La bestia

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La casa se sentía fría y solitaria, mientras el aire aullaba con fuerza en el exterior. Tenía miedo, la noche era inminente y cada gota de lluvia resonaba en el suelo de madera como si de pisadas se tratara.

Jamás entendí que paso con mi hogar, la misma casa que antes había emanado tanta diversión y alegría ahora solo despedía un aire funesto y espectral.

La única compañía era la brillante luz que emanaba de la chimenea cada vez que avivaba el fuego. No quería cerrar los ojos, sabia que eso solo traería a la criatura de vuelta a mi mundo, sabia que eso la enfurecería y vendría por mi.

El cansancio me venció y caí rendida al sueño en el viejo sofá frente a la luz de las llamas. Cuando viajaba a través del mundo de los sueños un aire frío sacudió mi cuerpo, mientras un roce casi imperceptible lo acariciaba.

Pude sentir el ambiente helado que se arremolinaba a mi alrededor, así como el olor putrefacto solo comparable con el de las cosas muertas. Aquel que ya había experimentado las noches anteriores.

No podía moverme, no podía reaccionar, solo podía sentir como lo que se encontraba allí iba subiendo por mi cuerpo como si estuviera jugando a desgarrarme pero sin hacerme daño.

El frío toque se intensificó mientras el olor pútrido se hacia cada vez más hediondo. Sabia lo que vendría, sabia que verificaría si dormía y que en ese momento me empezaría a arrastrar a las profundidades de la casa.

No debía abrir los ojos, no debía moverme, solo debía permanecer inmóvil y tarde o temprano me dejaría en paz. Pero aun sentía cierta curiosidad por la criatura que noche a noche me visitaba en la oscuridad.

Mis ojos desobedeciendo las órdenes de mi conciencia y se abrieron levemente para revelar la realidad de la bestia que me estaba llevando a los más recóndito de la mansión.

No podía creerlo, era el ser más horrible que podría imaginar. Tenía el cuerpo negro y escamas similares a las de un cocodrilo, una cola larga llena de púas y de sus fauces expulsaba una sustancia morada que era la causante del repulsivo olor.

No podía ver nada más que su espalda y las macizas garras con las que me sujetaba por el tobillo. Al parecer no notó que tenía los ojos abiertos y me deposito en una cama de viejas cobijas que se encontraba en el sótano.

Otra vez había vuelto a cerrar mis ojos porque no podía superar la aversión de ver a ese monstruo a mi lado. Lentamente, sentí como sus afiladas garras una vez paseaban por mi cuello y marcaban el camino hasta mi clavícula. Sentía su hambre, su necesidad de comida, de sangre, sangre humana la cual corría libremente dentro de mi.

La desesperación se apoderó de mi. ¿Cuándo acabaría esto? ¿Ha estado esperando a que este sola para venir a matarme? ¿Por que no lo hace y me deja morir rápidamente? Pero mientras pienso en abrir mis ojos y acabar con el suplicio, siento que el ambiente cambia. El aire se hace más cálido, más fresco y el putrefacto olor empieza a disminuir así como las caricias de la bestia.

Abro los ojos lentamente y me encuentro en el polvoriento sótano una vez más. Viva, pero con marcas de garras alrededor de mi cuello. El sol ingresa con los inicios del alba y un sonido leve resuena en la zona más lejana de la casa en donde sé, la bestia dormirá hasta que me visite una vez más, mañana en mis sueños.

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