedó ciego para siempre y es la locura quien lo guía a todos los lugares de este mundo.




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Hola bebés. Yo otra vez por acá:))
Espero y sea de su agrado esta mini historia, dejen en los comentarios las opiniones mis estrellitas.

De un juego a la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora